Una carta siempre puede no llegar a su destino (quinto envío)

9 de abril de 2021

He aquí el último de mis envíos antes de tu partida. Te advierto que será distinto a los anteriores. De hecho, si alguna vez me decidiera a publicar lo que a continuación voy a contarte, creo que sería conveniente incluir una breve digresión, la cual podría decir algo como esto:

¿Cuáles serán los motivos de la molestia, si no es que francamente del rechazo, que despierta en algunos el que alguien refiera un propio sueño, lapsus o acto fallido para dar cuenta de cómo se halla subjetivamente concernido en un asunto? Esta duda resulta aún más inquietante cuando los que así reaccionan pertenecen al gremio de los analistas. ¿Acaso no fue gracias a que Freud hizo públicos algunos de sus sueños, lapsus y actos fallidos que pudo dar cuenta de su descubrimiento? No parece que hayamos ganado mucho volviéndonos celosos dueños de nuestras propias formaciones del inconsciente, como si se tratasen de íntimos tesoros que habría que mantener en secreto. ¿Será que aquellos que critican esa puesta a cielo abierto ponen bajo sospecha que tales formaciones hayan ocurrido tal como se las relata? Imposible sería pretender convencer de la veracidad de lo dicho, pues la duda de si así fueron efectivamente siempre puede terminar por impugnarlo todo. Si el lector de estas líneas considera que sale sobrando que el autor exponga cómo se halla implicado subjetivamente, lo mejor sería que aquí mismo detuviera su lectura.

Fin de la digresión. Lo que tal vez podría resumirse con una frase: no voy a pedirle a nadie que me crea. Apelo a la libertad del lector.

Alguna vez ya te lo había dicho y tu única reacción fue echarme una mirada de soslayo. Esas cosas pasan entre Itzel y yo. Con relativa frecuencia ella dice algo que yo estaba pensando antes de que yo se lo dijera o yo le digo algo que ella estaba pensando antes de que ella me lo dijera. De las varias ocasiones que eso ha tenido lugar, me viene a la mente una bastante ejemplar: iba yo caminando por la mañana rumbo al consultorio, luego de salir de una sesión de análisis. Al pasar frente a una tienda, eché un vistazo a su interior, donde vi un refrigerador que contenía varios productos, incluidos envases de yogurt. De pronto me acordé: no me había llevado la colación del día, que consistía en un vaso de yogurt. En ese preciso momento me llegó un mensaje de Itzel por WhatsApp: “¡No te llevaste la colación!”.

Una simple casualidad, dirás. He aquí otro ejemplo: íbamos en el coche y luego de avanzar algunas cuadras nos detuvo el semáforo. Íbamos en silencio, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Una serie de asociaciones me llevaron a recordar a Abraham, uno de nuestros amigos en común. Y, en ese exacto momento, ella dijo algo que tenía que ver justamente con… Abraham. Sucesos como este último han sido bastante más frecuentes: la coincidencia de una idea, un pensamiento, una palabra e incluso un recuerdo que parece llegarnos al mismo tiempo. Nunca nos hemos referido a esos sucesos con términos como “transferencia de pensamientos” o “telepatía”, sino que, incluso mucho antes de interesarnos por el psicoanálisis, siempre hablamos de esa conexión… y no precisamente telefónica, como Freud procuraba explicarse la comunicación telepática.

No creas que no me he dado a la tarea de analizar cómo o por qué suceden tales cosas. He llegado a examinar qué pudo haber despertado en ambos el mismo pensamiento (pero ¿en verdad se trata del mismo?) y, desde hace ya un tiempo, cada vez que ha pasado le he pedido que recuerde cuál fue la cadena de pensamientos —su train of thought, como se dice en inglés— que la llevaron a uno en particular, a ese último que coincidía o resonaba con el mío. He puesto a prueba la conjetura de que quizás ambos vimos o escuchamos algo que pudiera haber evocado lo mismo. A pesar de ello —o debido al ello, a la Groddeck— la mayoría de las ocasiones no hay punto en común. Tal pareciera que simple y sencillamente arribamos a un mismo pensamiento. ¿Qué clase de brujería es esa?

Hay una frase desperdigada con frecuencia en redes sociales que se le atribuye a Freud: “Si dos personas piensan igual en todo, puedo asegurar que una de ellas piensa por las dos”. No recuerdo habérmela encontrado en alguna de sus obras, lo que me hace pensar que tal vez es espuria. Lo cierto es que, para Freud, la transferencia de pensamientos era unidireccional: por ejemplo, de Elfriede Hirschfeld al adivino, para que este último le regresara su deseo puesto en palabras. Sin embargo, en las situaciones de las que te hablo es imposible discernir quién lo pensó primero. ¿Es un pensamiento mío el que ella toma o es que yo me apropio de sus pensamientos? Es ahí donde se muestra muy claramente la dificultad localizada por István Hollós: no es posible definir quién es el emisor y quién el receptor de un mensaje telepático. Lo cierto es que hay algo mágico en esas situaciones que, ciertamente, nunca se repiten igual y menos de forma artificial. Resultan del todo impredecibles.

Al respecto, en Lo oculto: verdad indómita, Gloria plantea una distinción entre experiencia y experimento. Una experiencia puede ser única, irrepetible e, incluso, irrecuperable. Un experimento, en cambio, tendría que ser repetible bajo ciertas condiciones. En este sentido, tales acontecimientos sólo se los puede vivenciar a manera de verdaderas experiencias que irrumpen de un modo sorpresivo, pero no pueden ser objeto de experimentos que buscarían que sucedieran por una vía calculada, mesurada y controlada. Acontecen justo como cada una de las formaciones del inconsciente: un sueño, un lapsus o un acto fallido no puede ser planeados, sino que irrumpen en la vida de cada uno, a veces como si fuesen verdaderos intrusos. Qué se hace con cada una de esas formaciones del inconsciente ya es otro asunto: hay quienes las dejan pasar de largo, hay quienes no.

Lo que me lleva a contarte una escena de un sueño que tuve durante la noche del 22 al 23 de enero de 2020, tres días después del seminario “El trago amargo del ocultismo”, que Gloria impartió en la Casa Universitaria del Libro. En dicha escena veía a los agentes Fox Mulder y Dana Scully de Los expedientes secretos X, quienes se encontraban a la mitad de una investigación, como si estuvieran buscando algo con premura e inquietud. El lugar en el que se encontraban era una oficina que estaba llena de papeles y documentos.

No está de más decirte que llevaba años sin recordar ese programa de televisión que tuvo una particular relevancia para mí en la niñez. En ese entonces, ver los episodios me generaba una extraña mezcla de emoción y miedo. La loca idea de convertirme en un agente del FBI cuyas investigaciones giraran en torno a sucesos raros, extraños, incomprensibles y paranormales tuvo su impronta. Pero ¿por qué particularmente había visto una escena así? Tuve una primera iluminación: los agentes Mulder y Scully nos cifraban a Itzel y a mí. En primera instancia, porque ambos habíamos pasado varias semanas investigando a propósito del tema del ocultismo: entre documentos y papeles, leyendo diversos textos, buscando publicaciones y referencias, etcétera. No hay nada de raro en esto: es parte del trabajo previo a un seminario. Y si bien los extraterrestres y los ovnis no tenían relación alguna con los temas que se iban a tratar, lo cierto es que Mulder y Scully no se dedicaban únicamente a esos asuntos sino a fenómenos parapsicológicos, ¿no es cierto?

La transferencia de pensamientos, la telepatía, la telequinesis y otros fenómenos calificados de inexplicables han terminado en ese cajón de sastre que es la parapsicología. No puedo dejar pasar el hecho de que una de las lecturas previas al seminario fue El psicoanálisis, ¿es un ejercicio espiritual? de Jean Allouch, donde se pueden leer las siguientes líneas: “no hay ninguna razón para dejarles a los parapsicólogos el estudio de un gran número de fenómenos sobre los cuales los lacanianos hasta ahora no dicen una palabra”, agregando además que “el nacimiento y el desarrollo del movimiento psicoanalítico son exactamente contemporáneos del nacimiento y el desarrollo de otro movimiento, el movimiento parapsicológico”. Haciendo eco de estas líneas, Gloria preguntó en su seminario (y también en su libro): ¿qué objetos ha desatendido el psicoanálisis con el pretexto de que el espiritismo se hace cargo de ellos? Una pregunta así también puede extenderse a todos esos fenómenos que se ponen a cuenta del campo de lo parapsicológico y lo paranormal.

Otras asociaciones me llevaron a pensar en lo que había sucedido en el transcurso de ese día: como cada miércoles, nos habíamos reunido en un grupo de lectura (con Adriana, Víctor, Esaú, César e Itzel) para trabajar diversas cuestiones sobre psicoanálisis, y en esa ocasión en particular hablamos del seminario de Gloria. Dejando a un lado el cotilleo, hablamos de nuestras impresiones, del ocultismo, de nuestras propias experiencias e intercambiamos varias situaciones que al menos podrían calificarse de “curiosas” y que habrían tenido lugar durante el contexto del análisis. Entonces Adriana lanzó una pregunta: ¿creen o no en la transferencia de pensamientos? Cada uno se pronunció al respecto, pero mi respuesta fue un simple eco freudiano: no creo, pero estoy dispuesto al convencimiento. La califico así porque Freud había dicho justo eso con respecto a la telepatía: “no convencido del todo, y sin embargo presto al convencimiento”.

Ese desplazamiento de “convencimiento” a “creencia” jugó su parte: el sueño se conectaba con esta respuesta, pero corrigiendo su contundencia. La iluminación iba cobrando apoyo literal. Quizás recuerdes el póster que estaba pegado en una de las paredes de la oficina donde se almacenaban los expedientes X. Le pertenecía al agente Mulder y su imagen mostraba un ovni sobrevolando unos árboles, con una leyenda debajo que decía I Want to Believe. Esa imagen caracterizaba particularmente la actitud del agente Mulder hacia todos esos fenómenos inexplicables, y se enlazaba con la pregunta lanzada por Adriana. No era suficiente una disposición para el convencimiento, sino una volición puesta en acto. La actitud del agente Mulder era más bien de quien sale a la búsqueda de esos fenómenos. La pregunta de Adriana cobraba un alcance mayor: creemos o no en esos fenómenos inexplicables que muchas veces han sido etiquetados como parapsicológicos y paranormales. Mi respuesta freudiana era así corregida: no sólo dispuesto, sino en pos de ello, lo que subjetivamente no es poca cosa.

La cuestión de la creencia no estuvo ajena a los temas abordados durante el seminario de Gloria, lo que también quedó plasmado en su libro. Puedes ubicarlo en la página 30, donde menciona que, desde 1901, una palabra tan cotidiana como Glauben (creencia) se fue introduciendo cada vez más en la escritura freudiana hasta devenir un término propiamente analítico. Esto último me llevó a pensar: ¿de verdad se puede ser incauto del inconsciente —de sus cifras, signos, formaciones, manifestaciones, revelaciones o como quieras nombrarles— sin participar de una suerte de creencia? Una pregunta así me lleva a evocar el gesto freudiano al que Gloria le pone un especial énfasis, porque se trata precisamente de cómo estaba jugado Freud subjetivamente en este asunto: su cambio de posición, su paso de la reticencia y la ambivalencia a la convicción fue a raíz de ese atisbo de creencia que surge de lo que sucede en la propia experiencia y no de un saber referencial. Así fue como pudo tener una actitud más amistosa (freundlicher) hacia tales fenómenos, renunciando al prejuicio que imponía la censura de la época y los ideales científicos de sus contemporáneos (como los del Dr. Jones). Para decirlo de otro modo: Freud se permitió darles el beneficio de la duda. ¿Y por qué no? Si, como te había dicho antes, ese mismo tipo de fenómenos estuvieron en los orígenes del descubrimiento freudiano del inconsciente.

Ya sabemos quiénes objetaran el asunto, enfatizando el costado de la ciencia. Pero ¿es que acaso la creencia no juega una parte importante para dar cuenta de las formaciones del inconsciente? Y cuando me refiero a creencia no me refiero a una especie de fe religiosa, sino a algo más cercano al argumento por abducción de Peirce. Una suerte de “sí, creo que por ahí va la cosa, pero tampoco tengo una prueba irrefutable de ello”. Para aquel que no cree en el inconsciente, un lapsus no será sino un vil error; un sueño, puras imágenes proyectadas en cierta zona del cerebro; los actos fallidos, simples defectos en la atención que carecen de significado alguno. En contraste, aquel que cree que los sueños, los actos fallidos, los lapsus y ciertos actos forman parte de las manifestaciones del inconsciente, tendrá quizás una disposición para su desciframiento. No tanto qué quiere eso decir, sino qué de decirse quiere eso (¿dónde leí esta frase?).

Gloria también menciona que, durante el contexto del análisis, dichas coincidencias y resonancias no son designados por Hollós como milagros, pero que no duda en reconocerles un carácter milagroso. Y antes de que objetes que ese es otro terminajo religioso, admite con ella que vale la pena reconducirlo a su origen latino: mirari significa admirarse, contemplar con asombro y estupefacción. En última instancia, se trata de acontecimientos no tan ínfimos que ocurren condicionados por el amor de transferencia. En otros contextos, el amor juega su parte. Sin embargo, aquellos que le apuestan todo al amor, que tanto peso le cargan al pobre, querrán ver en esos hechos unas verdaderas e inefables señales divinas, signos que les indicarían que algo o alguien los ha unido. Estarás de acuerdo que no podríamos culparlos: así es el amor cuando pretende hacer unidad de dos (o de tres, o de cuatro, o de cinco). Pero quizás hay otro lugar que se asienta no en el amor para reunir sino en una forma de espiritualidad que singulariza.

Tomemos la paráfrasis de dos citas de Lacan bastante alejadas en el tiempo de su enseñanza, ambas trabajadas en el libro de Gloria: si en tales intercambios telepáticos se pone de manifiesto que el inconsciente es el discurso del Otro (1953), lo que ahí se muestra no es un tercero que une, a la manera de un ser o un ente divino, sino un entre que se interpone en la relación, una suerte de agujero o un vacío (1972). Ahora bien, valiéndonos de los últimos planteamientos de Allouch sobre las dos analíticas, ¿qué pasa cuando dos (o tres, o cuatro, o cinco) encallan en la playa de la inexistencia de la relación sexual, del Otro del Otro y del goce del Otro? No sólo se escaparía a cualquier tipo de reificación del Otro, sino que además se alcanzaría una libertad que no se dejaría regular por objeto alguno. Ahí no tiene lugar una comunidad (palabra que en sí misma contiene el fracaso para alcanzar esa inexistencia: como unidad) sino singularidades solitarias mas no aisladas. Podría equivocarme, pero creo que es a eso a lo que apunta Allouch con la así llamada analítica soltera, en la cual la espiritualidad —que incluye en su seno esa verdad indómita de lo oculto— no se confunde en nada con lo religioso, como bien señala Gloria.

Mejor aquí la dejamos antes de que me acuses de andar errando.

P.D. Al buscar representarse lo irrepresentable, Freud echaba mano de una metáfora telefónica para dar cuenta de la comunicación entre inconscientes, mientras que en 1927 la revista Punch (de la que Jones era un asiduo lector) presentaba un transmisor de pensamientos con la leyenda Wireless Telepathy: A Perfect Reception [Telepatía inalámbrica: una recepción perfecta]. ¿Te imaginas si Freud hubiera conocido las conexiones inalámbricas como el Bluetooth? No me cabe duda alguna de que hubiera echado mano de eso para explicarse el fenómeno. Dirás que no me lo tomo en serio, pero no es así. ¿Sabías que en 2014 un experimento español dice haber conseguido retransmitir palabras a larga distancia valiéndose de un casco transmisor de actividad cerebral por vía Bluetooth? La realidad también tiene estructura de ficción. Es justo aquí donde la paradoja derridiana podría irrumpir otra vez: la ingenuidad creería que en la era de las telecomunicaciones —que no son otra cosa mas que comunicaciones a distancia— se salvaguarda más que nunca el arribo de un mensaje a su destino, pero no se trata sino de una artimaña por un efecto de sentido: es todo lo contrario.

3 respuestas a «Una carta siempre puede no llegar a su destino (quinto envío)»

  1. Tu escrito me recordó el archivo de Molder, que siempre estaba en un sótano y visto con sospecha; aún así, el FBI no lo elimina sino que lo mantiene en estatus de marginal. En psicoanálisis sobre todo en sus implicaciones subjetivas más íntimas parecen surgir temas similares a los expedientes X pero, a mi parecer, precisamente se convierten en los más relevantes porque se juegan en lo imposible.

    Sobre el final de la posdata tengo una pregunta. Lacan parece notar que las telecomunicaciones no dan importancia al contenido, sino al cifrado porque parece que estaba al tanto del funcionamiento de los teléfonos de su época. ¿Tu crees que ahí también se juega el efecto de sentido? Hasta ahora no me había dado cuenta de que he dado por hecho que son dos diferentes fenómenos, o algo así.

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    1. Sí, ¿verdad? Al buen Mulder siempre lo mantuvieron en lo oscurito.

      Creo que el psicoanálisis siempre se halla en esa marginalidad, pues está de lado de aquellos que la sociedad excluye: los locos, los enfermos, los «degenerados» y «perversos», como se los califica. Todos aquellos que se hallan desviados de la norma social. Antes lo eran las histéricas, y fue precisamente con ellas que Freud inventó el psicoanálisis.

      Con las últimas líneas de la posdata apuntaba a la idea bastante generalizada de que con los más recientes desarrollos de las telecomunicaciones se podría asegurar que el mensaje llegue a su destino. Por ejemplo, que mientras que una carta puede perderse debido al servicio postal, el correo electrónico sería, por así decirlo, más eficiente. La paradoja a la que invita a pensar Derrida es que las nuevas telecomunicaciones no logran salvaguardar la llegada del mensaje (independientemente de su contenido), sino que sería todo lo contrario: nunca había estado tan expuesto a perderse en el trayecto. Lo que volvería a objetar la tesis lacaniana.

      Quizás el Internet lo ha puesto de manifiesto más que nunca, sobre todo en estos últimos tiempos donde casi todo se ha vuelto virtual, digital, a distancia, incluido el análisis (y no faltará quien diga que eso no es un análisis, pero quizás valdría la pena no apresurarse a una resolución así). Doy clic en enviar.

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