3 de abril de 2021
Recibí tu mensaje. Sí, la telepatía entendida como “distancia íntima” o “íntima distancia” también me hizo recordar lo que Sara Vassallo menciona sobre el oxímoron, como una oposición que encierra un real incomprensible. Si Gloria estuviese de acuerdo con este punto, no lo sé. ¿Por qué no le escribes y se lo preguntas? Lo cierto es que tu asociación no me parece desatinada. Según Lacan, el ocultismo era el real para Freud —esa erre que lo hacía errar— y, por supuesto, la telepatía era una parte muy importante de lo oculto freudiano, aunque él se decantaba más por la posibilidad de una transferencia de pensamientos. Por eso me extraña que haya quienes quieran ver en Freud a un cientificista recalcitrante. Una fama a la cual Jung abonó bastante.
A mí no me entusiasmó tanto Un método peligroso de Cronenberg, pero es verdad que ahí aparece el encuentro de Freud y Jung con los espíritus chocarreros, cuando escucharon unos misteriosos crujidos. Gloria se refiere a este episodio sin quedarse en lo anecdótico. Gracias a su lectura del libro de Granoff y Rey, localiza una importante clave para ese acontecimiento. Verás, Freud le dice a Jung que su disposición a creer en tales misteriosos fenómenos se esfumó “con la magia de su presencia personal”, es decir, su credulidad estaba condicionada por la magia (Zauber) de estar ahí (Hiersein). No fue cualquier víspera, sino aquella en la cual Freud le adoptó “como hijo primogénito” y lo ungió como “sucesor y príncipe heredero”. Esos dos estaban bien amarrados por el lazo transferencial. Y si bien Gloria menciona que dicha carta (16 de abril de 1909) les sirve a Granoff y Rey como rejilla de lectura, a mí me parece que es ella quien supo tomarla así.
Lo que no muestra la película es un momento posterior —que quizás habría servido mejor como material para una escena cómica— cuando Freud se dio a la tarea de examinar cuidadosamente si tales ruidos se repetían, en qué habitaciones, cuántas veces, con qué intensidad. Podrás imaginarte a Freud, puro en mano, invocando a los espíritus, desafiándolos a que continúen con sus travesuras, a que se le manifiesten. ¿Habrá estado nervioso, expectante o con una incólume serenidad? Sobra decir que todos los ruidos del mobiliario que escuchó después no volvieron a cobrar cariz fantástico alguno, pues el mago con sus encantos ya había regresado a Zúrich.
Por cierto, en mi envío anterior te mencioné que para la reunión del comité secreto en las montañas de Harz (lugar de connivencia de brujas, psicoanalistas y demonios), ya no contaban con la presencia de Mefistófeles. Erraste al creer que me refería a Jung. Supongo que pensaste eso por su predilección a andar “en tratos con el diablo” —título que Andobas le puso a uno de sus artículos— y cuya frase pertenece a un refrán que aparece en el Fausto de Goethe en voz de Mefistófeles. “¿En tratos con el diablo, y le temes al fuego?” Freud le dirigió este pasaje justo después de que el muy cándido doctor Jung le contara sus aventuras y desventuras con Sabina Spielrein. Los encantos del joven aprendiz de brujo no sólo causaban ruidos, también provocaban incendios. Pero no me refería a Jung sino a un personaje menos recordado en la historia del movimiento psicoanalítico: Wilhelm Stekel.
La ocurrencia me vino a la mente por una carta que Freud le dirige a Jung el 27 de abril de 1911, en la cual le menciona que Stekel es “irremediablemente ineducable, un espanto para todo buen gusto, el hijo admirable del caos”. Esta última expresión se halla inspirada en un pasaje del Fausto, en el que Mefistófeles se presenta así durante la noche de Walpurgis celebrada en Harz. Ateniéndonos a las palabras de Freud: si a Jung le gustaba tratar con el diablo —so pena de chamuscarse—, Stekel era el diablo en persona. Pero mi ocurrencia tiene otro trasfondo que ahora te cuento. Pienso que si escribiera una reseña sobre el libro de Gloria no sabría cómo introducir estas cuestiones. Quizás tú puedas sugerirme algo.
Mientras esperaba a que respondieras, estuve a la búsqueda de una referencia perdida. Desde hace tiempo yo juraba y perjuraba que alguna vez había leído una carta de Freud en la cual decía que Stekel sabía acerca del ocultismo. Quizás recuerdes que, luego de la exposición de Gloria en el coloquio “¿Cómo se escribe el psicoanálisis?” (en abril de 2017), me acerqué a decirle algo. Desde lejos tú me miraste un tanto suspicaz, pero no me cuestionaste nada. Lo que en aquel entonces le pregunté fue si en sus investigaciones sobre el tema del ocultismo había encontrado alguna referencia a Stekel. Me respondió que nada en particular. Luego volví a buscar la susodicha carta que según yo había leído en alguna de las correspondencias freudianas, pero ya no pude hallarla. ¿Había sido yo la víctima de una jugarreta de los espíritus chocarreros?
Empecinado, luego de revisitar cada una de las correspondencias y de las menciones a Stekel, al fin acabo de encontrarla en el lugar menos esperado: una carta de Freud a Ernest Jones fechada el 20 de noviembre de 1908. Te podrás imaginar que no fue el primer lugar en el que busqué, pues nada me llevaba a pensar que ahí estaría, dado que Jones era un vigoroso opositor del ocultismo. Lo que Freud escribió fue: “Sus comentarios críticos sobre el libro de Stekel [Estados nerviosos de angustia y su tratamiento] son obviamente reales, ha dado en el clavo. Tiene lagunas en teoría y pensamiento, pero tiene una buena idea del significado del inconsciente y lo oculto”. ¿Qué tal? El problema es que una golondrina no hace verano y hasta ahora esa es la única mención que he encontrado de Freud sobre Stekel con respecto al ocultismo. Lo cual no me impide hacer una serie de conjeturas.
Hace unos años escribí un artículo a propósito de la influencia que Stekel tuvo en Freud para la introducción del simbolismo onírico. En la vulgata psicoanalítica —expresión que alguna vez le escuché a Gabriel Meraz— se tiende a creer que lo de los símbolos siempre fue un asunto de Jung y que esa fue la razón principal de su quiebre con Freud, cuando la verdadera manzana de la discordia fue la libido (siempre lo es, ¿no te parece?). Pero quien realmente impulsó el tema del simbolismo al interior del movimiento psicoanalítico fue Stekel. No lo digo yo, fue Freud quien lo dijo en numerosas ocasiones, aún después de consumada la ruptura entre ellos.
Ahora bien, si algo caracterizaba la opinión de Freud sobre Stekel era su marcada ambivalencia. Al mismo tiempo que le reconocía un don especial para la interpretación de símbolos, se quejaba constantemente de su forma de trabajar (de su estilo, pues). En una carta dirigida a Jung el 11 de noviembre de 1909, Freud se refiere a Stekel como “una persona carente de disciplina y de sentido crítico”, que por desgracia “posee el mejor olfato de todos nosotros con respecto a la significación del inconsciente”, razón por la cual lo mejor era “retenerle y aprender de él, pero con desconfianza”. No te será difícil hallar similitudes entre estas líneas y aquellas enviadas a Jones. Una suerte de “sí, ese tipo es un problema, pero, mire usted, tiene un no-sé-qué-que-qué-sé-yo, por lo que más vale tenerlo cerca”.
Un par de años después, Stekel publicó El lenguaje de los sueños (1911), un mamotreto donde reunió una enorme lista de símbolos con sus respectivas significaciones (hoy diríamos: sus traducciones). Públicamente Freud se refirió a ese libro como parte de las investigaciones científicas del psicoanálisis, pero a Jung le escribió: “El nuevo libro de Stekel es, como siempre, rico en contenido —el cerdo encuentra las trufas—, pero, por lo demás, una porquería sin ningún intento de resumir, lleno de generalidades hueras y de nuevas generalizaciones torcidas, realizado con una negligencia increíble”. Vaya que era llevadito Herr Professor. Esa no sería la única vez que compararía a Stekel con un cerdo, dado que éste “hallaba” la significación de los símbolos oníricos “por vía de la intuición, en virtud de una facultad que le es propia de comprensión inmediata de los símbolos”, como escribió Freud en un agregado a La interpretación de los sueños en 1925. Lo más curioso es que, según esto, Stekel no fallaba en sus interpretaciones, pues Freud las “comprobaba” y a regañadientes las aceptaba.
Si extendemos la analogía freudiana, podríamos agregar que a un cerdo nunca se lo deja libre cuando de buscar trufas se trata, pues si así fuera se las terminaría devorando a la primera oportunidad. Hay que llevarlo amarrado y con un bozal bien colocado para que el recolector pueda hacerse de los preciados frutos. Y aún cuando también existen perros truferos (¿como aquellos empeñados en perseguir la verdad de la cosa freudiana?) con los cuales es más sencillo lidiar, el finísimo olfato del cerdo resulta de un don sin igual. La verdadera cuestión aquí es: ¿qué pudo haber recolectado Freud de Stekel con respecto a lo oculto? De una vez te digo que responder a esta pregunta no está nada fácil.
Siempre es grato hallar trabajos que coinciden con las propias intuiciones y conjeturas. En Freud y el ocultismo, Christian Moreau reconoce el mismo problema: no es posible definir a ciencia cierta qué tanta influencia pudo tener Stekel en Freud con respecto al ocultismo y la telepatía, pero ofrece una información muy valiosa. En su texto “Sueño y telepatía” de 1922, Freud narra un sueño calificado de “profético”, cuyo contenido fue leído como “un audaz desafío a las fuerzas ocultas” (carta a Ferenczi del 10 de julio de 1915), cuya audacia —Gloria destaca— lo llevó en el ocaso de su vida a virar su relación con la ciencia y lo oculto. Ahora bien, en dicha publicación, Freud afirma que su sueño se expresaba con todos los medios del simbolismo de la muerte estudiados por Stekel y agrega: “¡No dejemos de cumplir aquí el deber, con frecuencia incómodo, de la honestidad bibliográfica!” Quizás había otra razón para tener en mente a su antiguo discípulo: en 1918 Stekel publicó su libro El sueño telepático. Mis experiencias acerca de los fenómenos de clarividencia en la vigilia y el sueño. ¿Una mera coincidencia?
Moreau mantiene la opinión de que “al parecer fue la publicación del libro de Stekel la que determinó a Freud a abordar, a su vez, el delicado problema de la telepatía”. Quizás fue lo que levantó su autocensura, pues sabido es que si a Freud no le gustaba que sus allegados se le adelantaran, menos que sus antiguos discípulos y colaboradores lo hicieran. Moreau también agrega: “es asombroso, en efecto, comprobar la similitud de ciertas ideas desarrolladas por Stekel en su libro con las que retomó Freud ulteriormente, pero es difícil saber con exactitud en qué sentido se ejerció la influencia”. Y lanza una hipótesis: que si hubo una verdadera influencia, ésta sólo pudo haber germinado entre 1909 y 1911. Todo esto se mantiene a nivel de una conjetura, pero quizás a ti te interese seguir este hilo de Ariadna y ver a dónde te lleva.
Una cosa más (y ya regreso al libro de Gloria, para que no vayas a quejarte de que soy como aquellos que en un seminario dicen “yo más que una pregunta tengo un comentario” y, acto seguido, se avientan un rodeo inmenso que poco o nada tiene que ver con el tema): la explicación freudiana de la telepatía se vale de algunas hipótesis que a muchos han parecido una franca locura (razón de peso para no darle la espalda). En la 30ª de sus Nuevas conferencias sobre psicoanálisis, Freud menciona que el proceso telepático consiste en un acto anímico en una persona que incita en otra ese mismo acto anímico. Se trataría, por lo tanto, de una comunicación por vía de una transferencia psíquica directa, una forma de entendimiento más originaria y arcaica que habría sido puesta de lado a causa de la evolución filogenética. Gloria señala que, bajo esta perspectiva, la telepatía es concebida como precursora del lenguaje mismo. Podríamos decir: un lenguaje avant la lettre, cuya herencia actual sería la de una comunicación de inconsciente a inconsciente, sin intermediación del lenguaje. ¿Era así como Stekel hallaba las trufas del inconsciente?
Lo que me parece significativo es que, en el curso del desarrollo filogenético, que Freud construye echando mano de las ideas lamarckianas (que también disgustaban a Jones porque le rompían su imagen de Freud como hombre de ciencia), el primerísimo de los lenguajes, anterior a las palabras, habría sido el de los símbolos. En efecto, Freud concebía al simbolismo como el modo de expresión más antiguo de la humanidad, en cuyos orígenes se hallaba muy intrincada la sexualidad humana (razón por la cual muchos símbolos oníricos remitían a los órganos sexuales) pero, con el paso del tiempo y el desarrollo del lenguaje, habría ido desapareciendo hasta sólo conservarse algunos remanentes en mitos, cuentos, leyendas, refranes y en el folclor de los pueblos. En última instancia, si en el origen fue la telepatía, el simbolismo vino poquito tiempo después.
Debo confesarte que hay algo del abordaje freudiano que no termina por convencerme: así entendido, pareciera que sólo algunos poseerían la facultad de leer los pensamientos, de recibir mensajes telepáticos o de contar con semejante poder de intuición para colegir las significaciones del inconsciente. ¿No te parece que de pronto regresamos a los términos con los cuales A se refería a los antiguos intérpretes de sueños en el cuento de Erri de Luca del que te hablé en mi primer envío? Seres privilegiados, dotados de un don y una gracia que ni el mismo Freud poseía.
Pues bien, déjame decirte que si algo encontrarás en Lo oculto: verdad indómita de Gloria Leff es que la posibilidad de escuchar y leer de otro modo que cualquiera, acogiendo lo acontecimientos más sorprendentes que acontecen en la experiencia del análisis, no depende de un don sobrenatural, sino de una particular posición frente al saber y una apertura a escuchar lo extraño. Esa es la lección de István Hollós, a quien Gloria le impide su segunda muerte. “¿Eso es todo?”, te escucho preguntarme con un tono escéptico. No-todo, se escuchó por ahí decir a un lacaniano. Lo cierto es que para ejercer el análisis no se requiere de habilidades misteriosas sino de un contacto íntimo con el inconsciente. En ese sentido, no se trata de una iniciación, ni de adquirir una suerte de poder mágico sino, más bien, de la magia de estar ahí, en la trasferencia. Hay que dejarse incautar por el inconsciente —por sus signos y sus cifras— pero no por aquellos trúhanes (a punto estuve de escribir rufianes) que se pretenden poseedores de un saber oculto.
Momento de concluir… por ahora.


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