Una carta siempre puede no llegar a su destino (segundo envío)

29 de marzo de 2021

Hoy estaba decidido a empezar a escribir una reseña del libro de Gloria Leff… pero olvidé mi ejemplar en el consultorio. Querrás revirarme con la clásica: “¿y qué se te ocurre?” Pero no se me ocurre nada, así que ni empieces. Toda la semana anduve con el libro de la casa al consultorio y del consultorio a la casa. Y justo hoy que tengo tiempo para escribir… se me olvidó. Se me ocurrió, entonces, volver a escribirte, porque estoy casi seguro (pero ¿de dónde surge semejante seguridad?) que no has conseguido un ejemplar. En fin, quizás algo bueno surja de estos envíos que te hago (aunque, ¿siquiera los lees? Porque al anterior no respondiste).

Te voy a ser sincero: en un primer momento, la portada del libro no me dijo nada. ¿La viste cuando salió en Facebook? Un paisaje con una montaña al fondo… Sin embargo, la hoja legal aclara que se trata de un grabado del Brocken, el pico más alto de las montañas de Harz, y no fue sino hasta que leí el preludio que caí en cuenta del porqué de la elección de esa imagen: fue en Harz donde, en septiembre de 1921, se celebró la reunión del comité secreto —ese grupo de elegidos encomendados a salvaguardar el psicoanálisis—, en la cual Freud presentó algunas ideas al respecto de los así llamados fenómenos ocultos, en especial de la transferencia de pensamientos. Ahora bien, Gloria menciona también que el Harz era el lugar de connivencia para otro tipo de celebración: la noche de Walpurgis, cuando las brujas peregrinaban hasta allí para congregarse junto a demonios, espíritus y otros seres malignos.

Goethe evoca en dos ocasiones la noche de Walpurgis en su Fausto y sobra decir que Freud conocía muy bien dichas referencias. En la primera parte, mientras caminaban por la cordillera del Harz, Fausto y Mefistófeles se encuentran con el fuego fatuo que les servirá de guía, con el cual cantan una canción que inicia así: “En las esferas del sueño y la magia, / al parecer, estamos penetrando”. Momento de pasaje, pero también de iniciación. En la segunda parte, en cambio, la víspera es mencionada en voz de un Homúnculo: “hoy es la noche clásica de Walpurgis. No hay mejor ocasión para llevar todo a su propio elemento”. Una imagen me vino a la mente: los siete portadores del anillo —Freud, Jones, Abraham, Ferenczi, Sachs, Eitingon y Rank— viajando sobre divanes voladores hasta alcanzar la cima del Brocken para oficiar su reunión secreta. No obstante, ya para ese entonces no contaban con Mefistófeles… de quien te contaré en un envío posterior.

Sólo estando allí, en compañía de su comunidad de los anillos, Freud dio lectura a ese texto que hoy conocemos bajo el título de “Psicoanálisis y telepatía” (1921), pero que originalmente no era sino un “Informe preliminar”. Y si bien la reunión no se llevó a cabo durante la noche de Walpurgis (del 30 de abril al 1 de mayo), quizás a raíz de la elección del lugar, instalados en las esferas del sueño y de la magia, podríamos ver en ella un esfuerzo por llevar al psicoanálisis a su propio elemento, evocando las palabras de homúnculo fáustico. Pues si bien está claro que el psicoanálisis no surge del ocultismo, no podemos pasar por alto que varios fenómenos, a los que bien se les podría calificar de ocultos, jugaron una parte muy importante en el descubrimiento del inconsciente. Desde las enigmáticas cifras numéricas que vaticinaban acontecimientos futuros hasta las más abigarradas supersticiones.

Quizás no resulte desatinado pensar que, en aquella reunión, Freud hubiera querido retomar el alcance de su descubrimiento, en un momento en el que, como Lacan no dejó de recordar en sus primeros seminarios, en especial con su comentario de Más allá del principio de placer, el psicoanálisis se hallaba en crisis. Si retomamos los términos de la lectura lacaniana, fue durante la década de 1920 que Freud se vio impelido a descentrar nuevamente al sujeto, en la medida en que cada vez más se lo asimilaba al yo. La recuperación del ello de Groddeck, que desembocó en El yo y el ello (1923), estuvo en buena medida motivada por ese mismo esfuerzo (te habrías enterado si hubieras ido al taller de Pola en Tepoztlán). Por su parte, me parece que Gloria también enfatiza ese costado cuando menciona que no es casual que se reactive el interés por lo oculto en momentos de crisis del ejercicio analítico. Para pensarse: ¿cuál es la crisis (o las crisis) que aquejan al análisis en la actualidad?

Y hablando de olvidos (como el que tuve), sabido es que a esa reunión Freud no pudo llevar un caso ejemplar de la transferencia de pensamientos en el contexto de un análisis: el caso Forsyth/Forsyte/Vorsicht con su paciente el señor P. (que todo parece indicar que se trataba de Paul Bernfeld), asunto al cual Gloria le dedica varias páginas. Freud supo leer su propio olvido como la prueba de su “máxima resistencia” frente a la cuestión del ocultismo. Una resistencia que impuso un velo de censura que aún hoy en día resulta difícil levantar. En una entrevista con Inés Crespo, publicada en la revista Spy 2020, Gloria destaca, por ejemplo, cómo ella también tuvo que levantar su propia censura frente al tema. Se dice (y como en todo “se dice”, qué importa quién habla) que alguien allende del Atlántico le aconsejó no introducir el asunto del ocultismo en su anterior libro, no sé bien si restándole importancia del asunto o en un pretendido intento por evitar que su trabajo se desviara por ahí.

Lo cierto es que la censura frente al tema se mantiene y no dudo que haya quienes vayan a pasarlo de largo, al considerarlo irrelevante, una mera extrañeza en la historia del psicoanálisis o un raro episodio en la vida de Freud (ese es el sesgo que le da Jones), bastante convencidos como están de que el psicoanálisis no tiene nada que ver con cuestiones como la telepatía, la telequinesis, el espiritismo, los fantasmas, etcétera. Freud, por su parte, estaba advertido del rechazo que generaba la cuestión del ocultismo en algunos de sus contemporáneos, pero, aún con cierta ambivalencia, se mostraba menos ortodoxo de lo que algunos han querido retratarlo. A veces hace falta una buena cuota de coraje al interior del gremio de los analistas para abordar ciertos temas.

Otra cosa que desde un inicio me dejó intrigado fue ese “…y otros” en el subtítulo del libro. ¿No te da la sensación de que juega con una suerte de invocación, como si fuese una alusión a aquellos que son convocados durante una sesión espiritista? Freud, Hollós… y otros. Tiene un aire de misterio. En alguna parte Lacan menciona que los tres puntos marcan un lugar vacío. Sería como un agujero y, por ende, una separación, la marca de una distancia. Al final de cuentas, eso es la telepatía. La palabra está compuesta como un oxímoron: tele (distancia) y pathos (intimidad o tocar), a manera de una “distancia íntima” o una “intimidad distante”, aunque quizás podría ser más literal: tocar a la distancia, incluso conmover a la distancia.

Pero quizás no se trata de eso, y con esa frase “…y otros” se refiere a otra clase de aparecidos, es decir, los que aparecen entre las páginas de su libro: Sándor Ferenczi (“el astrólogo de los psicoanalistas de la corte”, como quería presentarse a sí mismo en Viena… aunque presiento que Nabucodonosor sí le hubiera cortado la cabeza cuando éste pidió que adivinaran su sueño), Carl G. Jung (cuyos mágicos encantos despertaron a los espíritus chocarreros que tanto asombraron a Freud), Helene Deutsch (quien fue la primera en reconocer que la transferencia era condición para esa otra transferencia, la de pensamientos); y también aquellos (aunque realmente son pocos) que se dedicaron a estudiar el tema, como Vladimir Granoff, Jean-Michel Rey, George Devereux, Jacques Derrida. Por cierto, Christian Moreau, autor de Freud y el ocultismo, se halla notablemente ausente, aún y cuando Gloria se remitió a él en varias ocasiones en su libro anterior.

Mención aparte merece Jean Allouch, pues sus trabajos resultan fundamentales en este libro. Y antes de que impongas objeción alguna, hete aquí una enunciación paranoica: no lo digo yo, lo dice ella. Desde hace varios años Allouch ha propuesto concebir el psicoanálisis como un ejercicio espiritual, un asunto que, sobra decir, también halló numerosos opositores. Presiento que con frecuencia aquellos que rechazan esa sugerencia son los mismos que con visceralidad rechazan la religión. Como te lo comentaba en el primer envío: confunden la magnesia con la gimnasia, o sea, confunden lo espiritual con lo religioso. Por eso me parece tan importante la manera en que Gloria aborda el asunto y cómo desde el inicio distingue lo religioso de lo que sería propiamente analítico. Como se dice: sabe hilar fino. Una metáfora que aparece de forma recurrente en su libro.

En efecto, Gloria menciona que tejer los fragmentos dispersos y las frases sueltas de István Hollós no hubiera sido posible sin los trabajos más recientes de Allouch; que su propuesta de abordar el psicoanálisis como un ejercicio espiritual fueron un hilo conductor a lo largo de su trabajo. Refiere de qué manera, con respecto al caso Forsyth/Forsyte/Vorsicht, Freud tuvo que echar mano del análisis para “desenredar los hilos” de aquella situación. Así como el hecho nada desdeñable de que Die Traumdeutung en húngaro no remite a la interpretación, sino a “Destejer los sueños»: Álomfejtés. Y, por si fuera poco, en el último capítulo de la primera parte Gloria se refiere a la telepatía como ese “hilo especial”, valiéndose de las propias palabras de Lacan. Es un libro de hilos, hilados, entramados, tejidos. ¿En qué consiste ese hilo especial que es la telepatía? A decir de Lacan, en una suerte de comunicación por vía directa; por ende, una suerte de transmisión que no requeriría de desciframiento alguno. ¿Cómo es esto posible? Lacan agrega que “el amor juega ahí su parte”. Un asunto de transferencia, por supuesto, pero, sobre todo, de contratransferencia.

Alguna vez ya te lo había comentado y ahora encuentro una confirmación: la contratransferencia es el hilo conductor —para seguir con la metáfora— que atraviesa los tres libros de Gloria: Juntos en la chimenea (2007), Freud atormentado (2016), Lo oculto: verdad indómita (2020). ¿Se trata acaso de una suerte de trilogía? No me refiero a que ella haya tenido la intención premeditada de escribirlos de ese modo, pero si los revisas te darás cuenta que transferencia y contratransferencia se hallan hiladas en cada una de sus obras: es la historia talmúdica de los dos hombres que luego de salir de la chimenea habrán de ir a lavarse la cara; son las errancias de Sigmund Freud con Elfriede Hirschfeld, a quien consideró como «su principal tormento»; es, finalmente, la magia de estar ahí, en la situación analítica, que hace que sucedan cosas francamente sorprendentes.

La transferencia de pensamientos no es ajena a la transferencia y la contratransferencia, de hecho se halla condicionada —atinada palabra de Helene Deutsch— por el lazo transferencial. Quizás podríamos hablar de contratransferencia de pensamientos, haciendo eco del señalamiento de István Hollós, retomado por Gloria: no es posible determinar quién es el emisor y quién el receptor de un mensaje telepático. Lo cierto es que es el analista quien acusa de recibo de dicho mensaje, ¿no? Sea bajo la forma de una curiosidad o incluso como un reproche de parte del analizante, el analista es quien se percata de ello. Ahí se pone en evidencia el costado contratransferencial del asunto, cuya incidencia en el analista puede llegar hasta el punto de descolocarlo. Pero, ¿en verdad era el destinatario de ese mensaje, de esa palabra cuya resonancia y efecto iluminativo provoca semejante sorpresa?

Tendrás que disculparme que aquí concluya este envío, pero no confío mucho en mi memoria para seguir remitiéndome a algunos pasajes. La pregunta permanece: ¿por qué se me olvidó el libro?

P.D. Un último artificio de mi tiempo libre: una tarjeta postal de los siete miembros del comité secreto frente al Brocken.

Siguiente envío.

2 respuestas a «Una carta siempre puede no llegar a su destino (segundo envío)»

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