Un episodio de La vida con Lacan

En La vida con Lacan (Ned ediciones, Barcelona, 2018), Catherine Millot narra un breve episodio: durante una estancia en Roma, Lacan subió a una escalera para mirar de cerca «La Virgen de Loreto» de Caravaggio, expuesta en una de las paredes de la iglesia de San Agustín. Encaramado sobre esa escalera, su mirada se dirigía absorta particularmente al pie de la madona. ¿Qué era lo que atraía de tal manera su atención? Tal vez nunca lo sepamos.

En una intervención reciente (01/02/20), Jean Allouch retomó ese episodio y, entre otras cosas, señaló una conjetura: algo faltaba en ese pie largamente mirado por Lacan. Su atención estaba puesta nada menos que en un agujero en el cuadro, un elemento faltante. Un asunto que, por otra parte, no sería de extrañar, si pensamos que Lacan no dejó de consagrarse a objetos inexistentes: el Otro, el Otro del Otro, el goce del Otro y la relación sexual.

La escena compuesta por tres personajes —el cuadro de Caravaggio, Lacan y Catherine— es leída por Allouch recurriendo a un diagrama: Catherine se interesa por lo que sucede entre Lacan y no-se-sabe-bien-qué-cosa que le concierne. Una escena que puede situarse como una metonimia de la enseñanza de Lacan que anuda tres figuras: a Lacan mismo, a la cosa (o el asunto en cuestión) y a un testigo, en este caso Catherine, pero que bien puede ser cualquiera de sus alumnos. La escalera, en cambio, siendo su propia enseñanza, tan inestable como siempre lo fue.

El diagrama del cual se vale Allouch para leer ese episodio fue expuesto en su libro La escena lacaniana y su círculo mágico (El cuenco de plata, Buenos Aires, 2020). No solamente ubica cierto tipo de lazo y disposición de los elementos que se pondrían en juego en una escuela, también permite ubicar al alumno, cuya atención se dirige a lo que sucede entre Lacan y la cosa (o el asunto en cuestión), y no a la persona misma de Lacan. Este contraste permite distinguir la posición del alumno, interesado a tal punto por ese «entre» que no dejará pasar la oportunidad para interrogar al maestro, y la posición del seguidor, cuya fascinación por la persona conlleva, en no pocas ocasiones, un grado suficiente de inhibición.

Le corresponde a cada uno pronunciarse (o no) respecto de su propio posicionamiento.

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