El relevo del catecismo

Según cuenta Hesíodo en la Teogonía,[1] después de que Cronos arrancó los genitales de su padre Urano con una hoz adamantina, los arrojó al mar. La sangre fue recogida por Gea y el miembro cercenado fue llevado por el piélago. Alrededor de él surgió una  blanca espuma de la cual nació una doncella adulta, que llevaría por nombre Afrodita. Muy pronto, Eros e Hímero siguieron a la diosa, siendo así fielmente acompañada por la belleza, el amor, la lujuria y el deseo sexual.

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En el envío anterior (Una demanda de lectura) citamos un fragmento donde, en relación a la aparición de los Écrits en 1966, Lacan asevera: “Es que tampoco he querido un éxito de librería, ni su enganche al revuelo alrededor del estructuralismo, ni lo que para mí es solo poubellication… Es que pienso que el ruido no conviene al psicoanalista, y menos aún al nombre que lleva y que no debe llevarlo a él”.[2] No está de más recordar el juego entre publication (publicación) y poubelle (basura, basurero) que compone ese neologismo. La publicación implicaría al mismo tiempo un gesto: arrojar unos papelitos al basurero. De modo que si la publicación de los Écrits puede entenderse como una demanda de lectura (Nancy y Lacoue-Labarthe así lo ubican), esa demanda no va dirigida para todos, ni siquiera para un público que le permitiera a Lacan saborear las mieles del éxito.

En ese mismo texto, pero líneas más adelante, Lacan destaca que si entre las páginas de esa compilación se halla una referencia a la dialéctica hegeliana o a la comunicación intersubjetiva, eso no significa que él quiera llevar al psicoanálisis hacia esos terrenos. Advierte que lo patético de su enseñanza —entre las acepciones de “patético” encontramos: que conmueve profundamente o que resulta lamentable— es que ella opera en un punto preciso, que es la tarea propia del psicoanálisis: el acto, al cual el psicoanalista debe comprometerse a responder. Esta delimitación no lo deslinda de un pensamiento o, si se prefiere, de una reflexión que dé cuenta del quehacer del psicoanalista, pero alejado de la algarabía, lo cual lo terminaría situando de un modo distinto:  

“Por eso mi discurso, por magro que sea en comparación con una obra como la de mi amigo Claude Lévi-Strauss, baliza de otro modo en esa ola creciente de significante, de significado, de ‘ello habla’, de huella [trace], de grama [gramme], de señuelo [leurre], de mito, incluso de falta, de cuya circulación hoy me he desasido. Afrodita de esta espuma, surgió de ahí en el último tiempo la différance, con una a. Eso deja una esperanza para lo que Freud consigna como el relevo del catecismo.”[3]

¿Cómo no hallar, en cada uno de esos significantes, las marcas del discurso de Jacques Derrida? La huella que con su anuncio difiere la presencia, el grama (o grafema) de la gramatología, el señuelo de un habla sin escritura, el mito de un origen y, por supuesto, la différance con una a: Afrodita nacida de esa espuma para designar la diferencia (différence) que se acompaña de un diferir (différer) de la presencia; alteración gráfica y gramatical que puede ser leída pero no escuchada; raíz de las oposiciones de conceptos que escanden nuestro lenguaje.

Sin embargo, el discurso de Lacan —según sus propias palabras— sitúa de otro modo las balizas para indicar una zona navegable por esa ola que, a partir del boom del estructuralismo, convirtió en moneda corriente toda una batería de conceptos. Es que no por “compartir” algunos de esos elementos conceptuales (a veces únicamente a nivel de sus significantes), estos se dirigen al mismo lugar o cumplen con una función similar. Una y otra vez, Lacan habrá de destacar esa especificidad de su discurso, su destinatario, así como su incidencia en cuanto a la práctica psicoanalítica se refiere.

¿Cuál es, entonces, ese relevo del catecismo que Freud habría llegado a consignar y al cual el discurso derridiano le habría insuflado una nueva esperanza? Esta enigmática referencia puede hallarse en Inhibición, síntoma y angustia, escrito en 1925 pero publicado un año después. Transcribimos aquí el fragmento en cuestión:

“Yo no soy en modo alguno partidario de fabricar cosmovisiones. Dejémoslas para los filósofos, quienes, según propia confesión, hallan irrealizable el viaje de la vida sin un Baedeker así, que dé razón de todo. Aceptemos humildemente el desprecio que ellos, desde sus empinados afanes, arrojarán sobre nosotros. Pero como tampoco podemos desmentir nuestro orgullo narcisista, busquemos consuelo en la reflexión de que todas esas «guías de vida» envejecen con rapidez y es justamente nuestro pequeño trabajo, limitado en su miopía, el que hace necesarias sus reediciones; y que, además, aun los más modernos de esos Baedeker son intentos de sustituir el viejo catecismo, tan cómodo y tan perfecto”.[4]

El texto freudiano no da lugar a dudas: los filósofos son los arquitectos de las cosmovisiones. Como lo expresara Heinrich Heine, y en más de una ocasión recordara Freud, los filósofos llenan con jirones de su bata los agujeros del universo. A la manera de un Karl Baedeker —editor alemán, célebre por sus guías que proporcionaban a los viajeros de la información turística necesaria de varias ciudades—, escriben guías para la vida, ofreciendo razones de todo y para todo, siendo que con ello sólo buscan “sustituir el viejo catecismo, tan cómodo y tan perfecto”. Sin embargo, esos esfuerzos filosóficos —a decir de Freud— no han sido fructíferos, porque “cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro”.[5]

Las palabras de Freud no sorprenden. En numerosas ocasiones se refirió en términos similares a los filósofos y a la filosofía, en un esfuerzo por demarcarse de todo edificio especulativo. Lo que puede resultar asombroso es que, casi medio siglo después, Lacan pueda sugerir una caracterización así de la filosofía. ¿Es que acaso los filósofos siguen construyendo cosmovisiones a la manera de los sistemas decimonónicos? ¿Aún pretenden dar una explicación total del universo y/o de la vida? ¿No fueron, precisamente, dos filósofos —Nancy y Lacoue-Labarthe— los que, según las propias palabras de Lacan, lo habrían leído como ninguno de sus discípulos más cercanos lo habría hecho? En última instancia, ¿dónde puede radicar el punto en común entre los filósofos de la época de Freud y los de Lacan? Regresamos a la cita de Freud, subrayando la última de sus tesis: la filosofía como un relevo del catecismo.

No está de más recordar que el catecismo es un texto en el que se presenta, en una exposición sintética, concisa y organizada, los contenidos fundamentales de la doctrina cristiana, en materia de fe, de doctrina y de moral. El vocablo proviene del griego κατηχισμός, compuesto por el prefijo kata que significa “abajo” o “hacia abajo”; el verbo ekhein, “resonar”; el sufijo ismos, “doctrina” o “sistema”. El catecismo es un adoctrinamiento; no está escrito con el objetivo de demostrar las argumentaciones teológicas ni para discutir su demostración, sino para ofrecer una exposición resumida de sus tesis principales. La catequesis, en cambio, es la instrucción de dichos contenidos de fe a los nuevos miembros de una comunidad religiosa, bajo una organización que va del maestro al alumno.


[1] Hesíodo, Teogonía en Obras y fragmentos, tr. Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez, Gredos, Madrid, 1978, vv. 177-207, pp. 78-79.

[2] Jacques Lacan, “El psicoanálisis. Razón de un fracaso”, en Otros escritos, tr. Graciela Esperanza, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 364.

[3] Ibidem, p. 366.

[4] Sigmund Freud, Inhibición, síntoma y angustia, tr. José L. Etcheverry, vol. XX, Amorrortu, Buenos Aires, 2008, pp. 91-92.

[5] Ibidem, p. 92.

Una demanda de lectura

Al final del apartado titulado “Un tour de lecture”, traducido al español como “Un estilo de lectura” (aunque tour significa “viaje” o “recorrido”, lo cual tendrá su relevancia), Nancy y Lacoue-Labarthe dan a conocer, sin pronunciarse sobre su funcionamiento, el epígrafe de su texto. Se trata de un fragmento de Más allá del principio de placer de Sigmund Freud. Sin embargo, aunque es presentado explícitamente como un epígrafe, carece de la colocación “clásica” que así lo caracterizaría, si por aquel entendemos una frase o cita al comienzo de un texto que sugiere su contenido. El texto que sí es colocado en el lugar correspondiente al de un epígrafe —si no del trabajo completo, al menos de este apartado— es el siguiente:

“Usted me demuestra haber leído mis Écrits, lo que, según parece, no equivale necesariamente a que se me comprenda [m’entendre].”[1]

Se trata de un fragmento extraído de “Radiofonía”, escrito que reúne las respuestas de Lacan a las preguntas planteadas por Robert Georgin para la radiodifusión belga en 1970, y cuya publicación original tuvo lugar en Scilicet. ¿Cuál fue la pregunta? “En los Escritos, usted afirma que Freud anticipa, sin dar cuenta, las investigaciones de Saussure y las del Círculo de Praga. ¿Puede usted explayarse acerca de este punto?”.[2] Esta pregunta sorprende a Lacan, porque, como él mismo lo señala: “comporta una pertinencia que contrasta con las pretensiones de ‘entrevista’ que tengo que descartar”.[3] Intelectual, novelista y ensayista, Robert Georgin mostraba estar a la altura para un encuentro así.

Esa frase utilizada como epígrafe (en su función “clásica”) posee ecos en diferentes momentos de la enseñanza de Lacan. Retomemos nuevamente la sesión del 20 de febrero de 1973. Antes de aconsejar a su auditorio la lectura de ese breve libro, destaca que “leer no es de ningún modo algo que nos obliga a comprender”. Ante todo es necesario leer. Esto nos lleva a ubicar el “epígrafe” que, por nuestra parte, hemos utilizado para este scriptorium, y que aquí transcribiremos en su composición completa como párrafo que inicia ese apartado de El título de la letra:

“La publicación de los Écrits fue, como puede leerse, una demanda de lectura. Pero esta lectura, después de todo, queda todavía por hacerse. El tiempo de la lectura es siempre tardío, y el de Lacan no escapa a esta regla, tanto más cuanto que, en este caso, el fenómeno se ha visto retardado por todo lo que, en los Écrits o alrededor de ellos, pudo convertir la demanda en deseo, es decir, frenar o prohibir la lectura misma; esto es, la autoridad (no exenta de misterio) del análisis, la constitución de una Escuela, la producción por último, o la repetición, por la palabra lacaniana, de esos mismos efectos.”[4]

¿Una demanda de lectura? ¿Una demanda de lectura que, además, sufre una demora o un retraso a causa del propio Lacan? Los autores ofrecen dos referencias al respecto de esta aseveración, ambas fechadas en 1967, apenas un año después de la publicación de Écrits. En “La equivocación del sujeto supuesto saber”, Lacan asevera:

“Ningún crítico, desde la publicación de mi libro, cumplió con su oficio, que es el de dar cuenta [rendre compte], salvo uno llamado Jean-Marie Auzias, en uno de esos libritos de morondanga cuyo bajo costo no disculpa las negligencias tipográficas, que se llama Claves del estructuralismo [Clefs pour le structuralism]:[5] se me consagra el capítulo IX y se usa mi referencia en los otros. Jean Marie Auzias, repito, es un crítico estimable, avis rara. A pesar de su caso, solo espero de aquellos a quienes aquí hablo que confirmen el malentendido”.[6]

La posición de Lacan parece tener su fundamento en la consideración de que su empresa [entreprise] no supera el acto en el que se halla capturada [prise], siendo así que su única posibilidad sea la de la equivocación [méprise]. El primer mérito de Auzias reside en nunca perder de vista este aspecto: reconoce a Lacan como “un psicoanalista freudiano de estricta obediencia” y, en ese sentido, no lo mete en el mismo saco junto a los estructuralistas. La justificación que este autor da de su acercamiento a los Écrits radica en la confluencia de las investigaciones de Lacan con las de Claude Lévi-Strauss, aunque también esboza algunos paralelismos con Michel Foucault. Eso no significa que Lacan sea un estructuralista más.

La segunda referencia es a “El psicoanálisis. Razón de un fracaso”, donde Lacan habla de la “pizca de entusiasmo” que acogió sus palabras “tan desleídas”, mismas que fueron recibidas bajo el signo de una “trabazón psicologizante”, y en cuyas líneas finales indica: “Cuando el psicoanálisis haya depuesto sus armas frente a los impasses crecientes de nuestra civilización (malestar que Freud presentía) serán retomadas ―¿por quién?― las indicaciones de mis Escritos”.[7] Y a pesar de ello, Lacan mismo advierte: “Es que tampoco he querido un éxito de librería, ni su enganche al revuelo alrededor del estructuralismo, ni lo que para mí es solo poubellication… Es que pienso que el ruido no conviene al psicoanalista, y menos aún al nombre que lleva y que no debe llevarlo a él”.[8]

Ahora bien, Nancy y Lacoue-Labarthe consideran que se trata de una doble ley: el texto se da a leer, al mismo tiempo que “deporta o pospone” [déporte ou reporte] incesantemente las condiciones de su lectura. Al ser así, todo texto sufre una demora de lectura. Sin embargo, no podemos pasar de largo que algunos de los factores que ellos mencionan sólo aplican específicamente a los textos de Lacan. La autoridad del análisis que no estaría exenta de misterio (pero, ¿dónde radica lo “misterioso” de esa experiencia?), la constitución de una Escuela (¿de qué manera habría influido en ello?) y los efectos de producción/repetición por la palabra lacaniana (¿es que su insistencia habría tenido el efecto contrario?). Lo anterior lleva a una pregunta: ¿por qué ellos han decidido leer a Lacan? ¿Por qué es que han decidido leer uno y ese texto de Lacan?

Los autores aseguran no carecer de “razones”, pero estas sólo podrán mostrarse en la lectura misma, la cual, por cierto, no estará exenta de un desvío. En efecto, el ejercicio de “comentario clásico” (y desde este momento podríamos calificarlo además de “universitario”, lo cual es un calificativo que ellos mismos utilizan) no puede evitar que ese recorrido (tour) transite por un desvío (détour), desbordando así su curso a causa del texto leído. Los desvíos en la lectura son parte de la lectura misma. Habremos de tomar especialmente en cuenta este aspecto para los próximos envíos.


[1] “Radiofonía”, en Otros escritos, tr. Margarita Álvarez, Paidós, Barcelona, 2012, p. 425.

[2] Idem.

[3] Idem.

[4] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, tr. Marco Galmarini, EBA, Barcelona, 1980, p. 9.

[5] Traducido al español como El estructuralismo, tr. Santiago González Noriega, Alianza, Madrid, 1970. El capítulo dedicado a Lacan fue incluido en el volumen Lacan 66. Réception des Ecrits, textos escogidos por Danielle Arnoux, Émilie Berrebi, Monique Boudet y Janine Germond, Epel, Paris, 2016.

[6] “La equivocación del sujeto supuesto saber”, en Otros escritos, p. 358-359.

[7] “El psicoanálisis. Razón de un fracaso”, en Otros escritos, p. 369.

[8] Ibidem, p. 364.

Mise en place

Le titre de la lettre comienza con un breve apartado (tan sólo tres páginas) titulado “Mise en place”, que el traductor al español trasladó como una “Aclaración”. La expresión francesa “mise en place” significa literalmente “puesto en el lugar” o “poner en su lugar”, y es comúnmente utilizada en la gastronomía para designar la preparación y disposición de los ingredientes y utensilios necesarios para elaborar una receta de cocina u ordenar una mesa para los comensales. Se trata, entonces, de ciertos preparativos previos, en cuyo primerísimo lugar encontramos que esto no es un librosobre Lacan.

Los autores ofrecen “una única razón” por las cual las páginas que escribieron aparecen en el formato de un “libro” (el entrecomillado es de ellos): esto sólo se debe —afirman— al número de páginas, que excede la presentación para una revista. No se trata, por lo tanto, de “un libro sobre Lacan. Y advierten que existe una “suerte de efecto de encuadernación”, entendida en sentido metafórico, que acompaña a la idea misma del libro y esperan que su lectura la disipe:

“No hay aquí nada que vaya más allá —salvo por indicaciones o sugestiones— del ejercicio de desciframiento de un texto de Lacan. Esto significa, en particular, que este mismo texto no ha interrogado ni se ha planteado temas que estuvieran más allá de los límites de su situación propia: ante todo, en la cronología de las obras de Lacan, pero también en lo que respecta a su posición o a su función de texto “teórico”, en el sentido en que este término aparecerá más adelante. Todo ello remitirá al aspecto universitario del texto como a la articulación —que allí produce el objeto— del discurso psicoanalítico sobre el discurso científico y filosófico. Sólo el cumplimiento de esta función legitimará y limitará nuestro trabajo.”[1]

Posteriormente habremos de retomar el “aspecto universitario” y “teórico” que los autores adjudican al escrito de Lacan. Señalemos por el momento que, debido a esa delimitación en su trabajo, Lacan felicitó a los autores, destacando que “la condición de una lectura es, evidentemente, que ella esté en su lugar [elle soit en place], que se imponga a sí misma unos límites”.[2] Así, podemos destacar al menos tres límites: 1) la referencia a un texto de Lacan; 2) un momento cronológico y 3) un momento teórico preciso de su enseñanza. Esta triple limitación tuvo efectos tanto en la lectura como en la escritura, porque evita la pretensión de ofrecer una interpretación o alcanzar una comprensión de conjunto. Los autores subrayan este aspecto más adelante:

“Por otra parte, se advertirá que no hay nada que suponga —ni siquiera provisionalmente, pese tal vez a las apariencias— la idea u horizonte de una “interpretación” exhaustiva y sistemática de la obra de Lacan. O, si se prefiere, nada que indique en el sentido de su agotamiento o su saturación significante (¿con qué derecho, en qué discurso se arriesgaría tal cosa?). Las indicaciones que aquí o allá se dan sobre otros textos de Lacan sólo conservan validez dentro del régimen que nosotros hemos querido darle, el de las notas múltiples y dispersas.”[3]

¿A qué se debe este distanciamiento con respecto a la publicación de un libro? No podemos eludir que ya durante esos años, entre algunas de las publicaciones de Jacques Derrida, podía encontrarse un cuestionamiento a la idea misma del libro y a su supuesta unidad, precisamente por la implicación de totalidad cerrada que se le llegaba a adjudicar. Ya desde De la gramatología (1967), Derrida vaticinaba lo que sería el “fin del libro” y señalaba al respecto las líneas siguientes, que —nos parece— guardan una estrecha relación con lo esbozado por los autores de El título de la letra:

“La idea del libro es la idea de una totalidad, finita o infinita del significante; esta totalidad del significante no puede ser lo que es, una totalidad, salvo si una totalidad del significado constituida le preexiste, vigila su inscripción y sus signos, y es independiente de ella en su idealidad. La idea del libro, que remite siempre a una totalidad natural, es profundamente extraña al sentido de la escritura.”[4]

Esta primera traza derridiana hallará una segunda en cuanto a la “interpretación” (palabra usada y entrecomillada por los autores) se refiere. Lacoue-Labarthe y Nancy admiten que el estímulo que recibieron para la elaboración de ese texto (poco voluminoso en tanto libro, demasiado extenso para ser un artículo) fue “la indecibilidad de (o en) la cuestión de la ‘interpretación’ de Lacan”.[5] En lógica matemática la indecibilidad refiere a la imposibilidad de demostrar o refutar, así como de señalar la verdad o la falsedad de una sentencia a partir de otras dentro de un mismo sistema. Apenas un año antes, Derrida recurrió a esta categoría en su libro La diseminación (1972), particularmente en relación a la escritura de Mallarmé:

“Una proposición indecible, Gödel mostró su posibilidad en 1931, es una proposición que, dado un sistema de axiomas que domina una multiplicidad, no es ni una consecuencia analítica o deductiva de los axiomas, ni en contradicción con ellos, ni verdadera ni falsa con respecto a esos axiomas. Tertium datur, sin síntesis.”[6]

La indecibilidad del estilo de Lacan sería una de las características que rompería con la posibilidad misma de hacer “un libro sobre Lacan”, si por “libro” se entiende una totalidad cerrada y acabada; rompe también con un esquema en el que se pretendiera aprehender el sentido u ofrecer la interpretación definitiva, a partir de la construcción de una arquitectónica que halle sus fundamentos en ciertos axiomas.

Recordemos lo que el propio Lacan afirmaba acerca de sus Écrits, cuando éstos formaron retomados para una investigación doctoral escrita por Anika Rifflet-Lemaire y publicada en Bruselas en 1970: “Mis Écrits no sirven para una tesis, la universitaria particularmente: antitéticos por naturaleza, pues lo que formulan sólo cabe tomarlo o dejarlo”.[7] A pesar de la advertencia, la tesis fue presentada por su autora como una obra que respondía a “un anhelo que muchas veces se nos ha manifestado: el de ver allanado el acceso al pensamiento de Lacan a través de una síntesis de sus conceptos básicos y de una sencilla exposición de una corriente ideológica tan intrínsecamente compleja”.[8]

Lo anterior nos permite retomar la cuestión del aspecto universitario, aunque todavía no del escrito de Lacan, sino del texto compuesto por Lacoue-Labarthe y Nancy. En efecto, resulta innegable que ambos autores se sitúan en el contexto universitario. Esto halla su razón en la propia “ubicación” (las comillas son de ellos) que señalan de esas páginas, a la manera de “ciertos detalles empíricos”:

“En un primer momento, se trató de un trabajo propuesto en el seno del Grupo de investigaciones acerca de las teorías del signo y del texto, de la Universidad de Ciencias Humanas de Estrasburgo, en febrero de 1972. El segundo momento, fue la presentación en un seminario a cargo de Jacques Derrida, en la calle Ulm [École Normale Supérieure], en mayo de 1972. La versión final sufrió únicamente las modificaciones que impusieron las condiciones, algo diferentes, de la publicación.”[9]

Ampliemos algunos de estos detalles. A inicios de 1970, Nancy y Lacoue-Labarthe invitaron a Derrida a participar en un seminario sobre retórica, en el recién fundado Grupo de investigaciones acerca de las teorías del signo y del texto, que ellos mismos presidían. Derrida visitó Estrasburgo por primera vez el 8 y 9 de marzo de ese mismo año. Ese primer encuentro llevaría a realizar varias colaboraciones en conjunto. Sin embargo, no fue sino hasta después de la entrevista que Jean-Louis Houdebine y Guy Scarpetta le hicieron a Derrida (publicada en Promesse, no. 30-31, otoño/invierno de 1971, concretamente el 20 de noviembre e incluida en Posiciones de 1972), que Nancy y Lacoue-Labarthe sugirieron realizar un seminario sobre Lacan. Asunto que no  carece de relevancia, pues fue en esa entrevista que Derrida destacó la casi total ausencia de referencias a Lacan en sus textos, así como el propósito de hacer un análisis meticuloso de El seminario sobre “La carta robada”. Sobre esto último, Nancy recuerda:

“Después de la entrevista en Promesse, [la propuesta de hacer un seminario sobre Lacan] podría haber parecido una especie de conspiración. Pero en realidad, queríamos leer a Lacan correctamente, para nuestro propio beneficio en primer lugar, y luego para nuestros estudiantes de Estrasburgo. Nuestro trabajo consistió en enfocar línea por línea “La instancia de la letra”, uno de los textos principales en los Écrits. Inicialmente no pudimos entender mucho. Poco a poco, trabajamos lo que venía de Hegel, de Bataille y de Heidegger.”[10]

Ahora bien, según Benoît Peeters, fue por la sugerencia del propio Derrida que ambos autores ampliaron la presentación que hicieron en el seminario de la calle de Ulm, a partir de la propuesta del primero para que que fuera publicado en el formato de un libro, en vez de terminar siendo un artículo extenso. Ambos aceptaron. Siendo así, no podría decirse —como lo hacen los autores— que hubo “una única razón” por la cual ese texto apareciera publicado bajo el formato de un libro. Sin embargo, podríamos encontrar incluso una razón más por la cual este libro no es un libro en un sentido clásico del término:

“Ambos firmantes [signataires] elaboraron el presente texto en forma conjunta. El hecho de haberse repartido la redacción definitiva por capítulos no impidió que en el curso del trabajo se vieran obligados, aquí y allá, a redactar ciertos pasajes en común, inclusive con intervenciones puntuales de un “estilo” en el otro. En ese juego de escrituras, cuyas diferencias más marcadas son bastante notables, se podrá leer que este trabajo, más que un “libro”, es, en cierta manera, una lectura simple.”[11]

¿Estaremos siendo tendenciosos al hallar nuevamente una traza derridiana en este punto? Es que en esa misma entrevista a la que Nancy se refiere, Derrida puntualizó que una estrategia general de deconstrucción implica un distanciamiento, y advirtió que “un texto unilineal, una posición puntual, una operación [textual] firmada por un único autor son por definición incapaces de practicar este distanciamiento”.[12] El título de la letra se compone, entonces, por una escritura doble, compuesta de notas múltiples y diversas, signada por dos autores cuyos estilos intervienen uno en el otro y sin pretensión de exhaustividad. Tal vez esa “lectura derridiana” (a decir de Allouch) esté definida por la “estrategia deconstructiva”, no sólo en cuanto a la lectura sino también (y sobre todo) en la escritura: en su carácter aforístico, su irrupción y su diferencia.

Diferencia que, por paradójico que esto resulte, pretende una identificación a partir de una anulación. En efecto, para terminar ese “Mise en place”, los autores destacan unas últimas líneas al respecto del título de su publicación:

“Evidentemente, un título es necesario. Pero sabemos también que ya no es posible, en nuestros días, proponer un título sin dejar al descubierto toda su riqueza semántica. Por otra parte, ¿sería posible resignarse a elegir un título por otros motivos? En consecuencia, si hemos adoptado éste es porque nos pareció ofrecer cierto número de ventajas. Entre otras, la acepción de la palabra título en el sentido de documento que establece un derecho, atestigua una propiedad o una cualidad; en efecto, es este título de la letra lacaniana lo que habrá que producir, descifrar, autentificar. Y además la acepción de título, en tanto designa el tenor de oro o de plata de una moneda; y bien sabemos que si la palabra es plata, el silencio, pese a todo, es oro…”[13]

Los autores ponen en juego varias acepciones de la palabra título: 1) como palabra o frase que nombra a una obra o escrito; 2) en el campo del derecho, se trata del documento que refleja la existencia de un título de propiedad u otro derecho real; 3) particularmente en Francia, el título de un objeto de metal precioso está dado por su composición: oro o plata, por ejemplo. Ahora bien, ellos mismos señalan una lectura más sencilla: el título de la letra como acerca de la letra, advirtiendo entonces que “es una manera como cualquier otra de anular nuestro título al dejarlo que se identifique con el título del texto de Lacan que habremos de leer”,[14] cuyo umbral (seuil) estará indicado por el subtítulo (soustitre, de cuyo vocablo los autores subrayan ese sous): (Una lectura de Lacan)… entre paréntesis.


[1] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra (una lectura de Lacan), tr. Marco Galmarini, EBA, Barcelona, 1981, p. 5.

[2] Jacques Lacan, El seminario 20. Otra Vez. Encore, 1972-1973, versión de Ricardo E. Rodríguez Ponte, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 2011.

[3] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6,

[4] Jacques Derrida, De la gramatología, tr. Óscar del Barco y Conrado Ceretti, Siglo XXI, México, 1971, p. 25.

[5] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6.

[6] Jacques Derrida, La diseminación, tr. José Martín Arancibia, Fundamentos, Madrid, 1997, p. 330.

[7] Jacques Lacan, “Prefacio a una tesis”, en Otros escritos, tr. Graciela Esperanza, Paidós, Barcelona, 2012, p. 413.

[8] Anika Rifflet-Lemaire, Lacan, prólogo de Jacques Lacan, tr. Francisco J. Millet, Edhasa, Barcelona, 1971, p. 27.

[9] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6.

[10] Benoît Peeters, Derrida: A Biography, tr. Andrew Brown, Cambridge, Polity Press, 2013, p. 241.

[11] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 6. La traducción ha sido modificada.

[12] Jacques Derrida, Posiciones, tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977, p. 69.

[13] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 7.

[14] Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra, p. 7.

Escenas de un affaire

En 1965 Jacques Derrida publicó un artículo en la revista Critique el cual, un par de años más tarde, daría lugar a De la grammatologie (Éditions de Minuit, 1967). A grandes rasgos, la gramatología abre la pregunta por una ciencia de la escritura que iría a contrapelo del fonocentrismo y el logocentrismo dominantes en la metafísica occidental, incluso (y sobre todo) llegando hasta la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure. La deconstrucción de la filosofía, y más particularmente de la metafísica (pues ambas se hallan imbricadas), implicaría pensar la genealogía estructurada de sus conceptos, determinando lo que ha quedado disimulado o reprimido en su historia. El estilo que marca la pauta de esta tarea requiere de, entre otras cosas, habitar eso mismo que se busca deconstruir:

“Los movimientos de desconstrucción no afectan a las estructuras desde afuera. Sólo son posibles y eficaces y pueden adecuar sus golpes habitando estas estructuras. Habitándolas de una determinada manera, puesto que se habita siempre y más aún cuando no se lo advierte. Obrando necesariamente desde el interior, extrayendo de la antigua estructura todos los recursos estratégicos y económicos de la subversión, extrayéndoselos estructuralmente, vale decir sin poder aislar en ellos elementos y átomos, la empresa de desconstrucción siempre es en cierto modo arrastrada por su propio trabajo.”[1]

A pesar de cierta reticencia teórica a utilizar los conceptos freudianos, debido a la pertenencia que todos ellos tienen, según Derrida, a la historia de la metafísica, él mismo reconoce en los textos de Freud ciertos puntos de referencia que permiten considerar al psicoanálisis freudiano ajeno a la clausura logocéntrica. Como se puede apreciar en “Freud y la escena de la escritura”[2] —texto surgido de una conferencia pronunciada en el seminario de André Green en el Institut de psychanalyse en marzo de 1966— hay algo del psicoanálisis que no termina por reducirse a la metafísica de la presencia, aunque Freud mismo nunca pensó en la complicidad que su discurso pudiera mantener con ciertos remanentes metafísicos. A pesar de (o tal vez gracias a) ello, Derrida subraya “la deconstrucción del logocentrismo no es un psicoanálisis de la filosofía”.[3]

A lo largo de esos textos, Derrida no menciona a Lacan (él mismo lo advierte en 1971: “en los textos que he publicado hasta hoy, la ausencia de referencias a Lacan es, en efecto, casi total”[4]) aunque sus comentarios a algunos pasajes de Freud mantienen un tufillo lacaniano innegable (la relevancia del nachträglich, el acento de la escritura en el trabajo del sueño, la noción de tiempo lógico, la relación significante y significado en psicoanálisis, etcétera). A pesar de no mencionar el nombre de Lacan, podemos leer la siguiente nota a pie de página cuya diatriba lleva una innegable dedicatoria:

“La ‘primacía’ o la ‘prioridad’ del significante sería una expresión insostenible y absurda de formularse ilógicamente dentro de la lógica que pretende, sin duda legítimamente, destruir. Nunca el significante precederá de derecho al significado, sin lo cual dejaría de ser significante y el significante ‘significante’ ya no tendría ningún significado posible”.[5]

¿Qué dijo Lacan al respecto? En su Historia del psicoanálisis en Francia, Elisabeth Roudinesco menciona que Lacan le habría expresado a Jacques-Alain Miller y a François Wahl cuánto había apreciado el artículo De la grammatologie del joven Jacques Derrida, y habría conseguido hacérselo saber a él a través de ellos.[6] La historiadora se aventura a suponer que Lacan buscaba que Derrida ocupara el lugar que había dejado vacante Paul Ricoeur en su seminario. Si así fuera, nada de eso habría ocurrido. Derrida nunca se habría presentado al seminario de Lacan. Y no sería sino hasta el otoño de 1966 cuando ambos se encontrarían en el simposio The Languages of Criticism and the Sciences of Man, organizado por el Centro Jon Hopkins en Baltimore, Estados Unidos.

‒ ¡Tuvimos pues que esperar llegar aquí, y al extranjero, para encontrarnos!

Habrían sido las palabras de Lacan, expresadas con un suspiro amistoso, cuando René Girard los presentó. Después, cada uno se habría explayado en los asuntos a los cuales concernía su trabajo durante esos días. Según el recuerdo de Derrida, Lacan estaba más preocupado por la “encuadernación” de los Écrits en un solo volumen de 900 páginas: “Ya verá ‒me dijo haciendo un gesto con las manos‒, no va a resistir”. Pero Lacan no habría dejado pasar la ocasión para pronunciarse al respecto de los textos de Derrida:

‒ Usted no soporta que yo haya dicho lo que usted tiene ganas de decir.

Algunos años más tarde, durante una entrevista (incluida en Posiciones, 1972), Derrida calificó ese tipo de comentarios como “agresiones en forma de reapropiación, o con intenciones de reapropiación que […] Lacan ha multiplicado, directa o indirectamente, en privado o en público, en sus seminarios y, desde esa fecha, como constataría yo mismo al leerlo, prácticamente en cada uno de sus escritos”.[7] Él mismo señala que para ese entonces sólo habría leídos dos textos de Lacan: El seminario sobre “La carta robada” y La instancia de la letra… Sin embargo, ya desde esos años Derrida proyectaba un escrito acerca del primero de esos escritos (el privilegiado que inaugura el recorrido de los Écrits). No sería sino hasta 1975, con Le facteur de la verité [El cartero de la verdad], posteriormente incluido en La carte postale [La tarjeta postal] de 1980, que Derrida arremetería fuertemente contra Lacan.

Entre esos años se publicó Le titre de la lettre (une lecture de Lacan) de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, bajo el sello de la editorial Galilée. Los autores inmediatamente habrían enviado un ejemplar a Lacan, quien lo habría elogiado de modo ambivalente en la sesión del 20 de febrero de 1973 de su seminario Encore. No podemos definir aún si la lectura de ambos filósofos puede ser calificada de “derridiana” (como lo hace Allouch), pero ciertamente la lectura que hizo Lacan de ese texto estuvo atravesada por el affaire que mantenía con Derrida desde hace varios años. Calificar a ambos filósofos como sous-frifes da cuenta de ello.

Addenda

El vocablo sous-frife aparece a inicios del siglo XX, y ha sido utilizado para designar a alguien que es un aprendiz o un principiante en cierta materia o actividad. La palabra, por supuesto, carga un sentido peyorativo o desdeñoso. El sous-frife se encuentra en un rango menor en la estructura de una jerarquía; se define por una subordinación o una dependencia a alguien. Tanto el poder como el saber del sous-frife están mermados en su relación con ese Otro, que hace las veces de director, maestro o amo. Entre las expresiones equivalentes en español (pues la traducción literal no existe) se pueden mencionar: secuaz, subalterno, subordinado, empleaducho e incluso don nadie.[8]


[1] Jacques Derrida, De la grammatologie,  De la gramatología, tr. Óscar del Barco y Conrado Ceretti, Siglo XXI, México, 1971, p. 33.

[2] Jacques Derrida, “Freud y la escena de la escritura”, en La escritura y la diferencia, tr. Patricio Peñalver, Anthropos, Barcelona, 2012, pp. 271-317.

[3] Ibidem, p. 271.

[4] Jacques Derrida, Posiciones, tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977, p. 128.

[5] Jacques Derrida, De la grammatologie, n. 9, p. 32 [En español: De la gramatología, n. 9, p. 26.]

[6] Cfr. Elisabeth Roudinesco, La batalla de los cien años. Historia del psicoanálisis en Francia (1925-1985), t. III, tr. Ana Elena Guyer, Editorial Fundamentos, Madrid, 1993, pp. 18-19. 

[7] Jacques Derrida, Posiciones, tr. Manuel Arranz, Valencia, Pre-Textos, 1977, n. 1, p. 128.

[8] Al respecto puede revisarse: < http://www.expressio.fr/expressions/un-sous-fifre.php >

Estilos de lectura

Jean Allouch ha señalado que la interpretación, entendida como interprétariat, implica ocupar una posición entre dos: “un escrito reconocido como difícil de un lado, y del otro alguien que no tiene acceso y se remite entonces al interpres. Este último le presenta el inaccesible escrito bajo la forma de enunciados más fáciles, más ‘claros’ se dice”.[1] El intérprete, por una suerte de intuición luminosa, pretende facilitar a otros la comprensión de un texto calificado de difícil u oscuro. A decir de Allouch, esa es la posición tomada por Jacques-Alain Miller con respecto a los escritos y los seminarios de Lacan. El trabajo de Miller se ha orientado por la pretensión de una “elucidación” de Lacan, tal y como tituló al conjunto de sus charlas brasileñas, así como a una revista que dirigió por algunos años.

En la sesión del 20 de febrero de 1973 del seminario Encore, Lacan le otorgó un valor de “esclarecimiento” a la primera parte del trabajo de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy. La palabra “esclarecer” proviene de la forma latina exclarescere, compuesta por el prefijo ex– (de interior a exterior, idea de elevación o proceso) y por la raíz del adjetivo clarus (claro, luminoso, ilustre, inteligible). El vocablo “esclarecimiento” no es muy distinto al de “elucidación”, pues este último se compone por el prefijo ex– y el verbo lucidāre (aclarar, iluminar).  En ambos casos, el asunto en cuestión es el de echar luz sobre algo que, hasta ese momento, ha permanecido oscuro.

¿Es así como hay que definir el estilo de lectura que pusieron en juego ambos filósofos en su lectura de Lacan? Como lo mencionamos anteriormente, en la primera parte de su texto los autores ponen en marcha tres operaciones: una lectura simple (que se atiene a lo dicho y se limita a un solo escrito de Lacan), un comentario (reconociendo su carácter universitario) y un ejercicio de desciframiento (pero no de interpretación). En la segunda parte, en cambio, operan una estrategia deconstructiva que les permite situar las desviaciones y los desplazamientos efectuados por el discurso lacaniano, no sólo en cuanto a su recuperación de ciertas tesis de la lingüística de Saussure sino también, y especialmente, por la irrupción del nombre de Heidegger y su noción de «verdad».

Así entendido, ambos filósofos no pretenden ofrecer “elucidación” o “esclarecimiento” alguno, pero tampoco —ellos mismos lo advierten— buscan hacer una crítica. En cambio, el desciframiento que pusieron en marcha cumple con la exigencia que Lacan colocó en la “Obertura” de sus Écrits: “llevar al lector a una consecuencia en la que le sea preciso poner su parte”.[2] Esa exigencia se redobla al momento de abordar un texto como este, que requiere de un trabajo a través de otros textos para abrirse camino en la lectura. De este modo, no es una exageración decir que El título de la letra se coloca en las antípodas del estilo milleriano. De hecho, en un diálogo con Miller, durante el coloquio Du Séminaire aux séminaires. Lacan entre voix et écrit en 2006, Danielle Arnoux llegó a destacar precisamente que Le titre de la lettre de Lacoue-Labarthe y Nancy “no podía, en efecto, venir de su bando”.[3]

No sólo ambos filósofos no pertenecían al bando de Miller —compuesto en ese entonces por los normalistas que habían estudiado con Louis Althusser y por algunos de los que se hallaban reunidos alrededor de Cahiers por l’Analyse— sino que tampoco formaban parte del grupo que asistía asiduamente a los seminarios de Lacan. ¿Hasta qué punto esa distancia les permitió una lectura distinta de los escritos del psicoanalista francés? Distancia no solamente intelectual sino territorial. Tengamos en cuenta que Lacoue-Labarthe y Nancy pertenecían al cuerpo docente de la Universidad de Estrasburgo, y si tuviéramos que hablar de la pertenencia a un bando, no sería otro sino al de Jacques Derrida. Es por ello que Lacan, no sin cierta saña, los califica de “secuaces” o “subalternos”, y aunque indicaba que eso no implicaba disminuir su trabajo, el comentario no deja de tener cierto desdén.

Contamos con algunas palabras de Nancy con respecto a la asociación que se hizo de sus nombres (en caso de ser pronunciados) con el de Derrida. “Ser tratados como secuaces de Derrida fue hiriente para nosotros y molesto para Derrida. Si bien habíamos explorado algunas de sus intuiciones con mayor profundidad, solo nosotros fuimos responsables de este texto. Pero durante mucho tiempo, quizás para siempre, este libro significaba que nuestros dos nombres estaban asociados con el suyo”.[4] Lo cierto es que esta situación tuvo sus consecuencias.

La singularidad de un trabajo como El título de la letra no ha dejado de ser advertida. En El sexo de la verdad. Erotología analítica II, Allouch da algunos de los motivos por los cuales prefiere las transcripciones de los seminarios a los escritos (los papelitos, como él los llama) de Lacan. Antes de terminar, subraya: “La única excepción que confirma la regla según la cual ‘leer a Lacan (salvo la tesis y los primeros artículos) es leer los seminarios’ habrá sido la obra El título de la letra, una lectura ‘derridiana’ de ‘La instancia de la letra en el inconsciente’”.[5] No pasaremos de largo por este otro adjetivo que califica la lectura de ambos filósofos. Y cabe destacar que Allouch, así como lo hiciera Lacan, tampoco menciona los nombres de los autores.

Lo cierto es que el carácter de excepcionalidad que se le atribuye se explica por otras razones. El título de la letra fue publicado en 1973, meses antes de la publicación del seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, cuya edición corrió a cargo de Jacques-Alain Miller. Hasta esa fecha, no había edición alguna de los seminarios de Lacan. Ambos filósofos pudieron haber llegado a revisar las estenografías o incluso asistir ocasionalmente a algunas de las sesiones, sin embargo, no hay referencia alguna a los seminarios. En buena medida se trata de un encuentro directo con los Écrits de Lacan, o al menos con uno de ellos.


[1] Jean Allouch, “No se sostiene”, tr. Lucía Rangel, en me cayó el veinte, no. 36: Scripta volant, p. 85.

[2] Jacques Lacan, “Obertura de esta recopilación” en Escritos, t. 1, tr. Tomás Segovia, México, Siglo XXI, 2009.

[3] Las intervenciones de Jacques-Alain Miller y Danielle Arnoux pueden hallarse en línea: en el sitio Oedipe: <https://bit.ly/2Himg3m&gt;. Una versión en español de la respuesta de Danielle Arnoux se puede encontrar en e-diciones de la École lacanienne de psychanalyse: <https://bit.ly/2H7v1zA&gt;.

[4] Extracto de una entrevista a Jean-Luc Nancy en Benoît Peeters, Derrida: A Biography, tr. Andrew Brown, Cambridge, Polity Press, 2013, p. 250.

[5] Jean Allouch, El sexo de la verdad. Erotología analítica II, tr. Silvio Mattoni, Cuadernos de Litoral, Córdoba, 1999, p. 87.

El título de la letra (una lectura de Lacan)

El 9 de mayo de 1957, ante un grupo de filosofía de la Federación de los estudiantes de letras de la Sorbona de Paris, Jacques Lacan pronunció un discurso que posteriormente redactaría bajo el título de “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, publicado ese mismo año en el número 3 de La Psychanalyse. Esta intervención ―a medio camino entre el habla y el escrito― sería crucial para la enseñanza de Lacan. En buena medida, de lo que ahí se trata es de dar cuenta del inconsciente estructurado como un lenguaje, acudiendo a tesis de la lingüística, la antropología y la filosofía. La importancia de este texto sería señalada por Lacan en reiteradas ocasiones. Más de una decena de veces remitió a su auditorio a su lectura, y en Lituraterre de 1971, la insistencia parece dar lugar a cierta extenuación: “¿Sería acaso letra muerta que haya puesto en el título de uno de esos fragmentos que dije Escritosde la letra la instancia, como razón del inconsciente?”[1]

Años más tarde, Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy publicaron Le titre de la lettre (une lecture de Lacan),[2] en la colección “À la lettre” de Éditions Galilée. Se trata de un texto dividido en dos partes. En la primera, los autores hicieron una lectura simple cuyo comentario estuvo dirigido a realizar un desciframiento de un escrito de Lacan, precisamente “La instancia de la letra…”. En la segunda, en cambio, los autores llevaron a cabo una estrategia de deconstrucción. Esta operación fue puesta en marcha, al margen del texto de Lacan, debido a una suerte de repetición y por la sorpresa ―como ellos mismos la califican― que les provocó la irrupción del nombre de Heidegger en el discurso lacaniano.

El trabajo realizado por ambos filósofos no pasó desapercibido para Lacan. En la sesión del 20 de febrero de 1973 del seminario Encore,[3] Lacan aconsejó la lectura de Le titre de la lettre, a cuyos autores no mencionó por considerar que jugaban un papel de sous-fifres (Rodríguez Ponte traduce “empleaduchos”, pero otras posibles traducciones son “subordinados”, “secuaces” o “subalternos”) pero… ¿de quién?  Señaló que se trataba de un escrito “con las peores intenciones” al cual nunca podría dejar de estimular su difusión, agregando además: “si se trata de leer, nunca he sido tan bien leído, al punto de poder decir que… desde cierto punto de vista, podría decir: ‘con tanto amor’. Por supuesto, como se comprueba por el final del libro, es un amor del cual lo menos que se pueda decir es que su doble habitual en la teoría analítica no deja de poder ser evocado…”. Como es sabido, ese doble habitual es el odio.

Lacan agregó que se trataba de “un modelo de buena lectura. Al punto que puedo decir, en fin, que lamento no haber obtenido, de quienes me son cercanos, nunca nada que, a mi entender, sea equivalente” y más adelante insistió: “se los digo, jamás he visto a uno sólo de mis alumnos hacer un trabajo parecido, ¡ay! Nadie tomará nunca en serio lo que yo escribo, salvo, desde luego, aquellos de los que he dicho recién, así, incidentalmente, que me odian, bajo pretexto de que me desuponen [dé-supposent] el saber”.

Sin embargo, Lacan no dejó pasar que los autores llegaban a unas conclusiones algo impertinentes. «Hay ahí, sin duda, algo donde al final, yo no sé qué, y no tengo otro modo para sondearlo, no sé qué escapa a los que se han impuesto este extraordinario trabajo, sucediendo todo por lo tanto como si fuera justamente al impase donde todo mi discurso es apropiado para llevarlos a que se consideren exonerados, que se declaren —o me declaren, lo que vuelve al mismo punto donde ellos llegan con eso— estar desconcertados”. Así, Lacan invitaba a su público a que leyera ese texto y se enfrentara a sus conclusiones, pues “hasta esas conclusiones, el trabajo se prosigue de una manera en la que yo no puedo reconocer más que un valor de esclarecimiento, de luz, completamente impresionante”.


En 2018 tomamos en cuenta la exhortación de Lacan. La propuesta fue la de hacer una revisión puntual del trabajo realizado por Nancy y Lacoue-Labarthe en Le titre de la lettre, al mismo tiempo que abordar “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” de Lacan. Este ejercicio doble, tanto en la lectura como en la escritura, estuvo encaminado a situar la articulación que Lacan hizo en ese momento de su enseñanza, pero también ubicar un estilo de trabajo y un acercamiento a los Escritos por parte de ambos filósofos. Algunas de las primeras entradas de este Scriptorium estuvieron dedicadas exclusivamente a este trabajo.


[1] “Lituraterre”, en Littérature, no. 3, 1971, p. 4. [En español: «Lituratierra» en Otros escritos, tr. Graciela Esperanza y Guy Trobas, Paidós, Barcelona, 2012, p. 22]. La traducción ha sido modificada en función del texto fuente. 

[2] Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, Le titre de la lettre (une lecture de Lacan), col. “Á la lettre”, Éditions Galilée, París, 1973. Fue reeditado después en la colección «La philosopie en effet». La edición más reciente es de 1990. [En español: Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, El título de la letra (una lectura de Lacan), EBA, Barcelona, 1981].

[3] Cfr. Jacques Lacan, El seminario 20. Otra Vez. Encore, 1972-1973, versión de Ricardo E. Rodríguez Ponte, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 2011.