“Una distinción de géneros que precede a la diferencia de los sexos”

“Al psicoanálisis no le importa el problema del género”, fueron las palabras que le dijeron a una amiga, luego de que ella expresara que le parecía problemática cierta declaración de Jacques Lacan. ¿Quizás habría sido más exacto decir que a cierto psicoanálisis lacaniano no le importa el problema del género? Al menos la persona que pronunció tales palabras hubiera situado mejor su lugar de enunciación. Porque no es secreto alguno que los alumnos de Lacan —o, por lo menos, una muy buena parte de ellos— no se han sentido particularmente convocados por la cuestiones de género ni han querido hacer de éste un recurso para el análisis.

Una situación muy diferente se desprende del trabajo de Jean Laplanche, quien —como es sabido— abandonó las huestes del lacanismo desde mediados de la década de 1960. Ya en su seminario Castración. Simbolizaciones (impartido en 1973, pero publicado en 1980), Laplanche sostiene que “la distinción entre sexo y género es indispensable en psicoanálisis”.[1] Siguiendo a Sigmund Freud, plantea que, mucho antes del reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos (es decir, de la percepción de órganos sexuales diferentes), el infante se ubica —o, mejor aún, es ubicado, incluso identificado— en un género u otro. Por tanto, para Laplanche se trata más bien de “una distinción de géneros que precede a la diferencia de los sexos”.[2]

Ahí mismo, Laplanche agrega que la distinción entre sexo y género, proveniente sobre todo del ámbito anglosajón, comenzó a volverse fundamental a partir de la publicación del libro Sex and gender (1968) de Robert J. Stoller (del cual puede leerse una breve nota aquí). Sin embargo, Laplanche busca darle una significación distinta a este par conceptual, desmarcándose de la separación que hizo Stoller entre el sexo (como algo de orden exclusivamente biológico) y el género (como algo de orden psíquico). A decir de Laplanche:

Conviene llamar sexo al conjunto de determinaciones físicas o psíquicas, comportamientos, fantasmas, etc., directamente ligadas a la función sexuada y al placer sexual. Y género, al conjunto de determinaciones físicas o psíquicas, comportamientos, fantasmas, etc., ligados a la distinción masculino-femenino. La distinción de géneros va desde las diferencias somáticas “secundarias” hasta el género gramatical, pasando por los hábitos, la vestimenta, el rol social, etc.

Años más tarde, en su artículo “El género, el sexo, lo sexual” (2003),[3] Laplanche propone una distinción más precisa, ya no de dos sino de tres nociones al interior del psicoanálisis. Por una parte, define lo sexual (recurriendo a un neologismo: le sexual) como lo que corresponde al descubrimiento freudiano de una sexualidad en sentido amplio, múltiple y polimorfa. Lo sexual (en tanto sexual-pulsional) halla su fundamento en la represión, el inconsciente y está más ligada a la fantasía que al objeto mismo. Propiamente hablando, lo sexual sería el objeto del psicoanálisis. Asimismo, este ámbito es previo —en sentido lógico, más que cronológico— a la diferencia de los sexos y al género.

Con respecto al género, Laplanche reitera que el género es anterior —cronológicamente hablando— al reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos, pero agrega que se trata de una asignación que proviene del otro (sin mayúscula), poniendo de manifiesto la prioridad que tiene la alteridad en este proceso de subjetivación. Dicha asignación se compone por un conjunto complejo de actos que incluyen al lenguaje, pero no se reducen a éste. Son los otros (padre, madre, cuidadores, parientes más cercanos, etc.) quienes, a través de una asignación continua, le atribuyen un género al infante, incluso desde antes de su nacimiento. Pero no se trata de una asignación que el sujeto reciba de manera pasiva, sino que es también “traducida” o “simbolizada” a partir de recursos propios.

Finalmente, el sexo incide en el posterior reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos —en tanto percepción de los órganos sexuales—, que viene a reiterar o refutar la previa asignación de género, en particular si se la considera como “correcta” o “incorrecta”. Aquí tendrá lugar un efecto retrospectivo (aprés-coup), pero, a diferencia de algunas posiciones surgidas desde el feminismo —como la de Simone de Beauvoir, donde el género viene a simbolizar al sexo— Laplanche concluye que, si bien el género precede al sexo, lejos de organizarlo o simbolizarlo es organizado por él. Es decir, la diferencia anatómica de los sexos es la que, en última instancia, viene a fijar o traducir el género a partir de, aproximadamente, el segundo año del infante.

Como se puede apreciar, para Laplanche la incidencia del género viene a ser contundente para todo el proceso de subjetivación, pero también con respecto a lo que se refiere al ejercicio del análisis. A pesar de ello, el propio Laplanche advierte hasta qué punto la mayoría de las “observaciones” psicoanalíticas inician de manera totalmente irreflexiva con frases como “se trata de un hombre de treinta años” o “una mujer de veinticinco años”, dando por sentada toda la cuestión de género. Con justa razón, Laplanche se pregunta: “¿El género sería verdaderamente no conflictivo al punto de considerarse como una premisa incuestionable?”[4]

Y, en efecto, tal pareciera que así ha sido para algunos: un saber ya sabido, dado de antemano, puesto como una evidencia. De ser así, no serían gratuitos, por lo tanto, algunos de los embates que el psicoanálisis ha recibido desde los feminismos, las teorías de género y otros campos de estudios más advertidos de esta cuestión.

Addenda

En un texto publicado en 2003, titulado «Lacan y las minorías sexuales», Jean Allouch señalaba algo con respecto a esas «premisas incuestionables» (en términos de Laplanche); es decir, esas identificaciones o identidades (incluidas, por supuesto, las de género) que, en ocasiones, son asumidas de antemano (a manera de un saber previo) por quien ejerce el análisis, con lo cual terminan yendo a contrapelo de la invención freudiana:

A decir verdad, la estricta definición del sujeto por el significante […] resulta suficiente para exigirle al psicoanalista que, en su fraternidad con el analizante, sólo acoja a este último descartando cualquier categorización: nosográfica, sexista, racial, comunitaria. ¿Qué sé de quién entra a mi consulta a pedirme psicoanálisis? ¿Voy a juzgar por su apariencia, a la manera de un fenomenólogo, que es hombre, mujer, homosexual, religioso, pobre, inteligente, negro, joven o lo que sea? Precisamente no. Un psicoanálisis, del lado del psicoanálisis, no se ocupa más que de esta abstención. Si Freud, en un gesto tan inaugural como fue la duda metódica de Descartes, no hubiera sabido y podido poner sus conocimientos en el vestuario, para dar un paso al margen de ese pseudo-dominio que ejercía Charcot, un movimiento freudiano simplemente jamás habría sucedido.


[1] Jean Laplanche, Problemáticas II: Castración. Simbolizaciones, tr. Silvia Bleichmar, Amorrortu, 2003, p. 43, n. 12. La traducción ha sido modificada debido a un error, pues se colocó “psicología” ahí donde debería decir “psicoanálisis”. En francés claramente se lee: “La distinction du sexe et du genre est indispensable en psychanalyse”. Cfr. Jean Laplanche, Problématiques II: Castration – Symbolisations, Quadrige / PUF, 1998, p. 33.

[2] Jean Laplanche, Problemáticas II: Castración. Simbolizaciones, p. 43.

[3] Jean Laplanche, “El género, el sexo, lo sexual” (2003), Alter. Revista de psicoanálisis, nº 2: El género en la teoría sexual. En línea: https://revistaalter.com/revista/el-genero-el-sexo-lo-sexual-2/937/

[4] Ibidem, p. 6.

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