Una carta siempre puede no llegar a su destino (primer envío)

26 de marzo de 2021

Acabo de terminar de leer Lo oculto: verdad indómita. Freud, István Hollós… y otros, el más reciente libro de Gloria Leff, y he pensado en escribir una reseña ¿sabes? Cosa curiosa, tuve ese pensamiento incluso antes de que apareciera el libro. Una anticipación que no es tan extraña como pudieras llegar a creer. Después de todo, su contenido no me era tan ajeno por el seminario que Gloria impartió a inicios del año pasado. Y si bien no puedo fechar el momento exacto en el que se atravesó por mi mente escribir algo así como una reseña, sé que la idea llegó durante las primeras semanas de noviembre de 2020, mientras leía Hora prima de Erri de Luca. Ni vayas a creer que mi memoria es tan buena como para recordar cuándo leí ese libro. Pude ubicar la fecha porque compartí algunas citas en Facebook y busqué cuándo hice esas publicaciones antes de escribirte estas líneas. El capítulo titulado “Los clientes de los sueños” fue el que me hizo recordar el aún no aparecido libro (extraño ¿no crees? Recordar algo que aún no ha tenido lugar).

Se trata de un breve diálogo entre A y Z, un hombre y una mujer. El diálogo lo inicia A, quien se queja de los líos que ha causado la interpretación de sueños en los últimos tiempos, pues, en su opinión, Freud los habría reducido todos a una pesadilla sexual en la cual uno se debate contra el incesto y la muerte de los padres, como si en nuestras noches se representaran actos de tragedias griegas. Y para destacar que antes no era así, evoca el mayor prodigio en toda la historia de la interpretación de los sueños tal como es narrado en la Biblia. Seguramente pensarás que se trata del episodio en el cual José le interpreta su sueño al faraón, el mismo que Freud retoma en La interpretación de los sueños para ejemplificar y descartar el método de interpretación simbólica. Pues bien, no es así, se trata de otro pasaje del Libro de Daniel, al cual —que yo sepa— ni Freud ni Lacan se refirieron jamás.

Una noche, el rey Nabucodonosor despierta una vez más aterrorizado por una pesadilla que se había vuelto recurrente. Al día siguiente, convoca a sus magos, hechiceros y astrólogos para que le expliquen el significado de su sueño, pero los agarra por sorpresa: no está dispuesto a contarles qué ha soñado, espera que ellos adivinen cuál ha sido su sueño y que, además, le digan cuál es su significado. ¿Puedes creerlo? Ninguno de ellos sabía qué hacer. ¿Te imaginas? ¿Qué pasaría si un día de estos decidieras no contarle uno de tus sueños a tu analista y le pidieras que él fuera quien lo adivinara? La escena resultaría bastante desconcertante, inclusive cómica. Pero el episodio bíblico muy pronto vira a lo trágico, pues el rey avisa que mandará decapitar a todo aquel que no sepa responderle. Bien podrías amenazar así a tu analista, pero de todos modos no creo que lo logre.

Sin embargo, antes de que rueden las cabezas, el joven Daniel se presenta ante el rey y le dice exactamente cuál ha sido su sueño: el rey ha soñado con una estatua con la cabeza de oro puro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y la espalda de bronce, las piernas de hierro y los pies de barro, la cual fue destruida a causa de una piedra que se desprendió de una montaña y fue a estrellarse directamente a sus pies, su parte más endeble, reduciéndola así a meros escombros. Daniel le dice también cuál es el significado de dicho sueño: la cabeza de oro es el rey, mientras que las demás partes del cuerpo son sus sucesores, que serán cada vez más débiles, hasta ser eliminados por otro reino más poderoso que se extenderá por todas partes. Inmediatamente después de escucharle, Nabucodonosor se desvaneció, lo que muestra que el desciframiento ha tenido certeza (¿recuerdas el desvanecimiento de Champollion en el momento preciso en el que se percata de que sabe leer los jeroglíficos?).

Lo que en particular me hizo recordar el libro de Gloria fue una breve línea, en la que A menciona que “ese muchacho judío tenía una clave para los pensamientos, leía la mente de los demás como un libro”. Una transferencia de pensamientos, pensé. Daniel supo leer el sueño del rey por vía directa. Pero de inmediato lo puse en duda. No es que Daniel poseyera una clave de lectura de pensamientos ni que leyera las mentes, sino que, más bien, le soplaron la respuesta. Porque es Dios quien le manda el sueño a Nabucodonosor y es el mismo Dios el que le revela a Daniel el contenido del sueño y su significado. De hecho, en el relato bíblico, luego de haber recibido una visión con la respuesta al misterio, Daniel alaba a Dios diciendo que sólo “Él revela lo profundo y lo escondido, y sabe lo que se oculta en las sombras”. Así como lo lees: lo oculto yace en la sabiduría de Dios y sólo en él.

Pues bien, a pesar de que no se trata de un relato que presente una verdadera transferencia de pensamientos, la historia sí muestra un aspecto que a Gloria no se le escapa y que no quería dejar pasar más tiempo para mencionártelo, porque estoy seguro que te va a interesar. En una nota a pie de página en su libro —una nota breve, un tanto marginal, al final del primer capítulo, casi como si quisiera pasar por desapercibida— marca su distancia con respecto a una afirmación de Sara Vassallo en su libro El deseo y la gracia: que la estructura borromeana le sirve a Lacan para mostrar que “la perspectiva analítica puede convertirse todo el tiempo… en la perspectiva religiosa y a la inversa”. Gloria destaca que si bien el análisis puede pensarse como un ejercicio espiritual (retomando la propuesta de Allouch, quien por cierto está muy presente a lo largo de su libro), está claro que lo espiritual no se confunde en nada con lo religioso (n. 73, p. 55). Así, pone en acto el adagio latino concede parum, nega frequenter, sed distingue semper (concede poco, niega frecuentemente, pero distingue siempre).

Te acuerdas del revuelo que causó el seminario de Sara, ¿verdad? Fue apenas dos semanas después del seminario de Gloria. Flotaba en el aire cierta contrariedad, agitación, irritación; por una parte, Gloria hablando de ocultismo y telepatía; luego, Sara aventuró cierta «continuidad» entre el Dios de la religión y el Otro del psicoanálisis. No faltaron los lacanianos que se incomodaron frente a semejantes posicionamientos. Sin embargo, el señalamiento de Gloria debería advertir a cualquiera que aquí se trata de algo que no se confunde con la religión, por mucho que ciertos vocablos guarden ciertas resonancias: espiritualidad, iluminación, conversión, epifanía, etcétera. Y es por eso por lo que hay que distinguir aquello que caracteriza a cada uno, sin mezclarlos, pero tampoco escandalizándose (seguramente viste las reacciones en Facebook, incluidas las de aquellos que durante ambos seminarios se mantuvieron discretos).

Por eso traigo a colación la historia bíblica narrada por Erri de Luca, pues ésta pone de manifiesto un esquema religioso claramente definido: Dios es el emisor de un mismo mensaje (el sueño) recibido por dos receptores (Nabucodonosor y Daniel); para el primero, el significado es desconocido (está oculto, pues); al segundo, en cambio, le es revelado su desciframiento (y en eso, resulta ser un iniciado). Un mensaje cifrado, dos sujetos y un Otro… en común. Por este sesgo se puede apreciar el costado claramente religioso de la historia: la convicción de una relación —como religio— entre dos por un tercero que los une. Pues bien, este es el sesgo por el cual Gloria no se decanta. Por mucho que su libro trate de fenómenos ocultos, telepatía y espiritualidad no se trata de un asunto planteado bajo una perspectiva religiosa sino del contexto del análisis. Eso no la hace caer en el otro extremo de aquellos que, procurando desmarcarse de una manera apresurada, terminan o psicopatologizando lo religioso (como aquel que, sin ton ni son, se aventuró a decir: “no hay nada más delirante que la religión”) o declarándose que nunca fueron religiosos (sin percatarse de haber dado paso a la denegación).

Por cierto, uno de los personajes de Erri de Luca pareciera añorar esos tiempos donde los sueños eran interpretados así, por la gracia de un don divino. Si bien el autor nunca identifica quién es el hombre y quién la mujer en ese diálogo, estoy seguro —seguro porque sí, es cosa mía— de que A es el hombre. ¿Por qué? Porque Z es más inteligente, perspicaz, pues menciona que, si bien ya no existen esos seres privilegiados, como Daniel o José, quienes poseían ese don especial para la interpretación de los sueños, siempre habrá otras opciones. Z también sabe distinguir aquello que es propio de la religión, como intérpretes inspirados, elegidos por gracia divina, cuyo don está dado por una revelación que proviene de Dios, de aquello que sería propio del análisis: no las respuestas definitivas ni las soluciones mágicas ni los grandes milagros, pero sí cierta cosa que permita hacer algo con ese saber inconsciente que, como decía Lacan, habita como una llaga en el sujeto. Tal vez este episodio bíblico podría permitir situar de otro modo ciertos asuntos que sigue cayendo en confusiones, ¿no crees?

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4 respuestas a «Una carta siempre puede no llegar a su destino (primer envío)»

  1. Me sorprendió leer esto de «… distingue siempre», caigo en el delito de comentar de un libro que aún no he leído y tampoco asistí al Seminario; me ha pasado varias veces y ya no digo o escribo algo. Pero pensé que tu reseña sí la leí y me surgió una pregunta ¿Crees que, retomando el sueño de Daniel, hay relación entre dos por el tercero? o más bien ¿cada quien tiene una relación, religio, con el lugar del tercero? En fin, saludos.

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    1. Creo que no se contraponen: por una parte, se hallan la relación del rey con Dios y la relación de Daniel con Dios, pero ambos mantienen ese tercero en común, compartido, quien enviaría en cada caso el mensaje del sueño (para uno cifrado, para el otro descifrado). Ni siquiera llega a ser con “el lugar del tercero”, porque en la historia está claro que el Otro es Dios (está como reificado, como un ente o ser supremo). Justamente lo que Gloria hace es poner de manifiesto que se trata de un lugar vacío y, por ende, no da lugar a una relación ni con el Otro ni entre dos por vía del Otro.

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