“Al menos, así se instituyó el discurso de Lacan: según el régimen de una articulación de lo “teórico” sobre lo “práctico”, y según el movimiento de una reconstitución de la identidad propia por un regreso a los orígenes”.[1] En un envío anterior (Una reconstrucción teórica) hicimos algunas consideraciones acerca de la relación (o del tipo de relación) que Lacan estableció entre lo teórico y lo práctico,¿qué hay de esa referencia a un “regreso a los orígenes” que Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe mencionan? Pues bien, se trata de un momento preciso de la enseñanza de Jacques Lacan.
El 7 de noviembre de 1955, durante una conferencia impartida en Viena, Lacan se autodenomina nuncio del designio de un retorno a Freud. Expresado apenas dos años después de la introducción de su ternario, con este “retorno a…” Lacan denuncia, al mismo tiempo, que después del exilio en Norteamérica y la diáspora de sus miembros, el movimiento psicoanalítico sufrió una desviación en cuanto a su modo de proceder, a causa de la psicología del yo. Es por ello que Lacan se propone llevar el mensaje freudiano por medio de un retorno a la obra de su fundador:
No se trata para nosotros de un retorno de lo reprimido, sino de apoyarnos en la antítesis que constituye la fase recorrida desde la muerte de Freud en el movimiento psicoanalítico, para demostrar lo que el psicoanálisis no es, y buscar junto con ustedes el medio de volver a poner en vigor lo que no ha dejado nunca de sostenerlo en su desviación misma, a saber, el sentido primero que Freud preservaba en él por su sola presencia y que se trata aquí de explicitar.[2]
Este retorno se define por el comentario de la obra freudiana (o, por lo menos, de ciertos aspectos claves de dicha obra), operación que, como es sabido, llevó a cabo durante buena parte de sus seminarios, y que fue definida “no sólo para volver a situar una palabra en el contexto de su tiempo, sino para medir si la respuesta que aporta a las preguntas que plantea ha sido o no rebasada por la respuesta que se encuentra en ella a las preguntas de lo actual”.[3] Este ejercicio de comentario iniciado en 1953 ha sido situado por algunos —pienso en Jean Allouch[4] y Philippe Julien[5]— como un momento no inaugural de la enseñanza de Lacan y que se diferencia de sus primeras elaboraciones. Y es precisamente la función de comentario la que resulta cardinal para difundir el mensaje freudiano, a la manera de un nuncio.
Responsable de llevar un mensaje, una noticia o un encargo de una persona a otra, ya desde la Antigüedad el nuncio corría el riesgo de ser victimado. Freud mismo relató la historia del rey Boabdil, quien al enterarse de la caída de la Alhambra, quemó las cartas y mató al mensajero como una muestra de su poderío. Esta acción fue leída por Freud como un caso límite de defensa ante lo insoportable.[6] Si bien Lacan no teme ser decapitado, por fungir como nuncio del mensaje freudiano (aunque años más tarde habrá de ser excomulgado), él mismo admite que teme correr el riesgo de decepcionar a sus oyentes.
Ahora bien, ¿cómo entender este retorno a Freud? Sin pretender abarcar todos sus alcances y sus implicaciones, destacaremos un énfasis realizado por el propio Lacan: “El sentido de un retorno a Freud es un retorno al sentido de Freud”,[7] pero, más particular y esencialmente, a la cuestión de la verdad que “en la boca de Freud agarra al toro por los cuernos”,[8] y cuya prosopopeya es bien conocida:
“Soy pues para vosotros el enigma de aquella que se escabulle apenas aparecida, hombres que sois tan duchos en disimularme bajo los oropeles de vuestras conveniencias. No por ello dejo de admitir que vuestro azoro es sincero, porque incluso cuando os hacéis mis heraldos, no valéis más para llevar mis colores que esos hábitos que son los vuestros y semejantes a vosotros mismos, fantasmas, que eso es lo que sois. ¿Adónde voy pues cuando he pasado a vosotros, dónde estaba antes de ese paso? ¿Os lo diré acaso algún día? Pero para que me encontréis donde estoy, voy a enseñaros por qué signo se me reconoce. Hombres, escuchad, os doy el secreto. Yo, la verdad, hablo.”[9]
Nuncio del mensaje freudiano a través de un retorno, ¿Lacan también funge como heraldo de la verdad? Sólo podría serlo en tanto que advierte cómo encontrarla, al mismo tiempo que la distingue de aquella que tradicionalmente ha sido buscada por sus amantes (los filósofos, que si llegan a atisbarla, pronto la sepultan), advirtiendo que es “el discurso del error, su articulación en acto, [donde se] podía dar testimonio de la verdad contra la evidencia misma”.[10] Y es que la verdad acontece en la equivocación, para la cual no hay refugio; vagabunda de lo que se ha considerado por los hombres como lo menos verdadero, es ahí donde se halla su morada: el sueño, el acto fallido, el lapsus, el nonsense y el azar.
Es por este retorno a Freud, a su sentido y a la verdad expresada en su obra, que se volvió inexorable una reconstrucción teórica y una articulación con otras ciencias, para terminar con el gesto de acogida que habían dado al psicoanálisis. Retorno que ha sorprendido a muchos (incluso a un Jean-Luc Marion, tan alejado del psicoanálisis), precisamente porque no busca ser una mera repetición de Freud, así como tampoco pretende instaurar una suerte de continuidad con los planteamientos freudianos. Como ha destacado Allouch, el retorno a Freud fue motivado por la introducción de un nuevo paradigma en el campo del psicoanálisis. En ese sentido, el mensajero se daba prerrogativas en cuanto al contenido de lo transmitido, así como al estilo de su transmisión. Nancy y Lacoue-Labarthe destacan una diferencia importante en cuanto al modo de proceder de cada uno:
Son bien conocidos los grandes rasgos de esta institución: la verdad de Freud exigía, para estar articulada, el recurso a otras ciencias fuera de las que parecían delimitar su campo (biología y psicología). Por lo tanto, [para Lacan] fue menester construir, para constituir el discurso psicoanalítico en general, todo un sistema de préstamos de la lingüística, la etnología estructural, la lógica combinatoria.[11]
Sería un error creer que dicha reconstrucción teórica o articulación fue una suerte de pastiche que tomaba préstamos de donde más convenía. No solamente requirió de una reformulación de los conceptos retomados, sino que implicó, de un modo más esencial, poner en evidencia lo que muestra la propia experiencia psicoanalítica. A decir de Nancy y Lacoue-Labarthe:
este procedimiento hacía necesario el discurso acerca de su propia legitimidad, esto es, un discurso epistemológico; o más bien, en la medida en que se veía constituir así no solamente una ciencia, sino una cientificidad inédita, un discurso sobre la epistemología. Y el conjunto de la operación representaba en definitiva un pasaje explícito del discurso del análisis por el discurso filosófico, pasaje que el mismo Freud, por mucho que lo haya evocado o indicado implícitamente, jamás lo practicó como tal.[12]
Un pasaje del discurso psicoanalítico por el filosófico ha de entenderse a la manera de un viaje. Se pasa por una ciudad para poder arribar a otro lugar. Para Lacan ese recorrido implicó pasar por la filosofía —tarea que ya desde la escritura de su tesis se vio plasmada por referencias a Baruch Spinoza, Max Scheler, Karl Jaspers, entre otros— pero no para hacer de esta última su destino, sino únicamente como una estación de paso. Al respecto, los autores señalan: “Esto no quiere decir que tengamos que apreciar las modalidades de este pasaje para evaluar su legitimidad o para medir su pertinencia. Ello supondría que dispusiéramos de algo así como una verdad de Freud.”[13]
En efecto, podemos coincidir que evaluar la legitimidad o medir la pertinencia de un pasaje por la filosofía, así como por otras ciencias (antropología y lingüística, por ejemplo), sería equivalente a valorar la adecuación que estos elementos tendrían con el discurso freudiano. Sin embargo, ¿hasta qué punto ambos autores podrán evitar una suerte de evaluación o valoración de la pertinencia de los préstamos (las desviaciones, como ellos las denominan) que Lacan adopta del discurso de ciertos filósofos? La pregunta queda abierta.
[1] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, tr. Marco Galmarini, EBA, Barcelona, 1980, p. 11-12.
[2] Jacques Lacan, “La cosa freudiana, o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, en Escritos, tr. Tomás Segovia, Siglo XXI, México, 2009, p. 381.
[3] Idem.
[4] Cfr. Jean Allouch, Freud, y después Lacan, tr. Elisa Molina, Epeele, México, 2009, pp. 21-33.
[5] Cfr. Philippe Julien, El retorno a Freud de Jacques Lacan, tr. Raquel Capurro, Sitesa, México, 1992, pp. 52-63.
[6] Sigmund Freud, “Carta a Romain Rolland (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis)”, en Obras completas, tr. José Etchevarry, t. XXII, Amorrortu, Buenos Aires, 2008, p. 219.
[7] Jacques Lacan, “La cosa freudiana…”, op. cit., p. 382.
[8] Ibidem, p. 385.
[9] Ibidem, pp. 385-386.
[10] Ibidem, p. 386.
[11] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 11-12.
[12] Ibidem, p. 12.
[13] Idem.