Cuando despertó, el monstruo ya estaba allí

“Tan atado está el que ata
como aquel sobre el que se trenzan las cuerdas.”
— Paul B. Preciado

El 22 de abril de 2021, Jacques-Alain Miller consiguió dividir —una vez más— la opinión de los lacanianos. Por una parte, a través de su cuenta de Twitter anunció la eventual publicación de una “montaña de papeles” (apuntes, borradores, manuscritos) que le fueron confiados por Jacques Lacan. Las muestras de entusiasmo no se hicieron esperar. Hay quienes han calificado el asunto como un “verdadero acontecimiento”; otros, quizás más moderados, han mostrado dudas con respecto a las maneras en que esos papeles pasarán al público. Por otra parte, ese mismo día Miller publicó un texto titulado “Docile au trans” [Dócil a lo trans].[1] Se trata de un texto provocador, en el cual Miller da rienda suelta a una serie de ocurrencias, sarcasmos y burlas sobre lo trans que han causado malestar, indignación e, incluso, vergüenza entre algunos lacanianos.

Un día antes, al anunciar la publicación de dicho texto —al que calificó de “arriesgado”— Miller advirtió que no se trataba de “una rendición incondicional a las Fuerzas del Movimiento de Liberación Trans conducidas por el valiente comandante Preciado. Es el inicio del proyecto de un esfuerzo de transacción entre dichas Fuerzas, desplegadas internacionalmente, y el Campo freudiano”.[2] Desde el inicio, el vocabulario se muestra claramente bélico (un rasgo que también estará muy presente en su texto). Miller ubica dos fuerzas en pugna, como si se tratara de dos ejércitos, uno liderado por un comandante… ¿y el otro? Estaríamos tentados a responder que en esa otra fuerza armada hallaríamos a su equivalente: el comandante Miller. Sin embargo, de inmediato evoca a Lacan para advertir que “no hay enunciación colectiva”. ¿Es que acaso Miller habla a título personal?

Ya en su texto —primer artículo del nº 928 de Lacan Quotidien— Miller se refiere a una “crisis francesa de los trans”; asegura que “la crisis trans está entre nosotros” (pero ¿a quiénes incluye en ese “nosotros”?) y, más exactamente, que se trata de “una revuelta trans” o “una revuelta de los trans”. La “crisis francesa de los trans”, precisa, estalló por lo menos tres meses antes de la publicación del libro La guerre des idées [La guerra de las ideas] de Eugénie Bastié, pues esta periodista francesa no la menciona en ninguna parte de su libro y, de haberla advertido, no la hubiera dejado pasar. Así, pues, según Miller, la llamada “crisis trans” estaría fechada en los primeros meses de 2021. Según él, antes de esa fecha, el asunto trans era “imperceptible”, permanecía “invisible”, si no es que “invisibilizado”.

De inmediato surgen otras preguntas: la así llamada “crisis” o “revuelta” trans, ¿se refiere únicamente al hecho de la visibilización de los y las trans? De ser así, no resulta muy preciso afirmar que sólo hasta los primeros meses de este año se hayan hecho visibles. ¿Para quién o quiénes eran imperceptibles? Pero Miller parece bien advertir que el asunto no es tan reciente como quisiera hacerlo aparecer en primera instancia, pues él mismo lanza una pregunta: “O quizás, ¿éramos todos no autores, autoras, sino avestruces?” El juego de palabras se pierde en la traducción: auteurs, auteures, autrices, autruches. Evidentemente, la referencia al avestruz [autruche] es un guiño a la expresión “política del avestruz” [politique de l’autruche], que se define por hacer como si ciertos hechos no existieran.

Pero Miller va más lejos, pues no sólo denuncia una “crisis” o “revuelta” trans, sino que además ubica quién estaría detrás del asunto. La explicación va como sigue: un nuevo paradigma de supremacía habría tenido lugar a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando los gobiernos les “soplaron” a sus “dominados”: “¡Hablen! ¡No se dejen hacer! Tienen derechos. Pueden estar enfermos, pero siguen siendo ciudadanos. Hagan como todo el mundo: ¡Quéjense! ¡Reclamen! ¡Pidan un ajuste de cuentas! ¡Exijan un reembolso! ¡Que les paguen! ¡Se terminó la dictadura sanitaria! ¡Abran paso a la democracia sanitaria!”. Así, la susodicha revuelta de los y las trans, junto a “sus aliados”, ni siquiera iría por cuenta propia, pues sólo habrían sido arengados por los gobiernos. Miller enseguida lo reitera: “A menudo, para sublevarse, se necesita el apoyo, incluso la orden proveniente de muy arriba, del Gran Cuartel General”.

La explicación milleriana —que francamente desprende un tufillo a teoría conspiracionista— apunta a señalar que la política nacional (francesa, se entiende) de salud pública sería la culpable de haber allanado la “revuelta de los trans” desde 1945. Por tanto, el susodicho cambio de paradigma (paradigm shift) habría prevalecido desde entonces bajo un axioma de separación que, a decir de Miller, estipularía cosas como: “No tendrás relaciones amistosas con el partido contrario. Seguirás tu camino. No pactarás. Amarás como a ti mismo, no a tu prójimo, sino a tu semejante. Amarás lo mismo como a ti mismo. Huirás del otro como de Satanás. Lo que se parece, se junta. Que nadie entre aquí si es diferente”.

Para ejemplificar el proceder de este “axioma de separación”, Miller recurre al grupo o movimiento “masculinista” MGTOW (Men Going their Own Way), quienes han establecido una suerte de supremacía masculina (o francamente machista), bajo un estandarte antifeminista que llega hasta la misoginia. Sin mucha precisión geográfica, Miller sitúa este movimiento “al otro lado del Atlántico”, señalando que la palabra Way le evoca la canción My Way de Frank Sinatra. Y, en lo que parece ser una asociación de ideas, Miller se refiere a la expresión estadounidense My way or the highway, para lo cual nos ilustra (o, si se prefiere, nos elucida) luego de haberle consultado a Google (el oráculo por excelencia de nuestros tiempos) que dicha expresión dio título a una banda de “pimp-rock” (el traductor escribe “rock de proxenetas”) llamada… Limp Bizkit.

No nos detendremos en la reciente “visibilización” por parte de Miller de una banda cuyo auge ocurrió hace más de veinte años, como tampoco en el hecho de que por ninguna parte hallamos información respecto de un supuesto género o estilo musical llamado “pimp-rock”. Lo que llama más la atención es esa acrobacia interpretativa que le lleva a decir que, así como “los hombres homos” se apropiaron del calificativo “queer”, dicha banda de rock de proxenetas habría hecho suyo el nombre Limp Bizkit (no tanto una distorsión, como dice Miller, sino una variante ortográfica de Limp Biscuit), lo que le parece “altamente sugestivo”, pues ningún proxeneta querría tener un “bizcocho suave”. Eliminen la idea de que Limp Bizkit es una banda de rock de proxenetas y el acróbata cae desde las alturas.

Inmediatamente después, al respecto del movimiento MGTOW, Miller afirma: “Todavía no tenemos el equivalente en Francia”. Y aquí la elucidación falla de cabo a rabo, pues da la impresión de que su investigación vía Wikipedia y Google no fue del todo exhaustiva. Bastaba con dirigirse a los vínculos externos incluidos en la entrada MGTOW de Wikipedia.fr para encontrarse con el sitio web francés dicho movimiento (https://mgtow-france.fr/). Luego, si la curiosidad era suficiente, sólo habría sido necesario visitar las páginas de los otros sitios que ahí mismo se enlistan para percatarse de la existencia en Francia de numerosas agrupaciones equivalentes, cuyos archivos se remontan hasta 2004 (casi veinte años). Algunos de esos grupos ya cuentan con canales en YouTube, páginas en Facebook y cuentas de Twitter.

Sin embargo, más allá de los datos y la información recién descubierta por Miller, la referencia al movimiento MGTOW —quienes se apropian de producciones musicales, libros y películas que puedan resultar afines a su ideología— tiene un claro propósito para Miller: denunciar una “misma estructura de pensamiento [que] se impone a todos”. No sólo se trata de un axioma de segregación sino de supremacía: unos contra otros, unos por encima de los otros, hombres contra mujeres, mujeres contra hombres. Según Miller, seguimos instalados en “la guerra de los sexos”, pero con la característica de que esta “incandescencia refleja el ascenso irresistible, en la época, del deseo de segregación”.

Luego de este rodeo, Miller regresa a la cuestión trans y presenta una “prosopopeya del trans”, es decir, se inventa un “trans imaginario” como interlocutor para hacerle decir cosas que —él supone— un trans podría llegar a decirle. Frases tales como: “Vuestra epistemología como vuestra clínica son sólo los desechos de una ideología obsoleta y agotada, que refleja estructuras de dominación patriarcal y heterosexual que caducaron para siempre”; “lo que ustedes llaman orgullosamente su ‘clínica’, es sólo un ‘zoológico humano’”; “solo tienen una cosa que hacer: callarse”. Esta figura estilística de la prosopopeya, según Miller, le gustaba particularmente a Foucault: ceder la palabra a interlocutores y oponentes ficticios, a la manera de un ventrílocuo. De hecho, Freud también utilizó dicho recurso, aunque Miller no lo evoca.

Pero ¿por qué o para qué hacerla de ventrílocuo? ¿Cuál era la necesidad de semejante artificio? ¿No hubiera sido más sencillo recuperar, no las palabras de un “trans imaginario” hecho a la medida, sino las palabras exactas que Paul B. Preciado dirigió como hombre trans a esos 3,500 miembros de la École de la Cause freudienne, el 17 de noviembre de 2019? Pareciera que no, pues en la veintena de páginas que Miller escribió no hay una sola referencia textual a las palabras pronunciadas por Preciado en aquella ocasión (a excepción de la mención a las dos primeras páginas introductorias, que comentaremos más adelante); como tampoco una sola respuesta (si es que la había) a las críticas que hizo. Resulta más fácil construir un contrincante de paja para después tirarlo de un resoplido.

Por cierto, cuando Paul B. Preciado se presentó ante la École de la Cause freudienne, él mismo dispuso una prosopopeya en acto. ¿Miller se percató de este recurso ya no meramente discursivo sino performativo? Es probable que no, aún y cuando no se le escapa que el título de la exposición de Preciado estuvo inspirado en el “Informe para una academia” de Franz Kafka, no parece haber dimensionado los alcances de semejante referencia. Leamos las palabras de Preciado:

En 1917, Kafka escribe “Ein Berich für eine Akademie”, “Informe para una academia”. El narrador del texto es un simio que después de haber aprendido el lenguaje de los humanos se dirige a una academia de altas autoridades científicas para explicarles lo que el devenir humano ha supuesto para él. […] Pues bien, académicos del psicoanálisis, como el simio Pedro el Rojo se dirigía a los científicos, yo me dirijo hoy a ustedes desde la jaula del “hombre trans”. […] Yo soy el monstruo que os habla. El monstruo que vosotros mismos habéis construido con vuestro discurso y vuestras prácticas clínicas. Yo soy el monstruo que se levanta del diván y toma la palabra, no como paciente, sino como ciudadano y como vuestro semejante monstruoso.[3]

Un simio que habla puede resultar bastante monstruoso (en su raíz etimológica, “monstruo” significa sobrenatural), pero también puede ser leído como un ejercicio de prosopopeya, pues recordemos que, en su definición más clásica, este recurso no es sólo hacerle decir cosas a un otro ausente (in absentia) sino otorgarle atributos de seres animados a cosas o seres inanimados. El simio de Kafka toma la palabra, aprende el idioma de los humanos para hablarles y hacerse escuchar por ellos. Un trans que les habla a los psicoanalistas, en calidad de monstruo, tiene alcances políticos que apenas si han sido vislumbrados. ¿Hasta qué punto han llegado las cosas para que un hombre trans tenga que aprender el idioma de los psicoanalistas para hacerse escuchar por ellos?

Sin embargo, luego de su prosopopeya, Miller acota que “un verdadero trans” no habría dicho lo que él acaba de imputarle a su “trans imaginario”, pues el primero, el “verdadero”, sería… “más educado”. ¿Por qué? A decir de Miller, porque “tienes que estar familiarizado con los lugares como yo […] para permitirte semejante blasfemia”. Entiéndase: para hablar así del psicoanálisis, de su práctica y de sus procedimientos, hay que estar “familiarizado”. Esta palabra resuena de muchas maneras, no porque Miller esté más familiarizado con el quehacer en el consultorio, sino porque está bastante más familiarizado —literalmente— con la causa, con la hija de Lacan y con Lacan mismo. No le imputo nada que él mismo no haya dicho, pues fue así como inició su texto, recordando su parentesco con Lacan; un recordatorio en el que nuevamente se hace el chistoso al afirmar que él, como las mujeres del #MeToo y los trans, también es una víctima, en su caso, de su suegro.

Aquel que se halle familiarizado será más educado, estará adiestrado, incluso domesticado. Pero Miller no se pregunta si los y las trans quieren familiarizarse a imagen y semejanza de él. De hecho, si hubiera atendido puntualmente las palabras de Preciado, se habría percatado precisamente de eso: “me resistí a esta domesticación”,[4] dice Preciado. Una domesticación que no sólo pretendía imponérsele desde su entorno familiar y social, sino también de parte de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas (los representantes de la función psi). Y no podemos dejar de pasar de largo que, entre las estrategias más añejas del medio lacaniano, se halla la clásica fórmula del “nunca estuvo en análisis”, que les sirve para desacreditar lo que alguien tenga que decir con respecto al psicoanálisis desde un punto de exterioridad. Como si no estuviera permitido. Pues bien, Miller acaba de reformularlo: “tienes que estar familiarizado”, de lo contrario, calladito te ves más educado. Sobra decir, por cierto, que en este caso ni siquiera sería aplicable: Preciado pasó diecisiete años en análisis. ¿Y entonces?

Sea como sea, Miller considera que la École de la Cause freudienne tuvo un “buen olfato”, porque, aún antes de que estallara la susodicha “revuelta” y “crisis” de los trans, invitaron a Preciado a… “tomar la palabra”. Nos detenemos nuevamente a hacer una disquisición sobre esta frase, pues no es posible dejar pasar las diferencias de enunciación: mientras que Preciado dice que él mismo “se levanta del diván y toma la palabra”, Miller afirma que “se le invitó a tomar la palabra”. Dos frases que, puestas en paralelo, permiten situar una dificultad: el monstruo requería de invitación, un escenario adecuado, el de las 49ª Jornadas de la Causa Freudiana, tituladas Femmes en Psychanalyse (“Mujeres en psicoanálisis”). Y ya con esto se habrá notado un desfase: se invitó a un hombre trans a unas jornadas sobre mujeres en psicoanálisis. Sería tentador leer dicho gesto como tendencioso, pero nos abstendremos de ello. De todos modos, la crítica más atinada vino de parte de Preciado: “Organizan ustedes un encuentro para hablar de ‘Mujeres en el psicoanálisis’ en 2019, adornan el escenario con flores, invitan a una ‘mujer’ a cantar, como si siguiéramos estando en 1917”.[5]

El trato francamente famillionario que le dieron a Preciado fue advertido por él mismo en las primerísimas páginas de la publicación de su conferencia, una cosa que parece haber disgustado en especial a Miller. ¿Qué fue lo que escribió Preciado en esas líneas? Señaló que su “discurso causó un seísmo”, que hubo “algunas risas socarronas” y que en cierto momento “la mitad de la sala me abucheó”. Luego, menciona que los organizadores del coloquio le indicaron que su tiempo estaba a punto de terminar, de manera que sólo pudo leer un cuarto del discurso que había preparado. Esa breve introducción (apenas dos páginas), aunado al contenido mismo de la conferencia, fueron suficientes para que Miller advirtiera “la vara puesta por el rigor —un rigor ciertamente un poco rígido en mi opinión— con el que Paul B. Preciado (FtoM) se dirigió a la audiencia reunida”.

Miller no pierde la oportunidad de señalar que ellos, por su parte, podrían reprocharle a Preciado el haber superado el tiempo pactado de… media hora. ¡Escándala! (así, con a), ¿cómo se atreve el señor Preciado a rebasar el tiempo concedido? Peor aún, les aventó una perorata poco educada, nada dócil, y, por si fuera poco, terminó publicando su texto en “las prestigiosas ediciones Grasset” (Miller dixit). Todavía más: Preciado ni siquiera mencionó el intercambio conclusivo con François Ansermet, lo que permitió que “la prensa simpatizante lo mostrara como un perseguido, un desgraciado, abucheado por una audiencia de imbéciles hoscos”. Sin embargo, ¿media hora no era poco tiempo? Es decir, por primera vez un monstruo, un trans, no imaginario, tomaba la palabra y les hablaba a los psicoanalistas en su idioma. ¿No despertó la suficiente curiosidad como para escucharlo hasta el final sin haber tenido que interrumpirlo?

Por si fuera poco, Miller aclara: “Dos o tres gritos hostiles se escucharon, es cierto, mientras que la audiencia eran tres mil quinientos” y, en caso de que a Preciado se le ocurriera decir que así no fueron las cosas, Miller se adelanta a señalar que las Jornadas se filman. Habría que destacar que esas jornadas no sólo se filmaron “oficialmente”, sino que también hay un video en YouTube tomado por uno de los asistentes donde se confirma la perspectiva de Preciado con respecto al trato que le dieron.[6] Por ejemplo, cualquiera que observe y escuche el video de la presentación podrá percatarse de una cosa: los aplausos, que en casi todas las ocasiones se acompañan de risas. ¿Cómo leer tales gestos? Miller no duda en decir que el público “aplaudió calurosamente su elocuencia”, pero francamente cabe dudarlo. Lo único que puede concluirse con seguridad de esos aplausos es que interrumpen el ritmo del discurso de Preciado. Esos momentos ameritan ser ubicados en la conferencia publicada y en el video que circula en la red:

  1. Preciado les dice “no creo que haya entre ustedes ninguna persona que haya oficial y públicamente renunciado a la diferencia sexual y que haya sido aceptada como psicoanalista de pleno derecho […] si hubiera una persona así entre ustedes, si ese psicoanalista trans, no-binario existiera y hubiera sido admitido entre ustedes como experto y estuviera aquí hoy, mis saludos para ese honorable mutante serían aún más calidos” (p. 15, minuto 3:45… aplausos y risas).
  2. Preciado saluda en español a los psicoanalistas hispanohablantes, y dirigiéndose en español dice: “señoras, señores y sobre todo otros, aquellos que no son ni señoras ni señores” (minuto 4:30… risas).
  3. Les señala que la organización de unas jornadas sobre “Mujeres en psicoanálisis” da la impresión de que siguen en 1917, cuando las mujeres eran seres exóticos entre las flores, como aquellas que adornan el escenario (pp. 19-20, minuto 8:20… aplausos y risas).
  4. Cuando les dice: “Más les valdría haber organizado un encuentro sobre ‘hombres heterosexuales blancos y burgueses en el psicoanálisis” (p. 20, minuto 8:35… aplausos, risas y chiflidos).
  5. Preciado les ofrece “la posibilidad de una terapia política de su propia institución” (p. 68, minuto 15:55… risas, gritos y aplausos).
  6. Les dice que todo el edifico freudiano está pensado desde la posición de la masculinidad patriarcal y es por eso que “necesitan ustedes un día para hablar de ‘las mujeres en el psicoanálisis’” (pp. 68-69, minuto 16:45… risas y aplausos).
  7. Preciado lanza la pregunta más incómoda del evento: “¿Cuántos de ustedes se definen hoy, aquí mismo, en esta academia, de manera pública como psicoanalistas homosexuales?” (p. 69, minuto 17:30… silencio, risas, silencio, alguien grita “bravo !”, y luego llegan los aplausos).
  8. Preciado les dice que les toca a ellos permitir “redistribuir la soberanía y reconocer otras formas de subjetividad política” (p. 101, minuto 28:45… sólo aplausos).
  9. Preciado les dice que “seguir practicando el psicoanálisis con nociones de diferencia sexual y con instrumentos clínicos como el complejo de Edipo” sería tanto como “seguir navegando por el universo con un mapa geocéntrico ptolomaico, o como negar el cambio climático o afirmar que la Tierra es plana” (p. 102, minuto 30:40… aplausos… en ese momento, quien preside la sesión se acerca a Preciado, y este responde que ya va a terminar… otra vez, risas).
  10. La última: “Hoy, es más importante para ustedes, señoras y señores psicoanalistas, escuchar las voces y los lenguajes de los cuerpos que el régimen patriarco-colonial ha excludio que leer a Freud y a Lacan” (p. 102, minuto 31:20… risas, abucheos, aplausos, cuchicheos, chiflidos). 

¿“Dos o tres gritos hostiles”? En efecto, menos mal las Jornadas quedaron filmadas, así nadie verá las cosas “desde su punto de vista”. Sea como sea, Miller concluye y le dice a Preciado (porque, en este punto de su texto, Miller ya no se dirige al lector, sino a Preciado mismo, como si se tratase de una carta):

Entonces hizo trampa, Preciado. Diría que es una buena jugada si estuviésemos en guerra. Justamente no lo estamos, incluso si le viniese como anillo al dedo que nosotros lo estuviéramos, porque es cierto que necesita de un cuco para animar a la tropa trans, que no son en absoluto todos los trans, sino el ala derecha e izquierda de una comunidad que se crea precisamente avanzando a marcha forzada.    

Se ha leído bien: Miller le dice a Preciado que no están en guerra, aún y cuando todo su vocabulario ha sido bélico: se refirió a Preciado como un “comandante” (lo compara con los barbudos, o sea, Fidel Castro), habló de las “Fuerzas del Movimiento de Liberación Trans”, advirtió una “revuelta trans”, una “crisis trans”, una “tropa trans”, etcétera. A Miller le molesta que ahora los patos les tiren a las escopetas, pero hay que recordar que, históricamente, la cacería (así como la guerra) ha sido una actividad por excelencia de hombres blancos heterosexuales y burgueses. De hecho, en el texto de Preciado no se halla ninguna declaración de guerra de su parte, sólo se limita a constatar que, a raíz de su discurso, tuvo lugar una guerra… entre las asociaciones psicoanalíticas. Lo cual es cierto y viene a demostrar el punto de quiénes hacen la guerra.

Pero a Miller le molestar además otra cosa: el “discurso del monstruo”, junto a “la arenga sonora, militante, vehemente”; que Preciado les haya hablado “como un maestro, un predicador, casi un profeta”. Algunas líneas antes, Miller se refiere a alguien más que adopta una posición de maestro: su nieto, quien lo “alecciona” con respecto al asunto trans. Es entendible, pues Miller mismo reconoce que en sus tiempos no había “transexuales entre nosotros” (¿transexual o transgénero? La distinción no parece quedarle muy clara). Eran otros tiempos, en efecto. Y Miller no está muy a gusto con los señalamientos de Preciado, como si se tratase de una invitación para un “aggiornamiento”. “La zanahoria después del palo”, afirma. Pero aggiornamiento no es una palabra usada por Preciado, sino por el propio Miller, de la cual hay que destacar que su uso predominante refiere a la puesta al día que la Iglesia romana pasó con el Concilio Vaticano II. La analogía no pudo ser más precisa con lo que respecta a la institución psicoanalítica.

Regresemos al avestruz evocada por Miller al inicio de su texto. Resulta que la idea bastante generalizada de que los avestruces hunden su cabeza en la tierra como un mecanismo de defensa es totalmente falsa. Sólo los humanos le atribuiríamos semejante reacción tan estúpida a un animal. En cambio, los humanos sí aplicamos políticas semejantes con bastante frecuencia. Pero, si quisiéramos seguir jugando con esa imagen —con perdón del avestruz— podríamos agregar que semejante politiquería sería peor, mucho peor, si quien hiciera de avestruz no sólo hundiera su cabeza en la tierra, sino que, manteniéndola hundida, tratara de abrir los ojos para elucidar lo que ocurre afuera; por cierto, sin tampoco pretender ver muy lejos, sólo hasta donde las fronteras nacionales se lo permitan. No es de extrañar entonces que, al sacar la cabeza del agujero —como si fuera un awakening, un despertar— el monstruo ya estuviera allí hablándole en su propio idioma.  

Al acotarse exclusivamente a lo que ocurre en Francia (al grado de que sus referencias a Estados Unidos sólo sirven para comparar la situación con lo que sucede en Francia), los planteamientos de Miller adolecen de un desfase palpable. Pero no sólo con respecto a lo que sucede en otras partes. Señalemos, por ejemplo, que ya desde el 23 de noviembre de 2003, en París, la École lacanienne de psychanalyse (Elp) y la asociación Caritig (Centro de ayuda, de investigación y de información sobre la transexualidad y la identidad de género) llevaron a cabo una jornada en la que se juntaron psicoanalistas y trans en una misma sala y tribuna.

Un lector hipotético podría protestar de que introduzcamos a la École lacanienne de psychanalyse en este punto, pero fue el propio Miller quien reconoció que, con respecto a la publicación del archivo Lacan, la École lacanienne de psychanalyse, “por iniciativa propia, ya ha avanzado en el archivo lacaniano” (tweet nº 23 del 22/04/2021). Por tanto, creo que no está de más advertir también que, desde hace más de veinte años, la Elp se ha acercado a los gay and lesbian studies y a trabajos de queer theory, como puede constarse en sus diversas publicaciones tanto en Francia como en América Latina (la lista completa de editoriales y revistas de la Elp pueden consultarse en su sitio web: www.ecole-lacanienne.net), publicando trabajos (artículos, libros, entrevistas) de Leo Bersani, Judith Butler, Pat Califia, Le Edelman, David Halperin, Lynda Hart, Mark Jordan, Jonathan Ned Katz, Elisabeth Ladenson, Vernon Rosario, Gayle Rubin o John Winkler.

Pero ¿por qué publicar y leer a quienes son “externos” al psicoanálisis? ¿Por qué leer y escuchar lo que ellos tienen que decir? ¿Tendrán acaso la educación suficiente para hablar de asuntos que conciernen al psicoanálisis? Son preguntas que un avestruz bien podría llegar a hacerse. Pues bien, hace veinte años, Jean Allouch señaló que la publicación de dichos trabajos era “para que al fin el movimiento lacaniano cese de ser insensible a lo que le es contemporáneo en la erótica”. Su respuesta sigue siendo actual. En aquel entonces, Allouch agregaba: “El tiempo dirá qué parte de ilusión vehiculiza semejante apuesta”.[7] Si nos atuviéramos únicamente a las palabras de Miller, tal pareciera que la recepción de dichos trabajos ha sido, si no nula, al menos bastante limitada… en Francia (y no solamente allí). Pero tampoco veo razón alguna para quedarnos con las palabras de Miller ni limitarnos a su contexto. El avestruz apenas va sacando la cabeza del agujero que cavó en la tierra, no hay necesidad alguna de permanecer a tono con su perspectiva.


[1] El texto en francés puede se consultado desde aquí: https://laregledujeu.org/2021/04/22/37014/transsexuel-docile-au-trans. Existe una traducción al español: https://elp.org.es/wp-content/uploads/2021/04/JAM-DOCILE-AU-TRANS-ES.pdf. En adelante, las citas textuales que haga serán extraídas de esta última versión.

[2] El hilo de tweets puede ser consultado: https://twitter.com/jamplus/status/1384908356725391363?s=20. La traducción es mía.

[3] Paul B. Preciado, Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas, Anagrama, Barcelona, 2020, p. 17.

[4] Ibidem, p. 24.

[5] Ibidem, p. 19.

[6] El video puede ser consultado desde aquí: < https://youtu.be/UEkaKjUG7fY >.

[7] Jean Allouch, “Avergonzados”, en línea: http://www.jeanallouch.com/document/188/2005-avergonzados.html

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