En El principito de Antoine de Saint-Exupéry, después de haber hallado un jardín lleno de rosas y percatarse de que su rosa no era tan única como él creía, el principito se encuentra con el zorro, al cual le pide que juegue con él. El zorro le contesta que no puede hacerlo porque no está “domesticado” [apprivoisé]. Inmediatamente el principito se disculpa, pero, tras pensarlo un poco, le pregunta: ¿qué significa “domesticar” [apprivoiser]? El zorro responde: es una cosa ya olvidada, significa “crear lazos”. Entonces, le explica:
Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas [m’apprivoises], entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…
Es en ese momento en que el principito se da cuenta de que él mismo ha sido domesticado [apprivoisé] por su rosa. Tiempo después, cuando decide volver a su planeta, el zorro le dice que llorará por él. Es que ambos han creado un lazo de amistad entre ellos. Luego, el zorro le dice que al encontrarse nuevamente con su rosa, el principito comprenderá que en realidad ella es única y distinta a todas las demás, justamente por ese lazo singular que lo mantiene ligado a ella.

Según Le Petit Robert, «apprivoiser» se define como hacer menos salvaje a un animal, pero también como hacer más sociable a una persona. Esta definición parece coincidir con la de “domesticar” del Diccionario de la Real Academia Española: “reducir, acostumbrar a la vista y compañía del hombre al animal fiero y salvaje”, así como “hacer tratable a alguien que no lo es, moderar la aspereza de carácter”. Sin embargo, en francés el vocablo apprivoiser posee una cierta especificidad que no mantiene la traducción habitual que se ha hecho de al español.
Al respecto, en La escena lacaniana y su círculo mágico, Allouch distingue «apprivoiser» de «amadouer» (cuyas posibles traducciones para este último son «aplacar», «engatusar» o «convencer»), pero también de «domestiquer» (domesticar, que concierne a un estado, incluso a una esencia) y de «dompter» (domar, que implica someter por medio de una coacción). El zorro no fue domesticado ni dominado ni engatusado. Tal vez la idea más aproximada a apprivoiser se halle entre «amansar» y «adiestrar» (esta última fue la elegida por Silvio Mattoni, el traductor al español del libro de Allouch). Un ave de presa puede ser adiestrada, nunca domesticada. Sin embargo, se convendrá en que un dolor no es adiestrado, aunque sí puede llegar a ser amansado. Y es que el apprivoser es cercano a un savoir faire: un saber hacer que tiene su gracia, o mejor —como se dice— que tiene su chiste.
La enseñanza del zorro —como Allouch la nombra— es que la unicidad adquiere otra significación a la que habitualmente estamos acostumbrados a darle, pues se convierte en una elección de alguien. La singularidad, el carácter distintivo que puede adquirir alguien o algo, se halla a partir de ese momento en relación con el otro, sin que esto sea resultado de una unificación como tampoco de una mezcla. De este modo, los lazos creados entre el principito y el zorro hacen que cada uno sea transformado. ¿Cómo no percatarse de que ese es el tipo de vínculo que se pone en juego entre el analizante y el analista?
Ahora bien, dicho apprivoisement no se agota en la relación que se establece entre el principito y el zorro. No se trata, pues, únicamente del vínculo entre dos «individuos». En La escena lacaniana…, Allouch recurre a otros casos con consecuencias muy diversas: Carmen de Bizet (por la relación entre Carmen y José), la escritura de Imre Kertész (un savoir faire con respecto al traumatismo) o la ópera El retorno de Ulises a su patria de Monteverdi bajo la dirección de Emmanuelle Haïm (cuya producción puede visualizarse desde aquí: https://youtu.be/7VjWoc3CXNw).
Podríamos incluir otro ejemplo que traigo a colación a partir de una anécdota: cuando Allouch impartió el seminario «Del sexo sin la sexualidad» en la Ciudad de México en 2018, durante una charla de sobremesa salió el tema del apprivoiser, de su definición así como de su dificultad de traducción al español. Procurando aclararse el sentido de dicho intraducible, uno de los presentes puso un ejemplo:
—Mi hermano tiene diabetes y tiene que cuidarse mucho. Tiempo después de que fue diagnosticado, su perra andaba mala. Nadie sabía qué tenía. La llevaron al médico y… ¡resultó que la perra también tenía diabetes! ¿Ese es un ejemplo de apprivoiser?
Respuesta: —No, eso sólo prueba que la perra de su hermano era histérica.
Después de las risas generalizadas, Allouch concluyó:
—No, un ejemplo de apprivoiser es lo que su hermano hace con su enfermedad.
En efecto, en el caso de una enfermedad así, hay quienes logran crear un lazo con esa otredad que irrumpe como extrañeza, que se impone y se reconoce que sería en vano tratar de contraponérsele. Lo que queda es una cierta forma de acoplamiento —de aprender a vivir con ello—, una manera de vincularse que no es perfecta ni mucho menos idílica, pero que en ocasiones puede dar lugar a una transformación de ambos (aunque no la misma). Creo que más de uno que haya tenido que lidiar con una enfermedad crónica (o algún otro fenómeno cuya cronicidad sea su rasgo distintivo) tendrá algo que decir al respecto.
