Marguerite Duras: el estilo y el objeto

Si se supiera algo de lo que se va a escribir,
antes de hacerlo, antes de escribir,
nunca se escribiría. No valdría la pena.

— Marguerite Duras

En las dos versiones publicadas de “La passe ratée du vice-consul” [El pase fallido del Vicecónsul], Jean Allouch propone que un mismo acto habita tres textos: la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” de Jacques Lacan y El Vicecónsul e India Song de Marguerite Duras. Este acto consiste en la promoción de un estilo acorde con la estructura “que, por ser del Otro, el deseo sostiene con el objeto que lo causa”.[1] De esta tesis, Allouch extrae tres corolarios: 1) La proposición de 1967 apunta a operar una transformación de lo que hasta ese momento era el estilo del psicoanalista. 2) La modificación de la escritura durasiana (de su estilo) testimonia y participa de una pretensión similar. 3) La razón por la cual esta transformación fue necesaria puede esclarecerse por la lectura de la “Obertura” de los Escritos, en la cual la cuestión del estilo está subordinada a la relación del sujeto con el objeto a: “es el objeto quien responde a la pregunta sobre el estilo”.[2]

Hablar de un o el estilo pone de manifiesto que el asunto no se plantea al nivel del trillado “cada uno su estilo”, como si se tratase de un rasgo individual, una exaltación del yo del escritor, cuya singularidad estilística a menudo es pensada como inalterable e intransmisible. Esta concepción común ha sido refutada desde muy distintos contextos: pintura, literatura, música. El estudio que Edward Said dedicó al estilo tardío (en singular), caracterizado por una ausencia de serenidad y armonía, por la impronta de ser algo inacabado, permite ubicar una transformación estilística en autores tan diversos como Beethoven, Ibsen, Rembrandt, entre otros. También hay un estilo tardío en Lacan.[3]

Sin embargo, al tomar de manera aislada el adagio de Buffon —“el estilo es el hombre mismo”—, citado por Lacan en la “Obertura” de los Escritos, ha sido frecuente hacer del estilo una suerte de signo distintivo de la singularidad, lo que fácilmente cae a la noción de individuo. Pero el hombre al que se refiere Buffon no tiene nada que ver con el individuo, ni siquiera con el humanismo, sino con el naturalismo. En efecto, para Buffon, el estilo debe obedecer al orden preestablecido de las ideas, cuya organización es reflejo de la naturaleza en su plan divino, de modo que el estilo es el hombre mismo cuando este alcanza una imitación del trabajo de la naturaleza.

¿Por qué, entonces, Lacan recurre a este adagio? A decir de Allouch, esta recuperación sólo puede ponderarse con base en la interpretación que Lacan pone en juego y cuyo ejercicio es definido en su sentido propiamente analítico: confirmación y prolongación. El verdadero alcance de dicha frase, al menos para lo que concierne al campo freudiano, radica justo en la prolongación que Lacan hace de ella: sí, el estilo es el hombre mismo… pero el hombre al que nos dirigimos. Al tomar este sesgo, la cuestión del estilo se desplaza hacia la destinación (l’adresse). Un costado que, por cierto, Buffon tampoco perdía de vista. Al dirigirse a los miembros de la Academia Francesa (conocidos como “los inmortales”) tuvo a bien devolverles sus propias palabras: “estas son algunas ideas sobre el estilo que he sacado de vuestras obras”. Voltaire, Marivaux, Montesquieu y otros recibieron de Buffon su propio mensaje en forma invertida.

Lo anterior lleva a una pregunta: ¿puede concebirse un estilo subordinado a la destinación? A decir de Allouch, la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” responde a esta pregunta al disociarla de su pedestal buffoniano y converge con el pase fallido del Vicecónsul de la novela de Marguerite Duras.

En primera instancia, Allouch señala que la obra de Duras pone de manifiesto una verdadera transformación estilística. Un abismo separa obras como Un dique contra el Pacífico (1950) o El marino de Gibraltar (1952) de aquellas que más tarde habrían de consagrarla como escritora. Tanto la autora como sus estudiosos han señalado a Moderato cantabile (1958) como una experiencia decisiva en su recorrido: “Moderato representa para mí algo muy diferente de mis primeros libros. Corresponde a un cambio, un cambio de mí misma probablemente”.[4] Por su parte, Allouch destaca sobre todo la posición subjetiva de Duras durante la escritura de El arrebato de Lol V. Stein (1966), posición de la cual la autora sólo habría dado cuenta en retrospectiva (aprés coup) y cuyos efectos se extendieron a sus obras subsecuentes: El Vicecónsul (1966), Destruir, dice ella (1969) e India Song (1973).

Lejos de ser meros datos eruditos, la referencia a estas fechas y obras tiene su importancia en el asunto mismo que es abordado en la primera parte del texto que Allouch presentó en las “Jornadas de Lille” en 1977, y cuya publicación tuvo lugar en el número 22 de las Lettres de l’école: la cuestión del estilo. Cabe destacar, por cierto, que esta primera parte de su texto fue recortada de manera considerable para su aparición en la revista Ornicar. ¿Decisión del autor o requisito de la publicación? No lo sabemos. Lo que sí podemos advertir es que esa primera parte, abocada al estilo o, más exactamente, a la transformación del estilo, resulta fundamental para el desarrollo que sigue.

¿Qué sucedió para que tuviera lugar esta modificación estilística en Duras? En varias ocasiones, ella misma describió el estado en el que se encontraba durante aquel tiempo: el miedo, la angustia, el encierro. Fue también cuando comenzó a dejarse llevar por la escritura, escribir sin saber lo que se va a escribir, hasta el punto de vaciarse de sí misma. Posición por completo antitética con respecto a un estilo concebido como exaltación del yo. Esta situación subjetiva le llevó a pensar que estaba perdiendo la cabeza. El cuestionamiento con respecto a su público también se hizo presente. ¿Qué lectores encontraría? Esta pregunta apunta al lugar de destinación de su obra, cuya respuesta y acogida fue totalmente inesperada. Se estableció, entonces, una relación con sus lectores que los involucra más allá de lo convencional. Duras ofrece una clave:

Yo trato de hacer lo que llamo “libros abiertos”, proposiciones, estructuras en las que el lector “desliza” su propio libro. ¿Y cómo llegar a eso? Evidentemente por el estilo, “no diciendo”.[5]

En efecto, para que el lector pueda deslizar algo de su parte es necesario que haya silencios, agujeros, cosas no dichas, estructuras no acabadas, vacíos que no deben tomarse como inconsistencias de la trama, pues son estos los que de hecho permiten el tejido de la historia. En este punto, resulta inevitable hallar otro paralelismo con Lacan, si recordamos las palabras finales de la obertura de sus Escritos: “quisiéramos llevar al lector a una consecuencia en la que le sea preciso poner su parte”.[6] Esta invitación a deslizar o poner algo de parte de lector no debe ser tomado como un recurso estilístico artificial, como si se tratase de un simple juego de parte del autor. Se trata, más bien, de la dificultad misma para asir el objeto en cuestión.

Así, a pesar de ubicarlo como fallido, Allouch destaca que, ya en El Vicecónsul, la exigencia asumida de insertar (aunque tal vez se trate de una inserción imposible) la pregunta del lector (que es al mismo tiempo una pregunta para el lector) en el corazón del texto se traduce por la invención de un dispositivo de escritura que no deja de evocar el dispositivo del pase. ¿De qué manera? Cerremos estas líneas con la conclusión que Allouch ofrece en su texto: la transformación estilística y el dispositivo del pase ponen de relieve un mismo acto que apunta a suscitar decires; un acto por medio del cual a minúscula es puesta en juego en A mayúscula, como lugar de destinación, es decir, lugar al cual se dirige el decir, campo de inscripción de lo que se articula en el discurso. El costado aún sibilino de estas últimas líneas invita a un despliegue que continuará en los próximos envíos.

Manuscrito de India Song con correcciones de Marguerite Duras

[1] Jacques Lacan, “Homenaje a Marguerite Duras”, en Otros escritos, tr. Graciela Esperanza y Guy Trobas, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 215.

[2] Jacques Lacan, “Obertura de esta recopilación”, en Escritos 1, 3ª edición corregida y aumentada, tr. Tomás Segovia y Armando Suárez, Siglo XXI, México, 2009, p. 22.

[3] Aspecto que ha sido trabajado por Gabriel Meraz. Al respecto, puede consultartse la presentación “El estilo tardío de Lacan. La tercera” en Andamiajes Lacanianos Nómades, el 21 de octubre de 2020. En línea: https://youtu.be/B-XwA_8ycyg

[4] Entrevista de Marguerite Duras con Roger Pillaudin (productor), Anthologie vivante, 10 de octubre de 1962, reunida bajo el título “La manos libres” en El último de los oficios. Entrevistas 1962-1991, tr. Alcira Bixio, Paidós, Buenos Aires, 2017, pp. 27-28.

[5] Marguerite Duras, “Dejarse llevar por la escritura”, en El último de los oficios, opcit., p. 90

[6] Jacques Lacan, “Obertura…”, en Escritos 1, op. cit., p. 22.

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