6 de abril de 2021
Todavía no me explico por qué se me olvidó mi ejemplar de Lo oculto: verdad indómita cuando me decidí a escribir una reseña, pero tal vez la consecuencia sea afortunada. En estos envíos me he dado cierta libertad que no me habría permitido de otra manera. Por su forma, carecen de originalidad alguna, pues emulan aquellos que fueron reunidos por Jacques Derrida en La tarjeta postal y Telepatía. Un asunto que me tiene sin cuidado ¿sabes? Desde hace un rato pienso que la originalidad no es mas que un accidente. Así, pues, esta no será una reseña y te advierto que aquí no recurro a ningún artilugio magritteano del tipo “esto no es una pipa”. A no ser, por supuesto, que esta sea una denegación, y con ella levante una paradoja digna de Epiménides: no vayas tú a creer que estoy denegando.
Y hablando de Derrida… ¿por qué te sorprendió que Gloria lo introdujera en su libro? Si bien es cierto, como dices, que los lacanianos no son nada afectos a Derrida, también es cierto que el trabajo de Gloria no cae en lo que comúnmente se designa bajo el calificativo de “lacaniano”. Creo que incluso se ha vuelto necesario dar un paso al costado del lacanismo, su vertiente más recalcitrante y dogmática. Quizás por eso Gloria se ha sentido interpelada por temas como la contratransferencia y el ocultismo, dos asuntos que han permanecido en un espeso silencio entre los lacanianos. Otro tanto podríamos decir del affaire con Derrida, pues me parece que, al introducirlo en su trabajo, escapa de otro malestar que caracteriza a lo peor del lacanismo: una suerte de rechazo a todo aquello que provenga de un punto de exterioridad, especialmente cuando adquiere un tono crítico.
Seguramente has escuchado los prejuicios más machacados entre los lacanianos para descalificar a Derrida: que no practicaba el análisis, que nunca se analizó y, para acabar pronto, que lo suyo era la filosofía. Es verdad que estas diatribas no han sido dirigidas con exclusividad a Derrida y que no justifican el rechazo visceral que a veces ha despertado, pero es que creo que en su caso hay otros asuntos que han levantado furores: las críticas que hizo a algunas de las tesis de Lacan (en especial a “El seminario sobre La carta robada”), su posicionamiento con respecto a la relación entre ética y psicoanálisis (cuya etificación, curiosamente, ahora también es abanderada por ciertos lacanianos afines a lo políticamente correcto), su concepción ampliada de “análisis” que le llevó a decir que él mismo era analista “a sus horas” (lo que tiene todo el semblante de una provocación).
Personaje polémico, de eso no hay duda. Aún así me pregunto: ¿por qué sería preferible descalificarlo o ignorarlo antes que intentar responder a sus críticas? Los que así lo hacen, ¿consideran que no vale la pena, que aquello que dijo es intrascendente, que el análisis se sitúa en coordenadas tan distintas que ni siquiera habría que hacer el esfuerzo por leerlo? El sesgo político que algunos adoptan tiende a ser el de ignorar, hacer como si nunca hubiera pasado, mientras que otros adoptan actitudes que francamente me parecen desmedidas. Se dice que, durante un seminario, un digno militante de ese lacanismo recalcitrante dijo con orgullo que luego de leer La tarjeta postal de Derrida había tirado el libro a la basura. Sin comentarios.
A mí me sorprendió hallar a Derrida en el libro de Gloria por otras razones. Hace tiempo, durante un trabajo de cártel, César Casiano (a quien seguramente conoces) hizo algunas referencias a propósito de Letra por letra de Allouch, y en especial a la idea de una fragmentación al infinito de la letra o carta (en francés: lettre) que tendría como consecuencia la inminente posibilidad de extraviarse. Se trata de una tesis derridiana en clara contraposición a la de Lacan, para quien la letra o carta es indivisible y siempre llega a su destino (frase que cierra el “Seminario sobre La carta robada”). Allí había un debate importante que no podíamos pasar inadvertido. Nos remitimos a varios textos y la discusión se puso bastante interesante, porque no alcanzábamos a ubicar de dónde surgía la objeción de Derrida. Había algo elusivo, difícil de discernir para nosotros en ese momento. En esas honduras nos hallábamos cuando otro miembro del cártel nos invitó a revisar esos temas… en otra parte. Podrás imaginarte que el cártel no duró mucho después de eso.
Pues bien, al llegar a las páginas 119 y 120 de su libro, Gloria cita un fragmento del texto Telepatía de Derrida que vino a esclarecer este asunto: “es porque hay telepatía que una carta siempre puede no llegar a su destino”. Tuve que detener mi lectura de inmediato; me acababa de caer el veinte. Es que la tesis de Derrida adquiere un alcance completamente distinto cuando se la pone en relación con el planteamiento de István Hollós: si la telepatía pone en cuestión quién es el emisor y quién el receptor de un mensaje telepático, lo que a su vez pone en entredicho cuál es el sentido del mensaje, entonces… una carta siempre podría no llegar a su destino. No se trataba de una mera disquisición especulativa: Derrida ponía el acento en un costado que quedaba por fuera del esquema lacaniano del recorrido del significante tal y como este fue esbozado en el seminario dedicado al cuento de Poe.
Aún hay más: yo ya había leído otro pasaje que Gloria cita en la página 119, proveniente del libro El psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual? de Allouch, pero no fue sino con su traducción y comentario que pude ubicar mejor su contundencia: según Allouch, no sólo no ha habido una respuesta a la aguda crítica que Derrida hizo de “El seminario sobre La carta robada”, sino que, de hecho, ya no es factible atenerse al esquema que ahí fue presentado. Las experiencias telepáticas, por ejemplo, ponen en entredicho el recorrido de la carta tal como fue presentado en dicho estudio, en el cual los lugares del emisor, el receptor y el mensaje se hallan claramente localizados. Las experiencias de Hollós, reunidas y expuestas por Gloria en el tercer capítulo de su libro, dan cuenta de esta dificultad: una palabra o frase cuya resonancia alcanza al analista, ¿fue un mensaje dirigido a él o fue él quien le envío dicho pensamiento al analizante? El sólo hecho de abrir esta pregunta permite desplegar toda una serie de consideraciones sobre el ejercicio del análisis.
Una de ellas atañe a una concepción aún muy extendida: la del análisis como una situación binaria y unidireccional, en la cual se cree que estaría bastante claro que el mensaje iría de uno (el analizante, como emisor) al otro (el analista, como receptor), cada uno contando con su propio inconsciente personal. Pero una concepción del inconsciente en estos términos sigue siendo partidaria de una noción de individuo, de algo que sería más propio del sujeto psicológico. El trabajo de Gloria sitúa las cosas de otra manera frente a ese planteamiento que sigue estando muy difundido y, en ese sentido, atiende a un panorama que en efecto parece ser el de una crisis del ejercicio analítico.
La situación analítica no se establece a partir de una relación de a dos sino de tres, se precisan tres, es más —como Antonio Montes de Oca lo expuso alguna vez en un coloquio— no hay dos sin tres (ni cuatro, ni cinco, ni seis). Ese tercero no ha de ser comprendido como un ser ni como un ente en común que establecería una relación entre analizante y analista. Eso sería decantarse por un vínculo religioso, como el establecido entre Daniel y Nabucodonosor por obra de Dios a causa del sueño que les mandó a ambos, cifrado para uno, descifrado para el otro. Por el contrario, el tercero del que se trata en el análisis se interpone entre analizante y analista, como un agujero o un lugar vacío. Ese tercero hace obstáculo a la relación. Es parte de lo que, en última instancia, permite concebir al análisis como un ejercicio espiritual, un cierto ascetismo que permite desembocar precisamente en la inexistencia del Otro.
No deja de ser interesante que, hace casi cuarenta años, Derrida planteara que la telepatía objetaba la tesis lacaniana de que una carta siempre llega a su destino, pero que dicha tesis haya sido tan desatendida. Derrida llega hasta plantear que no es posible una teoría del inconsciente sin una teoría de la telepatía. Estoy de acuerdo: el inconsciente no puede quedar ajeno a tales experiencias, y el esquema clásico de la comunicación resulta insuficiente. Seguramente ya habrás advertido por dónde va mi hipótesis: la resistencia de los analistas a los fenómenos del ocultismo, aunada al rechazo a toda crítica proveniente de un punto de exterioridad, no permitió leer lo que Derrida había escrito con todas sus letras. ¿Qué consecuencias tendrá esta nueva lectura? No lo sé, pero creo que sería mejor no reincidir en los debates del tipo “Lacan o Derrida”, una oposición asumida en su momento por Marcelo Pasternac. Quizás habría que concederles menos peso a las credenciales analíticas y acentuar más la importancia de lo que tiene lugar en el ejercicio mismo del análisis.
De ahí que surja una pregunta decisiva: ¿cuál es el estatus de un mensaje telepático? Gloria hace bien en no cerrar el tema, pues se abstiene de ofrecer una respuesta definitiva, pero coloca las cartas sobre la mesa. ¿Se trata de un signo que le significa algo a alguien, en este caso al analista? Algunas de las experiencias recogidas en su libro permiten pensarlo así, en especial por el carácter iluminativo y sorpresivo que las caracteriza. ¿O se trata acaso de un significante, situado por fuera del sentido y que habríamos de retomar en su estricta literalidad? En este último caso el desciframiento no quedaría excluido, sino que hasta cierto punto sería convocado. Tal vez el asunto no se pueda resolver a nivel de una disyuntiva excluyente. Lo cierto es que el mensaje telepático desordena nuestras categorías.
Gloria también destaca el costado de la cifra que, sin pretensiones de erigirme en adivino, presiento que cobrará una importancia cada vez mayor y quizás hasta llegue a desplazar la tan lastrada noción de significante. Estarás de acuerdo conmigo en que algunos de los términos del psicoanálisis lacaniano (significante, deseo, estructura, goce, falo, etcétera) se han convertido en monedas corrientes que han perdido su valor. Algo similar ha ocurrido con algunos aforismos (“no hay relación sexual”, “la mujer no existe”, “el deseo es el deseo del Otro”) repetidos una y otra vez por los lacanianos. Y si bien muchos coinciden en que no hay que permitir que se anquilose el ejercicio del análisis, creo que también vale la pena procurar que la escritura que concierne a dicha experiencia encuentre otros recursos. Los últimos trabajos de Allouch persiguen un objetivo así al hablar de voluntad, libertad, sublevación, apprivoiser, llegando incluso a proponer dos analíticas del sexo. No me cabe duda de que el libro de Gloria se inscribe en esta línea, pero explorando otros terrenos en barbecho o francamente abandonados por ese lacanismo recalcitrante. Ve tú a saber qué recepción vaya a encontrar.
Ahora te voy a compartir una idea que se me impuso durante este ejercicio de escritura. Hay otro estatus de ese mensaje telepático que pude atisbar de forma latente en el libro de Gloria. En la versión en francés de la cita que retoma de Derrida, éste habla de una structure cartepostalée. Creo que coincidirás conmigo en que ese cartepostalée tiene un valor de neologismo. En la traducción al español se trasladó como “la estructura de la carta postal”, mientras que al inglés pasó como postcarded, lo que en ambos casos le resta a la expresión su fuerza neológica. Sin embargo, dicha expresión también apareció en los “Envois” de La carte postale de Derrida, como “la structure cartepostalée de la lettre” (p. 99), que en español quedó como “la estructura tarjetopostalizada de la carta” (p. 92), en un intento por salvaguardar el carácter neológico de la expresión.
Pues bien, ¿y qué con eso? La estructura de toda tarjeta postal —esa estructura cartepostalée— se compone por la conjunción de una imagen (un dibujo o una fotografía) y letras (una escritura), pero no se reduce ni a una ni a la otra. Se sitúa en el litoral del simbólico y el imaginario. La imagen de una postal no se limita a ser una simple ilustración de lo escrito, así como tampoco la escritura se acota a una remisión de la imagen. Si echamos mano de los términos utilizados en la “conjetura de Lacan” sobre el origen de la escritura (extraída por Allouch del seminario La identificación), podríamos decir que se trata de una estructura entre signo y significante. Lo que termina por problematizar esta misma distinción. No lo digo yo: en El psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual? hallarás que, haciendo eco del seminario De un Otro al otro de Lacan, Allouch pone en cuestión la tan clara separación entre signo y significante. ¿Será que el mensaje telepático tiene justamente una estructura como de tarjeta postal, una estructura cartepostalée que, a la manera de una imagen, nos hace signo, al mismo tiempo que su escritura convoca a su lectura, si no es que incluso a su desciframiento? Lo cierto es que se trata de una opacidad que nos lleva a dar tumbos.
Termino estas líneas con una ocurrencia que me vino a la mente: ¿has visto la imagen que ilustra Juntos en la chimenea, el primer libro de Gloria? ¿Te has percatado de que se trata de una tarjeta postal? Tal pareciera que tenía cierto carácter premonitorio, como anticipándose a algo que vendría después, ¿no crees? Una lectura que hago après coup (¿y por qué impedírnosla? Si el análisis se caracteriza por una temporalidad de lectura que es especialmente esa). Estoy casi seguro de que he visto la tarjeta original encima del entrepaño de un librero. Puede ser que esté ahí colocada simplemente como un objeto de decoración, pero lo que ahora me pregunto es si al reverso tiene algo escrito con puño y letra, o si permanece en blanco, aguardando el trazado de un mensaje; si alguna vez fue enviada y luego recibida, si ha tenido un emisor y un destinatario, o si permanece en demora; es decir, en última instancia de la letra, si ha cumplido con su función de tarjeta postal. Quizás algún día, si la curiosidad me gana, se lo pregunte a Andobas.
Post scriptum: A buena hora me avisas que te ausentarás por un tiempo, tendré oportunidad de hacerte llegar un último envío a propósito de algunas experiencias que rayan con lo oculto, sólo dame un par de días.


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