Mis alumnos,
si supieran adonde los conduzco,
estarían aterrorizados.
— Jacques Lacan[1]
Como se mencionó en un envío anterior (Una carta sibilina sobre el pase), si ese curioso personaje “Jean Al” de los Viajes extraordinarios por Translacania de François Perrier es Jean Allouch, entonces su texto “El pase fallido del Vicecónsul” —publicado en 1978— permite esclarecer la aseveración de que el Vicecónsul de Marguerite Duras “traduce perfectamente esa forma de desubjetivación que es de esperar” en el pase. Esta operación de traducción es reiterada cuando, luego de destacar la transformación estilística de la obra de Duras (El objeto y el estilo), Allouch menciona que la exigencia de insertar (tal vez de forma imposible) la pregunta del lector (y para el lector) en el corazón del texto se traduce por la invención de un dispositivo de escritura que no deja de evocar el dispositivo del pase. Al tratarse de un asunto de traducción, las relaciones que se establecen están dadas por el sentido. Vayamos pues a los textos.
Jean Marc de H. fue elegido candidato para el cargo de Vicecónsul en Lahore (que en aquel entonces formaba parte de la India), un lugar al cual no logra acostumbrarse. El calor es insoportable, la bebida se convierte en un hábito frecuente. Un año y medio después de su llegada, ocurrió una serie de incidentes calificados como “penosos” por las autoridades: desde su balcón, el Vicecónsul disparó por la noche sobre los jardines de Shalimar, donde se refugian los leprosos y los perros de Lahore. El Vicecónsul asume la “responsabilidad total” de los hechos, a pesar de que su acto nunca es asumido como premeditado. Un acontecimiento así sólo puede ser ubicado como un pasaje al acto, pues arribó de un modo intempestivo y no se deja reabsorber por un relato. En palabras del Vicecónsul: “Me limito, simplemente, a hacer constar aquí la imposibilidad en que estoy de dar cuenta de una manera comprensible de lo que ocurrió en Lahore”.[2] Precisamente, es a raíz de su acto que el Vicecónsul se hallaría en una situación subjetiva que traduce aquella esperada en el pase.
En la “Proposición”, al final de la partida analítica, Lacan localiza un des-être (des-ser) de lado del analista y una destitución subjetiva del lado del analizante, pero no ofrece definición alguna de esta última. Tal vez el texto “Sobre la destitución subjetiva” (1985) de Allouch pueda dar algunas indicaciones.[3] Allouch plantea que un análisis le da sustancia de a minúscula al analista e instaura al sujeto como destituido o dividido por el objeto rechazado. A raíz de este rechazo, el sujeto no puede igualarse a sí mismo, de modo que sólo puede hacerlo al nivel del no-todo saber, de la impotencia de saber, lo que, en última instancia, hace que tenga lugar una conversión en la posición del sujeto en su relación con el saber. De manera que la destitución subjetiva —como “promesa” al final de un recorrido analítico— sería propiamente una desubjetivación.
En otras palabras, la situación subjetiva del Vicecónsul es la de una desubjetivación. Esta desubjetivación no puede desligarse —como cuando se habla de una ligadura de notas musicales— de otra historia contada en la novela de Duras: la de una mendiga que vaga por las calles de Calcuta. Las historias de la mendiga y la del Vicecónsul nunca se cruzan, pero, a decir de Marguerite Duras, el relato de ella es la “sintaxis musical”[4] que prepara la entrada del Vicecónsul. Las primeras líneas de la novela ofrecen esa pauta que los incluye a ambos:
¿Qué hay que hacer para no regresar? Hay que perderse. No sé hacerlo. Aprenderás. Quisiera alguna indicación para perderme. Hay que abandonar toda reserva mental, estar dispuesto a no saber nada de lo que antes se sabía, dirigir los pasos hacia el punto más hostil del horizonte, una especie de vasta extensión de ciénagas cruzada en todos los sentidos por mil taludes, no se sabe por qué. […] Hay que saber que el punto del horizonte que te saldrá al encuentro ya no es, probablemente, el punto más hostil, aunque así lo parezca, sino un punto que ni siquiera se puede imaginar que lo es.[5]
Así, luego de cinco semanas de acaecido su acto, el Vicecónsul se halla en Calcuta a la espera de un veredicto, una revocación —que él no ha solicitado— o, más exactamente, se halla a la espera de una nominación que hasta ese momento se ha mantenido en suspenso. La suspensión no depende del Sr. Stretter, en su calidad de embajador, sino de un hecho de estructura. Es que los leprosos y los perros de Lahore no constituyen parte contraria para su revocación. Y dado que nadie conoce los hechos (sólo el embajador y su mujer, Anne-Marie Stretter), los incidentes permanecen en el orden de un decir que, según Allouch, se mantiene en la suposición, un “se supone ha sido dicho” (supposé avoir été dite). Es un decir que permanece opaco, alimentado por el rumor de las voces, por el vox populi que cuchichea sobre lo sucedido.
Duras pone de manifiesto este costado del decir a partir de un recurso narrativo: una serie reiterada de frases que inician con un “se dice” (on dit) y algunas variaciones que, aunque menos frecuentes, forman parte del mismo recurso: “se pregunta”, “se piensa”, “se habla”. Toda Lahore es un “se supone ha sido dicho” (supposé avoir été dite) que no llega al “se habrá dicho” (il aura été dite). Esa insistencia repetitiva del “se dice”, señala Allouch, tiene lugar en la novela como un imposible redicho (redit), como una repetición imposible y es de esa misma imposibilidad —que no cesa de no escribirse, que no alcanza la inscripción— de la que se sostiene la suspensión de dicha nominación.
¿Quién habla en ese se dice? ¿Cuál es su función y su alcance? A diferencia de lo que plantearía un Heidegger (sobre la “inautenticidad” que conlleva el “se” en proposiciones como “se dice”, “se piensa”, “se cree”) o lo que dictaría el “sentido común” (que habría que desconfiar del “se dice” por tratarse de puro chismorreo), Allouch advierte que el “se dice” no se halla fuera del campo de la verdad, pues permite distinguir entre un otro imaginario (como semejante, espectador o interlocutor al cual uno se dirige) de un Otro simbólico (como lugar de la palabra). El “se dice”, al no dirigirse a nadie o dirigirse a cualquiera, intenta llevar algo de la palabra al lugar de la destinación. Más aún: el “se dice” pertenece al pleonasmo, a la redundancia, a la repetición de lo que allí se pone en juego hasta convertir un hecho en un hecho del decir, esto es, hasta separar ese hecho del terreno del ser para llevarlo al lugar del Otro en tanto decir.
Al interrogarse por el lugar de la destinación y su alcance constituyente se abre la vía para instaurar un “dígales” (dites-leur) que alimente ese “se dice”. Lo que muestra que el Vicecónsul no renuncia al decir cuando se abstiene de dar una explicación de su acto, pero no será él sino ellos quienes darán testimonio, quienes finalmente portarán el decir del Vicecónsul para esa nominación. En este sentido, estructuralmente hablando, el asunto no es diferente en el dispositivo del pase: éste no tiene lugar por la vía de un testimonio directo (señalamiento que concuerda con las palabras de “Jean Al” en el libro de Perrier: “si fuese posible que el pasante diese testimonio directo […] habría que considerar el dispositivo, ipso facto, como una fantasía de Lacan”) sino por la vía del testimonio indirecto que ofrecen los passeurs. En el caso del Vicecónsul, dos serán sus passeurs: el director del Círculo Europeo y Anne-Marie Stretter.
Cada noche, el Vicecónsul se encuentra con el director del Círculo. Le habla, se hace escuchar por él. El director bosteza, se duerme, despierta, se ríe, se vuelve a dormir… lo que al Vicecónsul no parece importarle demasiado. Ambos se hallan, por cierto, en la misma situación subjetiva: habitados por una inquietud por la cual no logran habituarse a la India. Y de la misma manera en la que, según el dispositivo del pase, el passant y el passeur se hallan en el pase, pero no de la misma manera (lo que rompe con una posible simetría). En efecto, la disparidad entre ambos está dada por el hecho de que las confidencias del Vicecónsul serán relatadas por el director a toda Calcuta y, en especial, al embajador, quien habrá de decidir con respecto a la nominación. Así, el director fungirá como vehículo del decir del Vicecónsul: “Director, hable a todo aquel que quiera escucharle, cuente a quien quiera oírle todo lo que yo le cuento”.[6]
Anne-Marie Stretter aparece como la segunda passeur del Vicecónsul: “quisiera ser escuchado por usted, precisamente por usted, esta misma noche”. Pero un fragmento de ese encuentro, transcrito por Allouch, permite ubicar el instante preciso en el que el Vicecónsul invierte los lugares, haciéndose él mismo passeur del Vicecónsul de Lahore, lo que permite ubicar un movimiento a nivel del yo que se desplaza hacia una terceridad:
—Además, es eso lo que yo querría tratar de decirle. Después, se sabe que es uno el que estaba en Lahore en la imposibilidad de ser ahí. Soy yo quien [c’est moi qui]… el que [celui qui] le habla en este momento… es él [lui]. Yo quería que usted escuchase al Vicecónsul de Lahore, yo soy ése.
—¿Y qué dice él [que dit-il]?
—Que no puede decir nada sobre Lahore, nada, y que debe usted comprenderle.
—¿Acaso merece la pena?
—¡Oh, sí! Si usted lo desea también puedo decir: Lahore era todavía una forma de la esperanza. Comprende usted, ¿verdad?
—Creo que sí. Pero yo pensaba que había otra cosa… que se podía hacer otra cosa, sin ir hasta donde usted, hasta donde usted ha ido…
—Tal vez. Ignoro qué. Pero intente, al menos, se lo suplico, percibir Lahore.
Del “soy yo quien” (c’est moi qui) a “el que” (celui qui) para luego hablar de “él” (lui) se instaura un recorrido cuya tentativa es la de instaurar un dicho (dit) que, alcanzando el “se dice” (on dit), haga corte. Ese lui es análogo al il en francés de la expresión il pleut, il pleut sur Calcute (llueve, llueve sobre Calcuta), que marca el lugar del decir y al mismo tiempo posee un alcance subjetivante.[7] Pero este lugar sólo puede ser efectivamente reconocido si se desactiva la creencia en la autonomía del yo, lo que en última instancia reitera el hecho de que un testimonio directo del pase tendría función de engaño, de semblante, pues no sería mas que otro ropaje del yo. Al respecto de este punto, Lacan es convocado:
Así funciona el i(a) con el cual se imaginan el yo y su narcisismo, haciendo de casulla para ese objeto a que constituye la miseria del sujeto. Esto porque el (a), causa del deseo, por estar a merced del Otro, angustia pues ocasionalmente, que se viste contrafóbicamente con la autonomía del yo, como lo hace el cangrejo ermitaño con cualquier caparazón.[8]
Para Allouch, la insistencia del Vicecónsul de prestarse a ese il, el movimiento de inscribir su decir en el lugar de ese il, es un acto que no sólo apunta a suscitar decires sino también un acto por el cual a minúscula es puesta en juego en A mayúscula: lugar de la palabra, lugar constituyente del sujeto, instancia a donde se dirige el decir, campo de inscripción de lo que se articula en el deseo. Pero ¿acaso demandar que dicha instancia de inscripción sea más “ubicable” o “precisa” no permitiría ceñir mejor el asunto? Una demanda así sólo apunta a una reificación del Otro en alguna de sus diversas encarpaciones (encarnación y ocupación), impidiendo toda posibilidad de alcanzar su inexistencia en virtud de una legitimación que no sería mas que otro ropaje del yo, un caparazón más para el endeble cangrejito que busca hallar refugio.
Pero no perdamos de vista que el pase del Vicecónsul… es fallido. Es un pase que no ha sido franqueado, que ha fracasado. ¿Por qué? Por amor… por el amor de Anne-Marie Stretter, que le hace proferir, exclamar, gritar al Vicecónsul que prefiere permanecer en Calcuta para estar cerca de ella. Esta situación pareciera repetirse casi de la misma manera en el texto/teatro/filme India Song, con la salvedad de que, desde el inicio, se nos advierte que Anne-Marie Stretter está muerta. Así, esta última historia ya no se desarrolla bajo el signo del amor sino bajo el signo de la muerte, presentificada por el decir de unas bocas cosidas (bouches couses): voces separadas de sus cuerpos que, por medio de su decir, reducen la presencia de las imágenes. No es que las escenas del filme sean narradas por esas voces (como voces en off), pues la lectura que realizan no se reduce a la duplicación de lo que aparece en pantalla. En un resumen escrito por Duras se indica al respecto de dichas VOCES (así, con mayúsculas):
Unas VOCES —sin rostro— hablan de la historia, cuatro en total […]. Las VOCES no se dirigen al espectador o al lector. Tienen una autonomía total. Hablan entre ellas. No saben que son escuchadas. Las VOCES han conocido, han leído la historia de ese amor hace mucho tiempo. Unas la recuerdan mejor que otras. Pero ninguna la recuerda por completo, tampoco ninguna la olvidó del todo. En ningún momento se sabe de quiénes son esas VOCES.[9]
Resulta inevitable remitir estas líneas a otras de Jean Allouch: “El correlato del olvido, de un olvido efectivo, no es el amor sino la nominación a la cual el Vicecónsul, al dimitir, se sustrae definitivamente”.[10] En efecto, la segunda tentativa de pase, que tiene lugar en India Song, fracasa porque el Vicecónsul termina por renunciar a la nominación. Sólo ésta podía acabar de una buena vez con ese amor que el olvido no habrá de llevarse, pero es a ella —la nominación— a la que el Vicecónsul dimite.
Que el fracaso del pase del Vicecónsul haya que imputárselo a ese amor está claramente señalado en los dos textos de Allouch publicados en 1978… pero no nos quedaremos allí. Se vuelve preciso destacar otra consecuencia de su lectura. En un coloquio organizado por la revista Ornicar ?, los días 9 y 10 de febrero de 2002, Allouch se refirió a aquello que le hizo tomar distancia de la escuela fundada por Lacan inmediatamente después de la disolución de la École freudienne de Paris; es decir, retomando la fabulación que Perrier hizo en su libro, «Jean Al» dio la razón por la cual prefirió no encallar en la isla de Skhuola, luego de que Lacania se desintegrara en las decenas de islas e islotes que terminaron por conformar Translacania:
[…] yo no estaba de acuerdo con esa decisión de Lacan de remitirse a una rama de su familia para la puesta a punto, post-disolución, de una continuación de su enseñanza. […] Esta posición provenía de mi pase. Esto implicaba, a mi entender, que si había analista (Lacan en este caso [en l’occurrence]) esta ek-sistencia no podía ser reconocida más que por un dispositivo que implica una escuela. Una escuela, es decir, un lugar fuera del campo de lo familiar. Y, posiblemente también, por fuera del amor como cimiento social. Mi pase había tenido precisamente su punto de partida cuando yo había realizado (en los dos sentidos de este término) que, en Margueritte Duras, el amor de Anne Marie Stretter por el Vicecónsul de Lahore no había hecho pase sino bloqueo para el pase, desde entonces fallido, del Vicecónsul. Ustedes pueden, por otra parte, leer esto en Ornicar? Es así que, leída después de mi pase, la fórmula “la escuela de los que me aman”, me parecía, me parece aún, como una fórmula que contiene dos términos antinómicos.[11]
La frase de Lacan —“esta es la Escuela de mis alumnos, aquellos que aún me aman”— pertenece a la carta del 26 de enero de 1981, con la cual se anuncia la fundación de la Escuela de la Causa Freudiana. No en pocas ocasiones se ha destacado el costado problemático del vínculo familiar como lazo de una escuela de psicoanálisis (o de cualquier otro tipo de institución psicoanalítica, como la IPA), pero el asunto tiene un trasfondo distinto que Allouch advierte, aún y cuando apenas quede atisbado con ese “posiblemente” y que, tal pareciera, no ha sido dimensionado como tal: el obstáculo es el amor. Ese amor al que muy frecuentemente se apela como cimiento de lo social, como vínculo entre los miembros de un grupo y cuyo movimiento apunta a conformar una suerte de unidad para escapar de la inexistencia de la relación sexual.

Coda
En 1977, Allouch presentó públicamente esa iluminación con respecto al Vicecónsul. Ese mismo año, un grupo de miembros de la École freudienne de Paris (compuesto por Jean Allouch, Hélène Allouch, Laurence Bataille, Éric Laurent, Catherine Millot, Michel Silvestre y Danièle Silvestre) entrevistó a Marguerite Duras. La entrevista no se dio a conocer sino casi cuatro décadas después. Confrontados con la dificultad de atribuir a cada uno de los participantes tal o cual de las intervenciones, se decidió marcar todas por igual con una X. Transcribimos un fragmento que nos abstendremos de comentar, pero que, al localizarlo como una coda en su acepción musical, no hacemos mas que advertir su carácter de repetición final:
X — ¿Cómo podríamos hablar de la función del amor?
M.D. — ¿No en el libro sino del amor en general?
X — Sí, del amor en general. ¿Qué efecto puede tener eso, el amor, en el hablar?
M.D. — Yo creo que es el fin del hablar.
X — Así es exactamente como yo lo entiendo. Creo que, de cierta manera, si uno dice, lo que suelo decir, que en India Song el suicidio de Anne-Marie Stretter corresponde a un acto de amor frente al Vicecónsul, yo agregaría que eso es lo que definitivamente cortará la palabra del vicecónsul. A partir de ahí, él va a encontrarse en una posición parecida a la de la mendiga, porque pierde su nombre. Porque no reivindica como nombre mas que el de Vicecónsul.
M.D. — Su función…
X — Su nombre es su función, pero el va a renunciar. La respuesta que él da…
M.D. — Él se mata al final…
X — Eso no está dicho.
M.D. — No, eso no está dicho. Yo lo sé… pero no el amante.
X — No el amante.
M.D. — No, el amante no se mata. Eso no está dicho, pero es…
X — En mi opinión…
M.D. — Entregó su renuncia.
X — Es incluso más terrible que matarse, de cierta manera. Yo lo veo muerto a partir de ese momento. Es decir, el amor es en verdad lo que se interpone en el camino de la palabra.[12]

[1] Esta anécdota fue originalmente contada por François Perrier en Viajes extraordinarios por Translacania, tr. Margarita Mizraji, Gedisa, Buenos Aires, 1986, p. 117. Posteriormente, fue incluida en Jean Allouch, Hola… ¿Lacan? —Claro que no, tr. Marcelo Pasternac y Nora Pasternac, Epeele, México, 1998, p. 261.
[2] Marguerite Duras, El Vicecónsul, tr. Enrique Sordo, RBA Editores, Barcelona, 1994, p. 25.
[3] Jean Allouch, “Sobre la destitución subjetiva” [1985], tr. Beatriz Aguad, Litoral, nº 41: Nacida de la vergüenza, improvisación de un cáncer, México, Epeele, 2008, p. 82.
[4] Marguerite Duras, “Dejarse llevar por la escritura”, en El último de los oficios. Entrevistas 1962-1991, tr. Alcira Bixio, Paidós, Buenos Aires, 2017, p. 91.
[5] Marguerite Duras, El Vicecónsul, op. cit., p. 9.
[6] Marguerite Duras, El Vicecónsul, op. cit., p. 53.
[7] Una traducción literal de la frase il pleut sería “él llueve”, pero en español no hay necesidad de agregar un pronombre previo para decir que “llueve” en la medida en que se trata de un verbo impersonal.
[8] Jacques Lacan, “Discurso en la Escuela Freudiana de París”, en Otros escritos, tr. Graciela Esperanza, Paidós, Buenos Aires, 2012, pp. 280-281.
[9] Marguerite Duras, India Song / La Música, tr. Silvio Mattoni, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2010, p. 159. Las cursivas son de la autora.
[10] Jean Allouch, «El pase fallido del vicecónsul», tr. Nora Garita, Página Literal, n° 5/6, San José, Costa Rica, 2006, p. 6. En línea: < https://bit.ly/37ZlJ4U >.
[11] Jean Allouch, “Quelques problèmes venus de Lacan”, intervención en el coloquio Ornicar?, 9-10 de febrero de 2002, p. 2. En línea: < https://bit.ly/305Slpr >. La traducción es mía.
[12] “Jacques Lacan en arrière-fond. Conversation avec Marguerite Duras. (I)”, La révue littéraire, nº 74, Paris, 2018, pp. 12-13. La traducción es mía. Existe una traducción al español: Conversación con Marguerite Duras. Jacques Lacan como trasfondo, Ediciones Literales, Córdoba, 2019.









