Una reconstrucción teórica

En las primeras páginas de El título de la letra, Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe reconocen que una de la razones por las cuales eligieron leer “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” de Jacques Lacan, se debe a su posición o a su función de texto “teórico” (el entrecomillado de los autores problematiza esta noción), así como por la articulación del discurso psicoanalítico sobre —no en el sentido de estar por encima de— el discurso científico y filosófico. Todo lo anterior le daría un aspecto universitario (en el sentido de una apariencia o una forma de presentación), tema que abordaremos en otro momento.  

Ciertamente, en ese escrito Lacan establece algunas relaciones del psicoanálisis con otras ciencias teóricas, como la antropología, la lingüística y la filosofía. Eso no significa, por supuesto, que Lacan pretenda teorizar acerca del lenguaje y sus estructuras; tampoco que se aboque al estudio de la cultura y la sociedad; menos aún que vaya a filosofar sobre el ser. Como lo destacamos anteriormente (El relevo del catecismo), el interés de Lacan está puesto en el psicoanálisis, particularmente en su práctica, de manera que su acercamiento a esas ciencias no implica supeditarse a sus postulados ni convenir con sus autores. Y, a pesar de ello, una de las consecuencias que tuvo esa puesta en relación fue una reelaboración teórica del psicoanálisis.

Siguiendo este orden de ideas, Nancy y Lacoue-Labarthe mencionan: “Leer a Lacan es, sin duda, leer ante todo el discurso por el cual se ha planteado (por fin) la cuestión de una verdadera relación entre el psicoanálisis y el orden ‘teórico’ en general”.[1] Hasta antes de Lacan, la ciencia y la filosofía habían compartido su “acogida” del psicoanálisis con actitudes clásicas como “el silencio (desconocimiento o negación), la hostilidad declarada, la anexión, la confiscación o la consagración a los fines, inmutables, de tal o cual aparato teórico”.[2] Por paradójico que esto pudiera resultar, dicha forma de recepción parece mantener la huella del fundador del psicoanálisis.

En efecto, Freud inscribió al psicoanálisis en el marco de una jurisdicción teórica que le antecedía: las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften), con el talante positivista que las caracterizaba. Si bien es cierto que Freud no se ciñó del todo a éste  —como en ocasiones algunos han enfatizado, denunciado un cientificismo que pierde de vista su interés por los restos del discurso científico, como son los sueños, los chistes, los actos fallidos, los lapsus, por no mencionar la recuperación del carácter explicativo del mito— tampoco puede decirse que haya reflexionado mucho acerca de la naturaleza (tanto teórica como epistemológica) del psicoanálisis, así como de su relación (o no relación) con otras ciencias. En contraste:

“La intervención de Lacan consistió en romper con el sistema de la ‘acogida’, para hacer intervenir, precisamente, el psicoanálisis mismo en un campo teórico, hasta llegar a proponer un nuevo trazado de la entera configuración del uno y el otro, y de uno en el otro.”[3]

Ni subordinación ni inscripción, para terminar de una buena vez con esa actitud de acogida, la intervención del discurso lacaniano reconfiguró una nueva relación entre el psicoanálisis y esos discursos teóricos. En ese sentido, no se trata de reavivar las viejas preguntas (¿hay o no teoría psicoanalítica?, ¿el psicoanálisis es o no una ciencia?) que establecerían una solución meramente dicotómica (que un Jacques Derrida no dudaría en calificar de metafísica). Es que Lacan no se posiciona en una lógica binaria —de ahí su indecibilidad— sino en un entramado más complejo. Es por ello que la incidencia del discurso lacaniano no solamente tuvo consecuencias para el acto al cual se dirige, sino, como en un efecto de rebote, para el discurso teórico en general.

Así, cada uno de los elementos que se ponen en juego en el discurso de Lacan, y que han sido abordados desde otros campos (tales como son la metáfora, la metonimia, el significante y el significado en la lingüística), atraviesan por una transformación necesaria en función de la experiencia analítica. Al respecto, Nancy y Lacoue-Labarthe hablarán de una “desviación” (détournement), por parte de Lacan, de ciertos conceptos de la lingüística. Operación que el mismo Lacan explicita en el uso que hace de cierto algoritmo matemático.[4] En principio, esta desviación (détournement) no tendría que escandalizarnos. Como ya lo hemos mencionado (Una demanda de lectura), los autores advierten que no es posible prescindir del desvío (détour) en un recorrido (tour) de lectura. ¿Y no es acaso una operación así inevitable cuando se trata de construir un nuevo paradigma para el psicoanálisis, como lo fue S.I.R. desde su enunciación en 1953?

No faltará quien vea en la reelaboración que hace Lacan una pretensión de renovación fatua; el capricho y la pretensión por una originalidad abigarrada. Este tipo de lecturas adolecen de una buena cuota de psicologismo, perdiéndose en los cotilleos de la historia y en los restos de las psicobiografías. Creemos que las razones de una articulación así responden a otros motivos, mismos que son ubicados por Nancy y Lacoue-Labarthe con precisión:

se trataba, ante todo, de replantear o de rectificar la práctica psicoanalítica, en la medida en que ésta, de vuelta de su exilio fuera de Europa, seguía el camino de un “refuerzo del yo” bajo la férula del psicologismo y del pragmatismo anglosajón, es decir el camino del refuerzo de las resistencias del “narcisismo” o de la intimación de sus “identificaciones imaginarias’” y en que su finalidad social y política era la del “alma-a-alma liberal” acondicionada a la europea, esto es, a la “comprensión jaspersiana” y al “personalismo de pacotilla”.[5]

Sabido es que uno de los principales blancos de crítica del discurso lacaniano —especialmente durante la década de 1950— era la psicología del yo, versión norteamericana del psicoanálisis que, como su nombre lo indica, coloca al yo del analista como medida de la realidad para el analizado; estrategia de un pretendido reforzamiento del yo por obra de una identificación imaginaria y en vistas a un dominio del inconsciente. Esta vertiente piensa la relación analítica como dual, situación que conduce al desconocimiento, la denegación y la alienación narcisista. Por si fuera poco, del inconsciente hicieron un cúmulo de lo instintivo, lo intuitivo y lo pasional, valiéndose de una noción homónima y ajena a la concepción freudiana. 

Es esta desviación (détournement, una vez más) de la obra freudiana la que Lacan denuncia. La reelaboración teórica que emprende responde a un esfuerzo por rectificar ese “frenesí en la teoría” que ha llevado a un extravío del psicoanálisis, no por un mero objetivo teórico sino por lo que esto implica para la experiencia. Nancy y Lacoue-Labarthe señalan: “Para liberar al psicoanálisis de esta función ortopédica, era necesario reajustarlo a sí mismo. Por esta razón, la tarea práctica implicaba una reconstrucción teórica”.[6] En ese sentido, no se trataba de ajustar al psicoanálisis a otras disciplinas o a otras ciencias; tampoco a ciertas tesis teóricas provenientes de esos campos. Se trata, por el contrario, de ajustarlo a sí mismo; es decir, a la experiencia misma del análisis, desplegando y desarrollando lo que ésta pone en evidencia.  


[1] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, tr. Marco Galmarini, EBA, Barcelona, 1980, p. 10.

[2] Idem.

[3] Ibidem, p. 11.

[4] Cfr. Jacques Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, en Escritos, tr. Tomás Segovia, Siglo XXI, México, 2009, p. 781.

[5] Ibidem, p. 11.

[6] Ibidem, p. 11.

Una respuesta a «»

Deja un comentario