Le titre de la lettre comienza con un breve apartado (tan sólo tres páginas) titulado “Mise en place”, que el traductor al español trasladó como una “Aclaración”. La expresión francesa “mise en place” significa literalmente “puesto en el lugar” o “poner en su lugar”, y es comúnmente utilizada en la gastronomía para designar la preparación y disposición de los ingredientes y utensilios necesarios para elaborar una receta de cocina u ordenar una mesa para los comensales. Se trata, entonces, de ciertos preparativos previos, en cuyo primerísimo lugar encontramos que esto no es un libro… sobre Lacan.
Los autores ofrecen “una única razón” por las cual las páginas que escribieron aparecen en el formato de un “libro” (el entrecomillado es de ellos): esto sólo se debe —afirman— al número de páginas, que excede la presentación para una revista. No se trata, por lo tanto, de “un libro sobre Lacan”. Y advierten que existe una “suerte de efecto de encuadernación”, entendida en sentido metafórico, que acompaña a la idea misma del libro y esperan que su lectura la disipe:
“No hay aquí nada que vaya más allá —salvo por indicaciones o sugestiones— del ejercicio de desciframiento de un texto de Lacan. Esto significa, en particular, que este mismo texto no ha interrogado ni se ha planteado temas que estuvieran más allá de los límites de su situación propia: ante todo, en la cronología de las obras de Lacan, pero también en lo que respecta a su posición o a su función de texto “teórico”, en el sentido en que este término aparecerá más adelante. Todo ello remitirá al aspecto universitario del texto como a la articulación —que allí produce el objeto— del discurso psicoanalítico sobre el discurso científico y filosófico. Sólo el cumplimiento de esta función legitimará y limitará nuestro trabajo.”[1]
Posteriormente habremos de retomar el “aspecto universitario” y “teórico” que los autores adjudican al escrito de Lacan. Señalemos por el momento que, debido a esa delimitación en su trabajo, Lacan felicitó a los autores, destacando que “la condición de una lectura es, evidentemente, que ella esté en su lugar [elle soit en place], que se imponga a sí misma unos límites”.[2] Así, podemos destacar al menos tres límites: 1) la referencia a un texto de Lacan; 2) un momento cronológico y 3) un momento teórico preciso de su enseñanza. Esta triple limitación tuvo efectos tanto en la lectura como en la escritura, porque evita la pretensión de ofrecer una interpretación o alcanzar una comprensión de conjunto. Los autores subrayan este aspecto más adelante:
“Por otra parte, se advertirá que no hay nada que suponga —ni siquiera provisionalmente, pese tal vez a las apariencias— la idea u horizonte de una “interpretación” exhaustiva y sistemática de la obra de Lacan. O, si se prefiere, nada que indique en el sentido de su agotamiento o su saturación significante (¿con qué derecho, en qué discurso se arriesgaría tal cosa?). Las indicaciones que aquí o allá se dan sobre otros textos de Lacan sólo conservan validez dentro del régimen que nosotros hemos querido darle, el de las notas múltiples y dispersas.”[3]
¿A qué se debe este distanciamiento con respecto a la publicación de un libro? No podemos eludir que ya durante esos años, entre algunas de las publicaciones de Jacques Derrida, podía encontrarse un cuestionamiento a la idea misma del libro y a su supuesta unidad, precisamente por la implicación de totalidad cerrada que se le llegaba a adjudicar. Ya desde De la gramatología (1967), Derrida vaticinaba lo que sería el “fin del libro” y señalaba al respecto las líneas siguientes, que —nos parece— guardan una estrecha relación con lo esbozado por los autores de El título de la letra:
“La idea del libro es la idea de una totalidad, finita o infinita del significante; esta totalidad del significante no puede ser lo que es, una totalidad, salvo si una totalidad del significado constituida le preexiste, vigila su inscripción y sus signos, y es independiente de ella en su idealidad. La idea del libro, que remite siempre a una totalidad natural, es profundamente extraña al sentido de la escritura.”[4]
Esta primera traza derridiana hallará una segunda en cuanto a la “interpretación” (palabra usada y entrecomillada por los autores) se refiere. Lacoue-Labarthe y Nancy admiten que el estímulo que recibieron para la elaboración de ese texto (poco voluminoso en tanto libro, demasiado extenso para ser un artículo) fue “la indecibilidad de (o en) la cuestión de la ‘interpretación’ de Lacan”.[5] En lógica matemática la indecibilidad refiere a la imposibilidad de demostrar o refutar, así como de señalar la verdad o la falsedad de una sentencia a partir de otras dentro de un mismo sistema. Apenas un año antes, Derrida recurrió a esta categoría en su libro La diseminación (1972), particularmente en relación a la escritura de Mallarmé:
“Una proposición indecible, Gödel mostró su posibilidad en 1931, es una proposición que, dado un sistema de axiomas que domina una multiplicidad, no es ni una consecuencia analítica o deductiva de los axiomas, ni en contradicción con ellos, ni verdadera ni falsa con respecto a esos axiomas. Tertium datur, sin síntesis.”[6]
La indecibilidad del estilo de Lacan sería una de las características que rompería con la posibilidad misma de hacer “un libro sobre Lacan”, si por “libro” se entiende una totalidad cerrada y acabada; rompe también con un esquema en el que se pretendiera aprehender el sentido u ofrecer la interpretación definitiva, a partir de la construcción de una arquitectónica que halle sus fundamentos en ciertos axiomas.
Recordemos lo que el propio Lacan afirmaba acerca de sus Écrits, cuando éstos formaron retomados para una investigación doctoral escrita por Anika Rifflet-Lemaire y publicada en Bruselas en 1970: “Mis Écrits no sirven para una tesis, la universitaria particularmente: antitéticos por naturaleza, pues lo que formulan sólo cabe tomarlo o dejarlo”.[7] A pesar de la advertencia, la tesis fue presentada por su autora como una obra que respondía a “un anhelo que muchas veces se nos ha manifestado: el de ver allanado el acceso al pensamiento de Lacan a través de una síntesis de sus conceptos básicos y de una sencilla exposición de una corriente ideológica tan intrínsecamente compleja”.[8]

Lo anterior nos permite retomar la cuestión del aspecto universitario, aunque todavía no del escrito de Lacan, sino del texto compuesto por Lacoue-Labarthe y Nancy. En efecto, resulta innegable que ambos autores se sitúan en el contexto universitario. Esto halla su razón en la propia “ubicación” (las comillas son de ellos) que señalan de esas páginas, a la manera de “ciertos detalles empíricos”:
“En un primer momento, se trató de un trabajo propuesto en el seno del Grupo de investigaciones acerca de las teorías del signo y del texto, de la Universidad de Ciencias Humanas de Estrasburgo, en febrero de 1972. El segundo momento, fue la presentación en un seminario a cargo de Jacques Derrida, en la calle Ulm [École Normale Supérieure], en mayo de 1972. La versión final sufrió únicamente las modificaciones que impusieron las condiciones, algo diferentes, de la publicación.”[9]
Ampliemos algunos de estos detalles. A inicios de 1970, Nancy y Lacoue-Labarthe invitaron a Derrida a participar en un seminario sobre retórica, en el recién fundado Grupo de investigaciones acerca de las teorías del signo y del texto, que ellos mismos presidían. Derrida visitó Estrasburgo por primera vez el 8 y 9 de marzo de ese mismo año. Ese primer encuentro llevaría a realizar varias colaboraciones en conjunto. Sin embargo, no fue sino hasta después de la entrevista que Jean-Louis Houdebine y Guy Scarpetta le hicieron a Derrida (publicada en Promesse, no. 30-31, otoño/invierno de 1971, concretamente el 20 de noviembre e incluida en Posiciones de 1972), que Nancy y Lacoue-Labarthe sugirieron realizar un seminario sobre Lacan. Asunto que no carece de relevancia, pues fue en esa entrevista que Derrida destacó la casi total ausencia de referencias a Lacan en sus textos, así como el propósito de hacer un análisis meticuloso de El seminario sobre “La carta robada”. Sobre esto último, Nancy recuerda:
“Después de la entrevista en Promesse, [la propuesta de hacer un seminario sobre Lacan] podría haber parecido una especie de conspiración. Pero en realidad, queríamos leer a Lacan correctamente, para nuestro propio beneficio en primer lugar, y luego para nuestros estudiantes de Estrasburgo. Nuestro trabajo consistió en enfocar línea por línea “La instancia de la letra”, uno de los textos principales en los Écrits. Inicialmente no pudimos entender mucho. Poco a poco, trabajamos lo que venía de Hegel, de Bataille y de Heidegger.”[10]

Ahora bien, según Benoît Peeters, fue por la sugerencia del propio Derrida que ambos autores ampliaron la presentación que hicieron en el seminario de la calle de Ulm, a partir de la propuesta del primero para que que fuera publicado en el formato de un libro, en vez de terminar siendo un artículo extenso. Ambos aceptaron. Siendo así, no podría decirse —como lo hacen los autores— que hubo “una única razón” por la cual ese texto apareciera publicado bajo el formato de un libro. Sin embargo, podríamos encontrar incluso una razón más por la cual este libro no es un libro en un sentido clásico del término:
“Ambos firmantes [signataires] elaboraron el presente texto en forma conjunta. El hecho de haberse repartido la redacción definitiva por capítulos no impidió que en el curso del trabajo se vieran obligados, aquí y allá, a redactar ciertos pasajes en común, inclusive con intervenciones puntuales de un “estilo” en el otro. En ese juego de escrituras, cuyas diferencias más marcadas son bastante notables, se podrá leer que este trabajo, más que un “libro”, es, en cierta manera, una lectura simple.”[11]
¿Estaremos siendo tendenciosos al hallar nuevamente una traza derridiana en este punto? Es que en esa misma entrevista a la que Nancy se refiere, Derrida puntualizó que una estrategia general de deconstrucción implica un distanciamiento, y advirtió que “un texto unilineal, una posición puntual, una operación [textual] firmada por un único autor son por definición incapaces de practicar este distanciamiento”.[12] El título de la letra se compone, entonces, por una escritura doble, compuesta de notas múltiples y diversas, signada por dos autores cuyos estilos intervienen uno en el otro y sin pretensión de exhaustividad. Tal vez esa “lectura derridiana” (a decir de Allouch) esté definida por la “estrategia deconstructiva”, no sólo en cuanto a la lectura sino también (y sobre todo) en la escritura: en su carácter aforístico, su irrupción y su diferencia.
Diferencia que, por paradójico que esto resulte, pretende una identificación a partir de una anulación. En efecto, para terminar ese “Mise en place”, los autores destacan unas últimas líneas al respecto del título de su publicación:
“Evidentemente, un título es necesario. Pero sabemos también que ya no es posible, en nuestros días, proponer un título sin dejar al descubierto toda su riqueza semántica. Por otra parte, ¿sería posible resignarse a elegir un título por otros motivos? En consecuencia, si hemos adoptado éste es porque nos pareció ofrecer cierto número de ventajas. Entre otras, la acepción de la palabra título en el sentido de documento que establece un derecho, atestigua una propiedad o una cualidad; en efecto, es este título de la letra lacaniana lo que habrá que producir, descifrar, autentificar. Y además la acepción de título, en tanto designa el tenor de oro o de plata de una moneda; y bien sabemos que si la palabra es plata, el silencio, pese a todo, es oro…”[13]
Los autores ponen en juego varias acepciones de la palabra título: 1) como palabra o frase que nombra a una obra o escrito; 2) en el campo del derecho, se trata del documento que refleja la existencia de un título de propiedad u otro derecho real; 3) particularmente en Francia, el título de un objeto de metal precioso está dado por su composición: oro o plata, por ejemplo. Ahora bien, ellos mismos señalan una lectura más sencilla: el título de la letra como acerca de la letra, advirtiendo entonces que “es una manera como cualquier otra de anular nuestro título al dejarlo que se identifique con el título del texto de Lacan que habremos de leer”,[14] cuyo umbral (seuil) estará indicado por el subtítulo (sous–titre, de cuyo vocablo los autores subrayan ese sous): (Una lectura de Lacan)… entre paréntesis.

[1] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra (una lectura de Lacan), tr. Marco Galmarini, EBA, Barcelona, 1981, p. 5.
[2] Jacques Lacan, El seminario 20. Otra Vez. Encore, 1972-1973, versión de Ricardo E. Rodríguez Ponte, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 2011.
[3] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6,
[4] Jacques Derrida, De la gramatología, tr. Óscar del Barco y Conrado Ceretti, Siglo XXI, México, 1971, p. 25.
[5] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6.
[6] Jacques Derrida, La diseminación, tr. José Martín Arancibia, Fundamentos, Madrid, 1997, p. 330.
[7] Jacques Lacan, “Prefacio a una tesis”, en Otros escritos, tr. Graciela Esperanza, Paidós, Barcelona, 2012, p. 413.
[8] Anika Rifflet-Lemaire, Lacan, prólogo de Jacques Lacan, tr. Francisco J. Millet, Edhasa, Barcelona, 1971, p. 27.
[9] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6.
[10] Benoît Peeters, Derrida: A Biography, tr. Andrew Brown, Cambridge, Polity Press, 2013, p. 241.
[11] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6. La traducción ha sido modificada.
[12] Jacques Derrida, Posiciones, tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977, p. 69.
[13] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 7.
[14] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 7.

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