Consecuencias de un «lapsus» de Lacan

En el capítulo 6 de la segunda parte de su libro El sueño de la inyección a “Irma”, Manuel Hernández hace una serie de consideraciones acerca de su posicionamiento como lector de Lacan. Para ello retoma el comentario que el 20 de febrero de 1973 Lacan hizo del libro de Jean-Luc Nancy y Philipe Lacoue-Labarthe, Le titre de la lettre (une lecture de Lacan), que acababa de ser publicado. Los autores en cuestión hicieron una lectura pormenorizada de uno de los escritos de Lacan: “La instancia de la letra en el inconsciente, o la razón desde Freud”. El interés de Hernández —como él mismo lo expresa— radica en la amplia recomendación que Lacan hizo de dicho libro, en particular porque esto permite ubicar que existen diferentes maneras de leer. La pregunta es: ¿cómo leer a Lacan? De entrada, Hernández destaca un “lapsus” (las comillas se explicarán más adelante) que fungirá como hilo conductor de su comentario:

Lacan elogia la [lectura] que realizaron Nancy y Lacoue-Labarthe con su escrito. Inmediatamente después de hablar de Aristóteles, menciona el libro y… comete un lapsus. Según [Lacan] la colección en la que apareció se llamaría À la lettre (Al pie de la letra o Literalmente), aunque en realidad se llama La philosophie en effet (La filosofía en efecto). Como cada lapsus, el suyo da en el blanco. Lo que elogia es la lectura literal que hicieron esos autores […] (p. 141)

Más adelante, Hernández destaca que “para que haya una lectura que se sostenga, es necesario la desuposición del saber” (p. 143), de modo que una lectura à la lettre —como lo indicaría el “lapsus” de Lacan— se caracterizaría por la desuposición del saber, es decir, se trataría de una lectura que parte “sin suposiciones” (p. 144). De hecho, Hernández lleva las cosas un poco más lejos, al señalar que en ello radicaría “la cuestión de la interpretación psicoanalítica, pues su práctica literal implica lógicamente la desuposición del saber, con sus efectos de destitución subjetiva” (p. 144). Lo anterior le lleva a concluir que, de parte del propio Lacan, habría una invitación a leerlo así, sin suposiciones.  

Quisiéramos destacar un primer bemol. Si bien es cierto que Lacan expresó elogios considerables al libro de Nancy y Lacoue-Labarthe (los cuales fueron constatados por Hernández), también hizo algunos comentarios que pueden calificarse de desdeñosos (estos últimos no fueron mencionados por Hernández), los cuales permitirían considerar que la reacción de Lacan fue más bien ambivalente. Por ejemplo, Lacan omitió mencionar los nombres de los autores de manera deliberada, refiriéndose a ellos como meros sous-fifres (subordinados, subalternos, secuaces), llegando a decir que están habituados a trabajar bien cuando lo que buscan es una maestría.

Por otra parte, con respecto a que los autores habrían hecho una lectura á la lettre caracterizada por un ejercicio “sin suposiciones”, los autores sí plantean supuestos que hacen explícitos en las primeras páginas. De hecho, Lacan también advierte que en dicho libro hay un supuesto desde el inicio, mismo que expresa con todas sus letras: que los autores le suponen una ontología o un sistema. Lo anterior lleva a Lacan a decir que hay un desfase (décalage) que atraviesa todo el libro. Y si bien invita a su auditorio a leerlo, sobre todo invita a enfrentarse con las últimas veinte o treinta páginas, cuyas conclusiones califica de sans-gêne (Rodríguez Ponte traduce como “desenvueltas”, pero también puede traducirse como “impertinentes” o “desconsideradas”).

¿Por qué Hernández dejó de lado estos señalamientos críticos planteados por Lacan? No lo sabemos. Lo cierto es que éstos no convenían a la orientación que Hernández le imprimió al “lapsus” de Lacan. En efecto, el costado elogioso permitía dirigir mejor el sentido de dicho “lapsus” hacia la hipótesis de que Lacan elogiaba que los autores hubieran hecho una lectura à la lettre. Este proceder sorprende más en la medida misma en que, en la introducción de su libro, Hernández advierte que, con respecto a la revisión que hará del sueño de la inyección a “Irma”, no se trata de hacerle decir algo a Freud que él mismo no haya dicho (pp. 14-15). Tal parece que, al tratarse de un “lapsus”, en este caso de Lacan, se pierden de vista esas consideraciones para aventurarse a suponerle un sentido bastante claro y definido.

Y ahora es momento de explicar las comillas utilizadas hasta aquí en la palabra “lapsus”.

En el comentario de Lacan realmente no hubo lapsus alguno. La primera edición de Le titre de la lettre, cuya publicación tuvo lugar en 1973 y a la cual se refiere Lacan en su seminario, efectivamente apareció en la colección Á la lettre de Éditions Galilée, y fue tiempo después que el libro se reeditó en la colección La philosophie en effet. Esta última no fue creada sino un año después, en 1974, por Jacques Derrida, Jean-Luc Nancy, Philippe Lacoue-Labarthe y Sarah Kofman. Las portadas de ambas ediciones del libro pueden verse aquí mismo:

¿De dónde surgió, entonces, la idea de que se trataba de un lapsus? A pie de página, Hernández refiere que la versión que consultó del seminario Encore es la que se halla en el sitio acheronta.org y que es conocida como VRMNAGRLSOFAFBYPMB. Es probable que el problema provenga de allí, pues quienes hayan establecido dicha versión señalaron en una nota a pie de página: “En fait la collection s’appelle : La philosophie en effet” [De hecho, la colección se llama: La filosofía en efecto]. Evidentemente, la nota sale sobrando, pero a pesar de errar el tiro, quienes hicieron el establecimiento no le otorgaron estatus alguno de lapsus al asunto. Cabe agregar que no hay señalamiento alguno ni en la estenotipia, ni en la versión de Miller (Seuil/Paidós), ni en Staferla, mientras que en la versión crítica de Rodríguez Ponte sólo se consigna el señalamiento hecho por la versión VR…, pero tampoco se menciona lapsus alguno.

Lo anterior permite concluir que la suposición de un lapsus ahí donde no lo hay fue cosecha de Hernández, situación que podría ser intrascendente de no ser porque pone en jaque el posicionamiento de lectura que él mismo propone. En efecto, Hernández destaca la importancia de remitirse a la “versión fuente”, es decir, a los registros directos de lo que dijo Lacan para así poder realizar una “lectura literal”. Sin embargo, tal parece que la suposición de un lapsus tuvo su origen a partir de la revisión de una sola “fuente indirecta”. ¿Por qué no se cotejaron otras versiones del seminario como allí mismo se sugiere? Queda la impresión de que ni siquiera se siguió el señalamiento de «localizar y leer cada referencia bibliográfica implícita o explícita que Lacan cite o comente» (p. 146). Y no se trataba de cualquier referencia, sino la que permitía definir un posicionamiento y un método de lectura. Un método que, a decir de Hernández, «hemos introducido» (p. 146, n. 20) para la lectura de los seminarios de Lacan (pero… ¿introducido dónde?). Para terminar, Hernández escribe:

En psicoanálisis, la lectura no debería ser inteligente. En la etimología de “inteligencia” está el legere latino, que quiere decir a la vez “leer” y “escoger”, así “inteligencia” puede ser “leer escogiendo”. Etimológicamente, la lectura psicoanalítica no puede ser inteligente, no escoge de antemano aquello a lo que hay que darle valor […] todo se juega en la literalidad de las palabras que efectivamente han sido pronunciadas y no en la intención o sentido que supuestamente transmiten. (p. 145, subrayado mío).  

Suponer un lapsus y proponer qué estaría indicando, ¿no es acaso dejarse llevar por una lectura que hace decir al autor (en este caso a Lacan) algo que él jamás dijo para así apostar por el sentido? Escoger qué líneas transcribir y dejar de lado aquellas que pueden no convenir para cierto sesgo interpretativo, ¿no se vuelve también un ejercicio de inteligencia que hipoteca el posicionamiento propuesto de una lectura á la lettre, es decir, una que habría de atenerse únicamente a lo dicho y/o escrito? Todo sucede como si, al procurar ofrecer un buen ejemplo de una lectura literal, el resultado final fuera más bien el de un excelente contraejemplo: cómo no hacer una lectura literal.

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