En 1965 Jacques Derrida publicó un artículo en la revista Critique el cual, un par de años más tarde, daría lugar a De la grammatologie (Éditions de Minuit, 1967). A grandes rasgos, la gramatología abre la pregunta por una ciencia de la escritura que iría a contrapelo del fonocentrismo y el logocentrismo dominantes en la metafísica occidental, incluso (y sobre todo) llegando hasta la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure. La deconstrucción de la filosofía, y más particularmente de la metafísica (pues ambas se hallan imbricadas), implicaría pensar la genealogía estructurada de sus conceptos, determinando lo que ha quedado disimulado o reprimido en su historia. El estilo que marca la pauta de esta tarea requiere de, entre otras cosas, habitar eso mismo que se busca deconstruir:
“Los movimientos de desconstrucción no afectan a las estructuras desde afuera. Sólo son posibles y eficaces y pueden adecuar sus golpes habitando estas estructuras. Habitándolas de una determinada manera, puesto que se habita siempre y más aún cuando no se lo advierte. Obrando necesariamente desde el interior, extrayendo de la antigua estructura todos los recursos estratégicos y económicos de la subversión, extrayéndoselos estructuralmente, vale decir sin poder aislar en ellos elementos y átomos, la empresa de desconstrucción siempre es en cierto modo arrastrada por su propio trabajo.”[1]
A pesar de cierta reticencia teórica a utilizar los conceptos freudianos, debido a la pertenencia que todos ellos tienen, según Derrida, a la historia de la metafísica, él mismo reconoce en los textos de Freud ciertos puntos de referencia que permiten considerar al psicoanálisis freudiano ajeno a la clausura logocéntrica. Como se puede apreciar en “Freud y la escena de la escritura”[2] —texto surgido de una conferencia pronunciada en el seminario de André Green en el Institut de psychanalyse en marzo de 1966— hay algo del psicoanálisis que no termina por reducirse a la metafísica de la presencia, aunque Freud mismo nunca pensó en la complicidad que su discurso pudiera mantener con ciertos remanentes metafísicos. A pesar de (o tal vez gracias a) ello, Derrida subraya “la deconstrucción del logocentrismo no es un psicoanálisis de la filosofía”.[3]
A lo largo de esos textos, Derrida no menciona a Lacan (él mismo lo advierte en 1971: “en los textos que he publicado hasta hoy, la ausencia de referencias a Lacan es, en efecto, casi total”[4]) aunque sus comentarios a algunos pasajes de Freud mantienen un tufillo lacaniano innegable (la relevancia del nachträglich, el acento de la escritura en el trabajo del sueño, la noción de tiempo lógico, la relación significante y significado en psicoanálisis, etcétera). A pesar de no mencionar el nombre de Lacan, podemos leer la siguiente nota a pie de página cuya diatriba lleva una innegable dedicatoria:
“La ‘primacía’ o la ‘prioridad’ del significante sería una expresión insostenible y absurda de formularse ilógicamente dentro de la lógica que pretende, sin duda legítimamente, destruir. Nunca el significante precederá de derecho al significado, sin lo cual dejaría de ser significante y el significante ‘significante’ ya no tendría ningún significado posible”.[5]
¿Qué dijo Lacan al respecto? En su Historia del psicoanálisis en Francia, Elisabeth Roudinesco menciona que Lacan le habría expresado a Jacques-Alain Miller y a François Wahl cuánto había apreciado el artículo De la grammatologie del joven Jacques Derrida, y habría conseguido hacérselo saber a él a través de ellos.[6] La historiadora se aventura a suponer que Lacan buscaba que Derrida ocupara el lugar que había dejado vacante Paul Ricoeur en su seminario. Si así fuera, nada de eso habría ocurrido. Derrida nunca se habría presentado al seminario de Lacan. Y no sería sino hasta el otoño de 1966 cuando ambos se encontrarían en el simposio The Languages of Criticism and the Sciences of Man, organizado por el Centro Jon Hopkins en Baltimore, Estados Unidos.
‒ ¡Tuvimos pues que esperar llegar aquí, y al extranjero, para encontrarnos!
Habrían sido las palabras de Lacan, expresadas con un suspiro amistoso, cuando René Girard los presentó. Después, cada uno se habría explayado en los asuntos a los cuales concernía su trabajo durante esos días. Según el recuerdo de Derrida, Lacan estaba más preocupado por la “encuadernación” de los Écrits en un solo volumen de 900 páginas: “Ya verá ‒me dijo haciendo un gesto con las manos‒, no va a resistir”. Pero Lacan no habría dejado pasar la ocasión para pronunciarse al respecto de los textos de Derrida:
‒ Usted no soporta que yo haya dicho lo que usted tiene ganas de decir.
Algunos años más tarde, durante una entrevista (incluida en Posiciones, 1972), Derrida calificó ese tipo de comentarios como “agresiones en forma de reapropiación, o con intenciones de reapropiación que […] Lacan ha multiplicado, directa o indirectamente, en privado o en público, en sus seminarios y, desde esa fecha, como constataría yo mismo al leerlo, prácticamente en cada uno de sus escritos”.[7] Él mismo señala que para ese entonces sólo habría leídos dos textos de Lacan: El seminario sobre “La carta robada” y La instancia de la letra… Sin embargo, ya desde esos años Derrida proyectaba un escrito acerca del primero de esos escritos (el privilegiado que inaugura el recorrido de los Écrits). No sería sino hasta 1975, con Le facteur de la verité [El cartero de la verdad], posteriormente incluido en La carte postale [La tarjeta postal] de 1980, que Derrida arremetería fuertemente contra Lacan.
Entre esos años se publicó Le titre de la lettre (une lecture de Lacan) de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, bajo el sello de la editorial Galilée. Los autores inmediatamente habrían enviado un ejemplar a Lacan, quien lo habría elogiado de modo ambivalente en la sesión del 20 de febrero de 1973 de su seminario Encore. No podemos definir aún si la lectura de ambos filósofos puede ser calificada de “derridiana” (como lo hace Allouch), pero ciertamente la lectura que hizo Lacan de ese texto estuvo atravesada por el affaire que mantenía con Derrida desde hace varios años. Calificar a ambos filósofos como sous-frifes da cuenta de ello.
Addenda
El vocablo sous-frife aparece a inicios del siglo XX, y ha sido utilizado para designar a alguien que es un aprendiz o un principiante en cierta materia o actividad. La palabra, por supuesto, carga un sentido peyorativo o desdeñoso. El sous-frife se encuentra en un rango menor en la estructura de una jerarquía; se define por una subordinación o una dependencia a alguien. Tanto el poder como el saber del sous-frife están mermados en su relación con ese Otro, que hace las veces de director, maestro o amo. Entre las expresiones equivalentes en español (pues la traducción literal no existe) se pueden mencionar: secuaz, subalterno, subordinado, empleaducho e incluso don nadie.[8]

[1] Jacques Derrida, De la grammatologie, De la gramatología, tr. Óscar del Barco y Conrado Ceretti, Siglo XXI, México, 1971, p. 33.
[2] Jacques Derrida, “Freud y la escena de la escritura”, en La escritura y la diferencia, tr. Patricio Peñalver, Anthropos, Barcelona, 2012, pp. 271-317.
[3] Ibidem, p. 271.
[4] Jacques Derrida, Posiciones, tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977, p. 128.
[5] Jacques Derrida, De la grammatologie, n. 9, p. 32 [En español: De la gramatología, n. 9, p. 26.]
[6] Cfr. Elisabeth Roudinesco, La batalla de los cien años. Historia del psicoanálisis en Francia (1925-1985), t. III, tr. Ana Elena Guyer, Editorial Fundamentos, Madrid, 1993, pp. 18-19.
[7] Jacques Derrida, Posiciones, tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977, n. 1, p. 128.
[8] Al respecto puede revisarse: < http://www.expressio.fr/expressions/un-sous-fifre.php >

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