Posiciones

A consideración de Nancy y Lacoue-Labarthe, el examen que llevarán a cabo con “La instancia de la letra en el inconsciente…” podría realizarse con cualquiera de los escritos de Lacan, pero eso no implica “presuponer en ellos un sistema, legible o más bien visible como tal, más allá de la diversidad de los textos que se tratara”.[1] No solamente es un presupuesto al que renuncian sino que es, al mismo tiempo, el reconocimiento de que no existe una sistematicidad en el conjunto de los escritos de Lacan —tanto en los reunidos en 1966 como en aquellos que no fueron incluidos para dicha compilación— ni tampoco la hay en el trayecto de los seminarios, donde se puede apreciar que la enseñanza de Lacan avanza de un modo no lineal ni progresivo.  

Al respecto, Jean Allouch ha llegado a señalar que el seminario de Lacan presentaba una enseñanza viva.[2] A la manera de un taller, en cada una de las sesiones del seminario se podían presenciar los momentos de fabricación de los conceptos, así como los tropiezos y las dificultades a los que Lacan se iba enfrentando. Los escritos, en cambio, presentan de una manera excesivamente condensada lo que había sido un trabajo de sesiones enteras de seminario. En ese sentido, nos parece importante no perder de vista que ni siquiera los escritos de Lacan pueden ser leídos con un carácter de definitividad, pues en muchas ocasiones sólo fungieron como mojones de un recorrido no clausurado.

Como lo advertimos antes (Estilos de lectura), si El título de la letra de Nancy y Lacoue-Labarthe puede ser entendido como una excepción a la “regla” de que leer a Lacan es leer los seminarios (Allouch dixit),[3] esto no sólo se debe a que para ese año aún no había publicaciones “oficiales” de los seminarios (pues se podía acceder a las estenografías). Nos parece, de un modo más cardinal, que se trata de un verdadero posicionamiento de lectura de parte de ambos filósofos, en la medida en que le otorgan una primacía a lo textual que es asumida no sin ciertos presupuestos y limitaciones que no son puestos de lado sino explicitados. En tanto se trata de posiciones, como llegó a designarlas Jacques Derrida, en ellas se juegan escenas, actos y figuras de la diseminación cuyas huellas resultan innegables.[4]

Leer implica presupuestos —intentar una lectura desde un “punto de vista cero” es un prejuicio más— y los autores comparten al menos dos que acompañan su lectura, siendo premisas que le atribuyen al proceder de Lacan: 1) “la voluntad de desplazar (¿o de superar?) el discurso sistemático de la teoría, en nombre de una revolución freudiana”;[5] 2) “la voluntad, en consecuencia, de producir cada intervención como una unidad acabada de palabra o de texto, que reúna en su enunciación, cada vez, todo el trabajo puesto en juego, y diera, en el mismo instante, la totalización de los enunciados”.[6] Partiendo de estos presupuestos, los filósofos advierten:

Es mejor, por tanto, leer un texto de Lacan. Esto quiere decir que en cierto sentido, es mejor leer cada uno de sus textos en tanto centro de concentración e instancia de repetición de todos los otros, y es mejor leer uno como el texto único que pretende ser, con aquello que una voluntad semejante no puede dejar de connotar; el recurso al acontecimiento, a la proferación circunstancial, y, en consecuencia, a la palabra [parole].[7]

Subrayemos sin temor a ser reiterativos: se trata de leer un escrito de Lacan por lo que éste puede mostrar por sí mismo, en su singularidad —tanto cronológica como teórica, con respecto al itinerario de su enseñanza— pero sin ubicarlo como pieza clave de un pretendido sistema. Es así que en el ejercicio de lectura que ambos autores despliegan se vuelve crucial la circunstancia de elaboración y el acontecimiento que le dio lugar al texto en cuestión (como habremos de hacer notar en nuestro próximo envío). De hecho, sobre este último aspecto, en una nota a pie de página, los autores señalan que el lugar del discurso de Lacan es el seminario y no el “escrito”. Y precisamente es así que proponen comprender la noción de discurso, como la determinación teórica del lugar y el lazo que anuda los conceptos.

De este modo, ya desde las primeras páginas de El título de la letra, Lacoue-Labarthe y Nancy muestran estar bien advertidos de la especificidad del discurso lacaniano, el lugar de su enunciación, el público al cual va dirigido y la asistematicidad que lo caracteriza. Con ello han hecho explícitos los presupuestos y limitaciones de su trabajo de lectura, así como de su ejercicio de desciframiento y comentario. Esta situación, que a primera vista podría parecer el reconocimiento de una serie de dificultades insoslayables que podrían problematizar o incluso imposibilitar su acceso al discurso de Lacan, no debe ser entendida sino como una manera de irse abriendo camino. Está claro que los autores llevan a cabo una lectura en tanto filósofos, con las implicaciones que esto tiene, pero se previenen de leer a Lacan como filósofo. Siguiendo este orden de ideas es que podemos leer su insistencia:

Se tratará, pues, de descifrar lo que, de un modo que se quiere inédito, culmina en lo teórico. La lectura se dirigirá a un “texto” cuya ubicación y régimen propio ignora al comienzo, y al cual se verá forzada a plantearle la pregunta —si es que esto todavía puede ser objeto de una pregunta— por su naturaleza y su riesgo en tanto texto. Dicho de otra manera, la lectura tratará de obedecer a ese estilo que envuelve toda “cuestión” de lectura: ¿que hay en ella de Lacan? — ¿se trata realmente de un texto? ¿En qué sentido, si es que hay aquí un “sentido”? — ¿y hasta dónde?[8]

Así, las primeras páginas de El título de la letra están dedicadas a situar todos esos aspectos previos a la lectura, para así advertir el modo de entrarle a uno de los escritos de Lacan. Evidentemente, las secciones tituladas “Mise en place” (traducida como “Advertencia”) y “Un tour de lecture” (traducida por “Un estilo de lectura”), se hallan dispuestas como los lineamientos previos de lectura, pero son producto de una reflexión que sólo pudo tener lugar con posterioridad. El método (el camino seguido, basándonos en la etimología de la palabra) sólo puede ser visto después de haber sido recorrido. Al hacerlo así, los autores dan cuenta de un estilo de trabajo que hasta ese momento no tenía precedentes, si tomamos en consideración las propias palabras de Lacan pronunciadas en la sesión del 20/02/1973.

Para terminar, retomando el comentario que Lacan hizo del texto escrito por ambos filósofos, hay que destacar, en última instancia (que se vuelve la primera), que un trabajo de buena lectura implica ponerse límites. Y tal vez podamos agregar por nuestra parte que un ejercicio así también implica reconocer las propias limitaciones (tanto de lectura como de comentario y de desciframiento), pues es a partir de estos elementos que se podrán situar las coordenadas de trabajo. Con ello se puede ubicar la propia posición subjetiva desde la cual se lee y definir los derroteros a tomar. No sin ciertos desvíos e incluso extravíos en el trayecto.


[1] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, tr. Marco Galmarini, EBA, Barcelona, 1980, p. 13.

[2] Cfr. Jean Allouch, “No se sostiene”, tr. Lucía Rangel, en me cayó el veinte, no. 36: Scripta volant.

[3] Cfr. Jean Allouch, El sexo de la verdad. Erotología analítica II [1998], tr. Silvio Mattoni, Cuadernos de Litoral, Córdoba, 1999, p. 87.

[4] Jacques Derrida, Posiciones [1972], tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977.

[5] Nancy y Lacoue-Labarthe, El título de la letra, pp. 13-14.

[6] Ibidem, p. 14.

[7] Idem.

[8] Ibidem, pp. 14-15.

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